La Reina de Egipto
estaba cocinando entre paredes doradas. Perfumes de incienso y mirra flotaban en el aire mientras esclavos vestidos con túnicas blancas d
deándolo, hombres poderosos hablaban en voz baja: romanos de toga impecable y egipcios de túnicas de lino plisado, adornadas con collares de lapislázuli y oro. Ent
ngre antigua, y su fortuna era tan vasta como su ambición. Había ofreci
el aire como una lanza-. Habla cuatro lenguas, lee jeroglíficos, monta a caballo mejor qu
, el anciano Haamon, consejero principal de la reina
endecido por Ra, pese a las sombras que aún sobrevuelan el
linó apenas, so
e mantiene con vida a l
s y decisiones, recorrieron el rostro del senador y luego se deslizaron h
rizos recogidos con peinetas de marfil, las manos unidas sobre el regazo. No era una muchacha común. Sus ojos, gr
rmitió una b
futura reina del A
a mirada. No lo h
ero yo he sido criada con suficiente inteligencia para saber que si no me co
so Lucilius alzó una ceja, sorprendido por el filo en l
sí haya esperanz
eria junto a una dote generosa, una escolta personal y falsos mensajes de unidad, mientras bajo la mesa se tejían otras intenciones. E
Valeria abandonó el salón sin hacer ruido. Subió a su habitación,
eguntó la mujer, envolvi
bronce. No vio a una niña. Vi
-. Tengo
os de Roma, las aguas del