la doctora del mafioso
esperar más. El hombre respira como si cada inhalación tuviera
-le murmuro-.
sin invadir. Octavio Larra reparte tareas con una autoridad que no humilla; su presencia ordena el aire. Romina ocupa la esquina de
a como quien ubica un faro y, apenas lo logra, su cuerpo cede otra vez a la sombra. Yo me s
e sue
e a calle y a pólvora vieja. La palabra «bala» pesa, pero aquí no suma. Lo que suma es que el pecho
ebo un sorbo.
regunta como quien pid
? -insinúa-. ¿U
desdén, por prioridad. Primero este minuto.
, sostén aquí.
ubica a
palda -dice,
e vuelve isla y yo marco el borde con actos simples. Siento la vigilancia muda de los trajes;
a lámpara baja
Larra, más por costu
da Amanda, y me mira como d
n una modestia indecente. Es un objeto pequeño que se empeña en
rcando una cadencia con la m
es la victoria. Siento la oleada de alivio pelear por subir; si l
lencio. No dicen nada. Dicen estar. La cortina
omina-, en alerta. ¿Ano
que Larra coordina destinos. -Devu
es un elogio, es
te aunque aquí parezca inventada. Me aferro a la matemática doméstica qu
reinta no mejora, nos movemos. -La
comodando el mundo
mpir. El segundo 9 es el del ritmo: mi mano dibuja una ola lenta en el aire y él, desde algún lugar, la intenta. El segundo 17 es el de la voz: me acerco al o
a sí mismo para pelear con nosotros. Apenas, pero se nota. Amanda me
n hablar. Lo sie
rra, listo para
su esternón, acerco la lámpara un poco más, dejo que mi voz ha
nta. No es un milagro: es un piso. Con ese piso,
después del pabellón. -Defino camino si
perdido la iniciativa. Larra hace una seña hacia la puerta
ncia Amanda, ya con
egundo del carril. No le inventes historia, me di
o hay discurso; hay intención. Me encuentra. Yo asiento, c
a, y me aprieta la mu
tan un palmo, lo suficiente para no estorbar y para estar. Romina recoge la circular de control cruzado, limpia el exceso de formal
mira. El pasillo hasta allí es un himno de pasos, ruedas,
os de un traje. No miro. Amanda sí: me lo traduce con una mueca
no sé si oye, pero la frase m
s de cruzar la última puerta, me permito mirarlo un segundo más: no por morbosauito con UCI. -Él ya lo hizo, pero nombr
u voz tiene el pe
ere asomar -shock, hemodinamia, técnica-, la empujo de vuelta a s
ezo a creer mi propia consigna. Tal vez lo que hicimos e
rápidos, guantes listos, un «¿qué tenemos?» con tono de quien llega a h
CI. -Asiente. Su pulgar, ar
ntesis. No hablan. Dicen estar. L
al hombre. No le prometo nada que
ado, una voz afilada pregunta: «¿Qué tenemos?». Yo inspiro, sostengo la