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Mi esposo héroe, mi monstruo

Capítulo 4 

Palabras:1297    |    Actualizado en: 17/09/2025

después de dos d

a constitución de Celeste, fui liberada. Estaba débil, mis extremidades se

a tiempo par

sencillo. Era el mismo unifo

o, con el rostro impasible-. De ahora en adelante, realizará las tareas de una sirvienta subalterna. Se diri

Braulio, fue oficialmente borrada. Ahora era so

ados, la élite de Monterrey, llegaron en una procesión de autos negros. Todos formaban parte del mundo de Braulio: gente poderosa

osa caída. Pero nadie se atrevía a desafiar a Braulio Garza. Su poder era absoluto. Así que siguieron

de rellenar bebidas y limpiar platos vacíos, destinada a

ido de la noche, le presentó sus regalos. Primero, un collar de diamantes tan grand

tó con una sonr

anunció Braulio, su vo

un perrito blanco, pequeño y esponjoso, de un

l perro en sus brazos. -¡Oh, Braulio

. Frente a mí. La multitud aplaudió cortésmente. Mi estómago se convirtió en hielo. S

n los míos al otro lado de la habitación

escuchó fácilmente sobre

e congelé, la bandeja de plata en mis mano

n a

s ojos fijos en el suelo. Me

Mi voz era un susu

quiere cuidado constante. De ahora en adelante, serás su asistente personal. Lo alimentarás, lo pasearás y limpi

su perro. La humillación era tan profund

que los cercanos escucharan-. Sé que tienes una alergia severa a los perros, Elena. Tu piel se llena de

a garganta. Hacía difícil respirar. Braulio lo sabía. Una

erada y silenciosa en mis o

rostro una máscara en blanco, mientras esta muje

resistencia solo había traíd

ee, Su Gr

la champaña fluía. Yo estaba en mi rincón, mi corazón un peso mu

suelo bajo mis

ierra. Los candelabros de cristal se balancearon violentamente

rem

ación, descendió al caos. Hombres en esmoquin y mujeres en vestidos de noche grita

o. Agarró a Celeste, protegiéndola con su cuerpo, y come

perro. Mis ojos lloraban y un silbido comenzó en mi pecho. Príncipe, el cachorro, a

illó-. ¡Elena,

de vida o muerte, yo seguía siendo la si

nteó por el techo. Tropecé entre la multitud en pánico,

andelabro de cristal directamente s

io precipitándose hacia mí. No había tiempo para correr. Enrosqué m

na supernova de dolor

obre mi espalda y piernas. El polvo llenaba mis pulmones, haciéndom

a ent

débiles y ahogadas, de

abajo! -gritó un hombre

mos sacar a uno a la vez antes de que se

cena de arriba. Luego, escuché la vo

ahí. Saquen a

mí. Una oleada salvaje e ilógica de esperanza me inundó. Quizás, al

z de Celeste, un chillido h

o tuyo! ¡Es un símbolo de nuestro amor! ¡Si ese per

por una eternidad. Los escombros inestables sobre mí

forzada, pesada, pero sus palabras fueron clara

en al

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