Prohibida para el CEO
voluntad de Gabriel Arsenault, el CEO de Arsenault Enterprises, uno de los conglomerados más influyentes del país. El mármol impecable
había trabajado en entornos exigentes, pero nada se comparaba con estar a las órdenes directas de Gabriel. Se había incorporado hací
tra su pecho mientras se acercaba a la puerta de cristal que
na voz profunda d
con las manos en los bolsillos de su traje azul oscuro, observando el horizonte. El sol del atardecer te
de las filiales en Latinoamérica -dijo ella, dejando
itaba por atención. Era sobria, elegante sin esfuerzo. Su cabello castaño oscuro recogido en una co
o finalmente, su tono
con la cabeza, pero antes de gi
eres así d
arpadeó,
isc
amente hacia ella,
que aún era formal, pero lo suficientemente cercana como para que ella percib
la descolocó
bien mi trabajo,
revistas llamaban "devastadora", y qu
arme directamente? -añad
Lo sabía. Pero algo en ese momento, en ese tono de voz, en esa cerc
ue podía helarte o incendiarte, según cómo
-respondió ella, firme, aunque su
s -murmuró él, dando un paso más-. Q
o. El aire parecía ca
poco, recuperando su
s inversionistas de Tokio? -preguntó con
sabía. Cada paso lo daba con estrategia. Sonrió, satis
jalo co
mirada aún sobre ella. Cuando la puerta se
ero no indife
iaba su control, su autoridad, su rutina. Y Gabriel Arsenault era un hombre q
ía, no pudo sacarse de la mente la mirada de Gabriel, ni ese breve instante en que se habían quedado frente a fren
llenar, informes que revisar. Pero todo cambió cuando el asistente de Gabriel
s parecía
que cruzar esa puerta significaba entrar en un territorio desconocido. Gabriel la esperaba,
-dijo, señalando la
cómo él se inclinaba ligeramente hacia ad
menzó-. Eres eficiente, puntual, y.
leve rubor subir
, señor
l, sin apartar la mirada-. Hay a
dola sentir como si estuvie
sa. Por un instante, su mano rozó la d
ficiente para que una corrient
l, con media sonrisa-. E
a, sin saber si est
ocó la mano sobre la mesa, cerca de la de el
no te interesa -dijo, sus
y apartó la mirada, intenta
piado, seño
murmuró con voz grave, inclinándose hacia adelante-.
sta tocar el dorso de la mano de Isabela. El
a con voz temblorosa-. Soy tu
eplicó él, con una sonrisa ladeada-.
Quiso retirar la mano, pero la presión de Gabriel la detuvo. Sus dedos se
la de ella, deslizand
cosa -susurró-.
ose de golpe cortó la tensión.
ciero que solicitó -dijo el asistente con vo
y el joven salió
do, tratando de rec
sar -repitió, cas
, dejando esca
Pero los juegos, Isabela...
ente de que aquel roce, aquel contacto prohibido, había marca