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a con fuerza contra mis costillas, un tambor de guerra anunciando la batalla que se avecinaba. La puert
. "Clara, ¿qué haces aquí? Te d
pretendiendo que no somos nada", la voz de Clara era un susurr
a mezcla de amonestación y cariño. "Sofía... ella es
una mujer, no su esposa. Recordé todas las veces que lo defendí de su familia adoptiva, que se burlaban de él por ser
cuándo tengo que esperar?", in
os, la acercó a él y la besó, no fue un beso tierno, fue un beso posesivo, desesperado, un beso que reclamaba
ento un poco mal, Mateo", le dije cuando volvió a entrar, con el r
palpable. "Claro, mi amor. De
ero su teléfono estaba apagado, la angustia era un nudo familiar en mi garganta, pero esta vez, no era por preocupación, era por una rabia fría y lúcida. A l
de Ricardo, bebimos demasiado", min
ior, había visto el beso. Mientras él hablaba, mi mente viajó de nuevo a esa llamada telefónica que había esc
voz cargada de arrepentimiento. "Todo sería diferente. Pero
para él, una carga de la que se quejaba con su amante. El corazón se me rompió de nuevo, pero esta v
a sentir el mismo dolor desgarrador, la misma soledad, el mismo vacío que él me había infligido durante veinte años. La decisión se asentó en mi alma, no con