La traición del amor: La hija invisible
una reconocida cirujana, y mi padre, el Fiscal General de la Ciudad de México
llos, yo solo era una desconocida, un caso compli
análisis de las heridas de tortura era puramente clínico. Mi padre lleg
de mi cadáver, hablaban de
e -se burló mi padre-. Seguro se larg
avier, y su próximo juego de campeonato. Fui el problema de la fam
perdida, mientras mi cuerpo yacía descomponiéndose a sus pies. Estaban ciegos,
mascotas, una pista registrada a mi nombre. Una pieza de evidencia que no solo me devolvería mi i
ítu
erraba a la maleza crecida y se filtraba en la tierra lodos
en la quietud de la mañana. Buscó a tientas su teléfono,
Una chica. Dios
r. El mundo se había vuelto borroso, como si mirara
ullas. Colocaron cinta amarilla, creando una caja nítida y oficial alrededor de
etuvo. Una mujer salió y una quietud h
mad
s. Llevaba su autoridad como el costoso abrigo que cubría sus
uiándola bajo la cinta-. Es un desastre. Necesi
tante, eficiente. La misma voz que usaba
la tierra blanda. No se inmutó. Había visto cosas peores, lo sabía. Veía
aldad escalofriante. Se arrodilló junto a mi forma rota, sus mo
ión visible -señ
en las brutales heridas que
e la encontraran rápido.
l. Observé sus manos, las mismas manos que una vez me habían sostenido de bebé. L
o. Notó las heridas defensivas en mis brazos, los dedos ro
misma que para nadie-. Pero no ant
en resolver acertijos, y yo era el acertijo más complica
y apartó suavemente un mechón de cabello enmarañado de mi mejilla. Fue un gesto de
a rogando por un toque así. Un
uerte, una ext
esconocida. Un caso. Un titular en ciernes que se
vida. Parecía que también se
cta. Ni una sola grieta. Se puso
os veinte. Trauma severo por objeto contundente en la cabeza y el rostro. Evidencia d
me al detective
s la guardaba en el bolsillo. Un destello de alg
rrado. O tal vez, solo tal vez, una astilla
ones. Tenía que hacerlo. Pero me pregunté, mientras flot
lmente