Amor y tempestad
der con algún monosílabo, aunque me sentía humillada por lo injusto de la situación, ya que la mayoría de mis compañeras salían con muchachos desde hacía ya bastante tiempo. Tení
en sus enrojecidos ojos miel, tan parecidos a los míos, que la
re al día siguiente. No estaba de acuerdo con el castigo de mi papá, porque consideraba que era mejor que yo tuviera forma de com
nos mandaban los profesores. Si no iban a permitir que me reuniera con mis compañeras a hacer la tarea, nece
a a saludarme y se quedaba hablando conmigo, sino que actuaba como si fuéramos muy cercanos: me rodeaba con un brazo en presencia de otras personas, me decía algún que otro cumplido y me regalaba aquella
s amigos de Gonzalo, me invitó a su cumpleaños. Le dije am
sábado? -me preguntó Gonzalo durante e
y castigada -re
e parecía buena idea invitar a alguien de tu curso, pero lo convencí de
labras como un halago o como un insulto.
ría ir, per
upongo que puedo invitar a alguna otra chica -soltó, se dio
eron como un ba
orma de ir aunque sea una hora
aran ir, pero tampoco estaba dispuesta a permitir que
¡Nos vemos el sábado
pé de casa. Era tarde, hacía frío y no había nadie en la calle. Sabía que podía pasarme cualquier cosa y mi l
ol
buscar por la esquina de mi casa para ir a la fiesta de Julián?
hora? ¿Te
cupes. Si es mucho lío,
z o quince minutos estar
eraban, iba a tener muchos problemas, si previo a eso algún l
s! -exclamé cua
mpañante. Gonzalo me saludó con un beso en la comisura de
anos a la calefacción para recuperar la
, mejor. Pensé qu
ida. Si mi papá se ent
ijo retirando una mano del volante
un instante, pero me hizo sentir
lguna bebida alcohólica que no supe distinguir y el andar de quien ya ha bebido
de los compañeros de Julián y Gonzalo entre una veintena de adolescentes que bailaban o se juntaban en grupos má
a estridente. Luego me tomó de la mano para guiarme a través de la ge
algo de
o parecía haber nada má
cias. Es
y volvió a tomarme de la ma
l techo?
pero mi voz ape
nca me había gustado la cumbia y menos cuando
er acceder al techo. Gonzalo soltó mi mano, apoyó la lata de cerveza a medio tomar en e
a quedar
e quién sabe cuánto tiempo, crujía bajo mis pies. Me propuse no mirar el suelo mientras ascendía. C
, había sobreviv
ue te da vérti
razón se encogió, Gonzalo estaba muy cerca del borde y había bebido. Un paso en falso y se caería del techo. Por for
ía en mí alguien como él. Yo no era fea, pero no me sentía particularmente bonita. Era consciente de que Gonzalo podía salir con cualquier chica que quisiera si se lo proponía, pero por a
guntó sin mirarme con
que se daría de forma más natural. No era que Gonzalo no me pareciera el indicado, sino que tenía la sensación de
pondí co
ejillas me ardían. Sus labios cálidos se posaron sobre los míos y su lengua buscó refugio en mi boca. Pese al sabor amargo de la cerveza,