LA ESCLAVA SORDA DEL JEFE Y EL MAFIOSO ENAMORADO
lado de sus lágrimas. Las lamí, las besé... y volví a
luego se detuvo. Mi pene estaba duro y tir
que estaba leyendo mis labios, le dije
ó y sonrió y luego soltó una pequeña risa silenciosa. -Tienes un don con l
y me dio un beso fuerte. Coño, ella sabía cómo
o. Pensé que era mi imaginación hasta que apareciste de nuevo. Entraste en mi habitación, entraste como si pertenecieras aquí. Me convertí en tuya en el momento en
ició mi cuello con la nariz y respiró profundamen
ctimas involuntarias. Pero ahora, no me arrepentía de este encuentro casual. Creía que tod
gó el papel d
essio se estaría partiendo de risa. No, pensándolo bien, eso lo convertiría en un
ando atentamente a mi mujer mientras se levantaba de la cama y entraba al baño. Mi mirada enc
iendo que esa era su invitación no dicha. Cerré la puerta detrás de mí mientras mis ojos la buscaban en la ducha
ra que me hizo que
iento vaciló por un breve segundo. Se abrazó el torso, casi como
la era mi mujer. Cada parte de ella era mía. Y
iera toca
la de mi sangre, atrapada en un lugar que no sabía que tenía. En el pequeño y olvidadizo lugar de
o y delicado y me quedé en el medio. Pasó el minuto más largo entre nosotros. El agua seguí
o podía apartar la vista de ella. Verónica era estrellas plateadas que b
, sus braz
. La observé mientras se enjabonaba el cuerpo, deslizando los dedos con destreza
la memoricé e
e me fascinaban. Piel cremosa que pedía ser besada por m
omático. Tomé la toalla más cercana y caminé hacia ella. Ella desvió la mirada tímidam
palabra, sin pensarlo. Se acercó a mí de buena gana y como si fuera algo na
bsorbí su amor perfecto en e
las piernas lo suficiente para que yo pudiera ponerme de pie y acomodarme entre ellas. Se
a apartar la toalla que la cubría. Mi mirada se encontró con otra cosa y m
tado, el color comenzaba a volverse violeta claro. Vi las huellas da
había ocultado esas marcas, pero ahora podía verlas con claridad. Estro
é a decir, pero ella
tristes y me dolió mu
on con un gruñido baj
, pasando el dedo suavemente sobre su cuello magullado. El colla
ste bastardo la mantuvo atada contra su voluntad. La tenía
irada de mí. Su voz se quebró al susurrar las palabras y
mío? ¿Cuándo... cuándo se me hirió el coraz
alma de mi gatita. Saber que Varouse había ido a verla la noche anterior cuando yo no estaba en casa, la había tocado... la había lastimado...
toy
ra no decir algo de lo que pudiera arrepentirme. Mi ira est
gándola a aceptar mis palabras. -No, no