Incendiar su mundo: La furia de una esposa
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iete meses de embarazo. Mi esposo prefirió consolar a su becaria por un gato callejero en lugar de
recién nacido, obligándome a arrodillarme y pedir perdón para proteger su carrera polí
l que me casé
amilia de ella, supe que irme no era sufici
ítu
Elizon
, sino con una llamada telefónica mientra
sintió terriblemente definitiva. Salí tambaleándome del cuarto del bebé que había estado pintando de un suave y esperanzador amarillo canario, y me desplomé sobre
s mi celular, con los dedos resbaladizos por el sudor, y marqué el nú
suave y profesional, la voz que usab
un poco ocupad
ándose de mis pulmones-. Algo anda
los de los brazos. Era Isabella Serrano. La becaria de la campaña. La hija del aliado político que Ricardo no podía
oz de Ricardo estaba teñida de impaciencia, no de preocupaci
a de dolor me recorrió, tan intensa que me robó el alien
. Luego, su tono se suavizó, pero no era para mí-. Está bien, Is
ó. Más fría que el
un susurro ronco-. Te necesito. Creo que est
dad severo. Vio un gato callejero en el callejón y se descontroló por completo. Estoy tratando de calmarla.
llejero. Estaba manejando una crisis inventada por un gato calleje
ndo a ceniza en mi boca-. Claro. Siem
que es esto. Necesito el respaldo del Senador Serrano.
ico que mató a mis padres, el accidente del que él me había sacado. Me había abrazado en el hospital, su agarre firme y tranquilizador. *Eres ta
lviéndose en un charco de lágrimas y sangre-. Lo prometiste. P
s suyos brillando con lo que yo había creído que era amor incondicional. *Pase lo que pase*, había d
u voz distante, ya desconectada-. T
espuesta. La lí
abdomen se intensificó, una agonía implacable y desgarradora que reflej
sus rostros una mezcla de calma profesional y lástima. Una de ellas, una mujer de rostro amable,
dita en la mano-. Necesitamos una firma para el consentim
peligro. Y él no e
pesada. Me llevaron a toda prisa a las luces cegadoras del quirófano. Lo últim
lo posible por
téril. Una enfermera revisaba mis signos vitales. Mi pri
né, con la garga
amable-. Es prematuro, está en la UCIN
que se sintió como una droga. Est
ción, que todo el peso de la traición de Ricardo se derrumbó sobre mí. Finalmente apareció, su traje
ino
y enrojecidos. Llevaba una de mis batas de seda, la
o añicos en un millón de pedazos. Debí haber hecho un s
bien -dijo, tratando de tomar m
e era tan grave. Le dije a Ricardo que viniera, pero mi ansiedad... se pone tan mal. Me siento terrible
su expresión suavizándose con una ternura
muró, su voz un retumbo bajo y
consolan
lo, y ahora estaba aquí, en esta habitación de hospital que olía a antiséptic
Todo era una mentira. El hombre con el que me casé, el hombre que amé, se había ido. En su lugar había un extrañoapó de la comisura de mi ojo y t
demasiado ocupado acaricia
amor que sentía por él se agrió hasta convertirse en algo frío y
ecisión. Ahora, yo t