Adiós al Viejo Dolor
eria. Dentro de una de las jaulas más grandes, junto a dos enormes perros de presa que gruñían sordamente, estaba mi hija. Mi pequeña Camila. Estaba acurrucada e
ertos de llagas. Pero lo peor eran sus ojos. Esos grandes ojos marrones que antes brillaban con inocencia y alegría, ahora estaban vacíos, opacos, llenos de un miedo tan profstaba viendo. Mi mente se negaba a aceptarlo. Era una pesadilla, tenía que serlo. P
mi.
on el viento. Se levantó lentamente, con dificultad, como si cada movimiento le¿eres tú
era el llanto de una niña, era un lamento de puro sufrimiento, un
uí! Tengo miedo. Los perros me muerden. Elena me
esposa sumisa. Era una loba defendiendo a su cachorro. Me abalancé sobre la puerta de la jaula, golpeando la cerradura con una piedra que encontré en el suelo.é en mis brazos. Apenas pesaba. Su pequeño cuerpo temblaba sin control. La abracé con todas mis fuerzas, hund
á está aquí. Nadie te volver
fuerzas contra el muro de cemento de la perrera. El tazón se deformó con un estruendo metálico que resonó en el silencio. Lo recogí y lo golpeé contra la pared una y otra vez, hasta que mis manos sangraron y el metal quedó