Tras Una Noche De Lluvia
o con las puntas quemadas por el sol, ocultaban a la ladrona profesional que se gestaba en su interior. La primera vez que la vi estaba en el lugar menos pensado: el asqueroso baño de un ba
ra que hubiera visto.
ras conduzco... Es algo que siempre me hace sentir bien. Son esos momentos que no se pueden pagar, momentos en que olvido que huimos de la poli
enido mucho tiempo de descanso. El t
ría una recompensa por información sobre nuestro paradero. Dormiremos en el auto por un tiem
hubiera sacado la nueve milímetros; pero eso sólo hubiera llamado la atención. Tuvimos suerte de que el vendedor no reconociese nuestros rostros de la tele. Cada desayuno tranquilos, cada noche juntos y,
van a dormir. Toman somníferos para dormir y antidepresivos para no cortarse las venas, se emborrachan una vez a la semana para compensar por unas horas la carga laboral de la semana y se vuelven locos si no tienen una conexión a internet
udan a pasar inadvertidos. Unas veces soy su padre y otras su tutor; pero casi siempre que estamos en público mucho tiemp
bajo la lluvia o en un hotel lleno de ratas, el beso de los buenos dí
cómo todo
hubiese aire acondicionado, y yo terminaba de pasar a máquina un informe contable p
ra que hay desde la puerta del edificio hasta la avenida; y mis anteojos se cayeron a la calle. Los hubiera levantado, pero un taxi que no llegué a parar les pasó por encima. Estaba empapado, y seguramente también lo estaban los papeles que se hallaban den
cual me refugié, levanté la vista y vi del otro lado del asfa
da del colectivo muy cerca de allí y de cruzar la calle corriendo justo por ahí to
en un banco que estaba junto a la barra y se veía bastante sucio, miré al barman y éste me dijo "¡¿No me diga que está lloviendo?!", provocando un estrépito de risas a mi alrededor. No había notado o no había querido notar las miradas que me dirigían desde todas direcciones. Lleno de vergüenza, me levanté y giré hacia la puerta, dispuesto a salir sin mayor solución. De cualquier modo, ya nada podría mejorar mi situación. O eso pensé mientras caminaba, cu
. Estaba sentada sobre la tapa del inodoro, acurrucada como una niña y temblando como si tuviese miedo. Su rostro estaba pálido, tenso y como compungido; y tenía la mirada perdida. Giró los ojos hacia mí y quedé atónito y sin aliento. Tenía una mirada tan profunda, casi como si fuese hipnótica, que no pude hacer más que quedarme viéndola un largo rato. Al verme all
cés? –le
ó a lo
l. Cincue
–dije, solta
treinta –
rme un poco –le exigí, sin entender todavía por qu
ntamente
arra, se tomaba de los brazos, temblaba y miraba a un hombre calvo que le tiraba besos. Él le mostró un billete de cien pesos. Inmediatamente fui
y ellos son unos degenerados. Si querés a
to como de
algo mucho me
cara y vi caer alguna
me podés