Él me ahogó, yo quemé su mundo.
ista de El
ejandro llegó a casa
nte mientras me levantaba de la cama y me acomodaba en mi silla de ruedas-. Estab
llí, retorciéndose las manos, un
dijo, corriendo a mi lado y agarrando mi brazo. Su agarre
on más profundo. Fue entonces cuando lo vi. En su muñeca, una delicada pulsera de pla
zón se
ltimo cumpleaños. Me había dicho que las cuentas eran fragmentos pulidos
tan intenso que se sintió físico. Jadeé, mi mano
aguda por la alarma-. ¿Qué pasa? ¿
rtando su mano-. Ningún doctor. Solo
cama, mi cuerpo temblando. Levanté mi mano izquierda, donde su gemela, una simple cade
ena se rompió, las cuentas de plata se esparcieron por el suelo como
sin importar cuánto doliera. Temblando, me levanté y caminé, sin mi silla, fuera de la habitación. Todavía no podía creer que
a que podía ver la cocina desde el pasillo. Y lo
nredadas en su cabello mientras la besaba, profunda y hambrientamente. Era u
su voz un m
r cuidado. No qui
hero, trazando un
he. ¡Y dejaste que ella consiguiera la Lágrima de Fénix
urando su dedo y
Te lo compens
sonrisa astuta. Enganchó una pierna alred
alo -r
su muñeca brillar mientras se movía. Capt
ue no le había escuchado en años. La levantó en sus brazo
rro de la ropa, eran indistintos, borrosos, como si los estuviera escuchando a
voz, clara
pia boda en Aethelgard. Una más grande.
voz de Dalia era un
prom
da. Mis sueños. Mi futuro. Me quedé allí, congelada en el pasillo, obligándome a mirar, a escuch
eso roto, me desgarró, comenzando en mi pecho
ación aturdida, el mundo una
abierta, el empalagoso aroma de su perfume y la c
cariño -dijo con voz cantarina, sin