Su perfecta mentira, mi mundo destrozado
Camp
reglar. Ni con dinero, ni con p
que no fuera este, pero la mano de Giselle se disparó y m
vamos todos de compras? Prometiste redecorar mi estudio. Podemos comprarle algo a Ade
to a sus caprichos,
berías venir con nosotros. T
éndose hacia la puerta-. Te
día. El día
ono duro. Se acercó y me tomó del brazo, su agarre firme. No
e. Para evitar sospechas, para asegurarme de poder escapa
la palabra sa
é en la parte de atrás, una pasajera no deseada en mi propia vida. Durante todo el trayecto, recordaron su infancia, sus bromas internas y recuerdos compartidos
enías que hacer? -preguntó Emilio de repente, sus oj
tras agarraba mi bolso. Mi corazón
librería en
e más, Giselle interrumpió, su v
os encanta! Tienen una venta de un día. ¡T
irándome a mí
dela ne
e hacia mí, su decisión ya tomada-. No te importa c
olorosa. Le siguió una risa amarga y burlona que murió en mi garganta. Ni siquiera le importaba. No
rta -dije,
y salí a la acera
ndome vacía, un fantasma caminando por un mundo que de repente había perdido
ntemente gentil que usaba cuando pretendía preo
a sido mi ancla, mi hogar. Un tiempo en que habría movido montañas si yo t
orzando mi voz a
oy de regre
en La Cima -dijo, nombrando el restaurante más exclusivo de la
aleza posesiva; si me negaba, sospecharía. Irme para s
aré -dije
susurrándole algo al oído que la hizo reír, un sonido plateado y tintineante que me crispó los nervios. Su mano descansaba en
una expresión felina
. Temíamos que no hub
o un gesto
ide lo qu
beza, mi apetit
l mesero: coq au vin, langosta termidor, risotto de
-exclamó ella, aplaudiendo c
a acordado de que prefería la pasta simple a la rica y complicada cocina fra
su comida, tan absorto en cada una de sus pal
ole un codazo-. Estás ignorando a nues
rme. Distraídamente, tomó un gran trozo de lang
n.
ón. Él lo sabía. Se lo había dicho cien veces. Incluso tuvimos un susto en nuestra luna de miel cuando un plato se
ía olv
nte la langosta a u
ñida de falsa preocupación-. ¿No te gust
e frunci
á tratando de ser amable. Lo menos que
n una cosa muerta
dije, mi voz ap
de su boca. Un destello de sorpresa,
ierto.
provechó
adosa! ¿Y el bebé? ¡No puedes ser tan egoís
us débiles excusas. Tomé mi tenedor, ensarté deliberadamente el trozo de la
a sabía
de antihistamínico, mis manos temblando. Me apoyé contra el azulejo
a Giselle, con los brazos de ella alrededor de su cuello. Se detuv
-preguntó, s
hacia nuestra habitación, ne
lle susurrarle jugu
que llevarme has
tan tierna, tan llena de adora
ea por ti
ue nunca ante
silenciosa. Me deslicé hasta el suelo, mi espalda contra la madera, y escuché sus p
nte y con picazón. Cerré los ojos, tomé una respiración entre
o del bebé. Mañana habría estado
a más brutal imaginable, un secreto que me veía obligada a llevar sola. Este niño,