La promesa que casi la quiebra
cho de muerte al hombre que amaba. Me quedé al lado de su hermano, siendo la lea
on Shantal, la mujer que sentía un placer sádico en atormentarme. ¿Y su reg
Más tarde, borracho y furioso, me acorraló en una oficina. Me estrelló con
o presionando el mío, y susurr
a mi
ant
odiara o deseara. Solo era un reemplazo, un cuerpo tibio, la sustituta de la mujer que él realmente quer
hacerlo. Mi propia madre me llamó para avergonzarme. Fue suficiente. Conduje hasta un acantilado con v
ítu
estaba llega
rada fija en las interminables luces de la Ciudad de Mé
de Gastón Montenegro. Su asistente. La que resolvía sus probl
na promesa a
or estéril del hospital, el insistente pitido de
n débil susurro-. Solo cuídalo po
única luz en el mundo de Camila, extinguida endo. Habría acepta
abrió de golpe
am
lencio. Ni siquiera se molestó en mirarla, su
que cueste -espetó
al sofá de piel. Sus ojos, fríos y des
conse
io -dijo ella, con voz plana, desprovista de emo
-dijo con desdén-. Te pr
stón con sus brazos desde atrás. Le dio un beso en la mejilla, y sus ojos, br
l, su voz goteando una dulzura venenosa-. Hace lo
vizó al mirar a Shantal. Se g
siado buen
repetirse durante cinco años. El amante devoto, l
ó, tomando una copa de vino tinto de la barra. Tomó
rte delantera de la camisa blanca de Gastón, donde ahora florecía una pequeña mancha
el aire, absurda y descarada. C
de la mancha en su camisa a Camila, sus o
-escupió-. Lárg
do negro, se cerraron en puños. Sus uñas se clavaron en sus palmas
decir palabra y cam
s -la voz de G
de espald
gado de una crueldad deliberada-. La fiesta es el próximo m
ra era un
n de una esperanza que ni siquiera se
o podría cambiar. Que él podría verla. No como una amante, sino solo c
mueble. Una herramienta
la palabra sabiendo
pasos firmes y controla
rtamento en el mismo edificio, sacó su laptop. Sus dedos vola
respondien
cana. Una carrera de resistencia. Una compete
cinco años. Un nombre que pertenecía a una
apareció en su bandeja de
la l
cumplida. Su conde
de desa