El Milagro de Navidad
no hubiera logrado salir. Ese enigma la consumía. Un día, Luis, el compañero al que Manuel salvó, decidió visitarla
n como ecos de una pesadilla que nunca terminaba. El peso de la culpa lo encorv
o por mantener la compo
vida propia, devorándolo todo a su paso. Manuel no lo dudó ni un segundo. Se puso al frente, como siempre, y dirigió las maniobras. Logramos sacar a
, como si pudiera an
io cuenta antes que nadie de que era un peligro inminente. Me
iviendo cada instante
rte que me lanzó varios metros hacia atrás. Sentí que mi cuerpo volaba, y cuando intenté levantarme, lo
hacia adelante,
ales? -preguntó, su v
ntió len
de bengala; eran potentes, de esos que usan en grandes eventos. Las explosiones eran interminables, una tras otra, durante cinco minutos o más. Cad
to, como si el recuerdo
lanzó sobre mí. Sentí su peso, cómo me protegía con su propio cuerpo. No podía moverme, no podía
al rostro, sus palabra
o alcanzaba. Yo quería ayudarlo, Flor, pero no podía moverme. Las explosione
n cada palabra, pero no interrumpió. Ne
ojaba su agarre sobre mí. Lo miré, y lo único que vi fue... -Luis se detuvo, su voz quebrándose por completo-. Lo único que
ante, con lágrimas c
eguntó, apenas
o protegió de las llamas. Era como si... como si algo más grande que nosotros hubiera decidido que su ro
paz de sostener el peso d
llevamos a la ambulancia, y yo me quedé con él todo el camino. Siguió luchando, Flor, has
adelante, cubriendo su
o cargara con esta culpa. Pero no puedo evitar pe
intiendo una mezcla de dolor, amor y orgu
orque sabía lo que hacía. Él vivía para proteger a los demás, y lo hizo hasta el
rada, con los ojos
ómo honrarlo. No sé
, reuniendo toda l
vía, con valentía y entrega. Ayuda a otros como él
o que las palabras de Flor cala
o un susurro. Flor se levantó y caminó hacia la ventana
ara sí misma que para Luis-, pero hoy siento que está a
que, aunque el dolor nunca desaparecería por completo
entía y su amor incondicional por la vida. Y aunque las cicatrices del fuego nunca desaparecería