ENCUENTROS FURTIVOS
RL
zar... Tan pronto di
ado que no tengo caracteres ni números para exponerlo. Es de suponer que la única percepción efectiva al tocar a una desconocida, se limita en las sensaciones más fís
ernoctar en casa o en algún otro lugar para desconectar. Yo-no-estaría-allí. Aquello no estaba destinado y no soy un hombre de creer tanto en esas bobadas del destino. De hecho, todavía pienso que la cena
tidades infrahumanas, contrabando de cualquier tipo... Ver a una mujer sola en un restaurante como La Napolitana no es sorpresa, porque allí se reúnen desde artistas municipales con mayor renombre, hasta los chulos o proxenetas con sus hijas de la mafia. Y si los juntamos, déjenme decirles que de todo eso saldría una noche muy interesante. Es simple, ninguna mesa se comunica con la otra, todos dejan q
ón como grandeza, colocó la cuestión espesa, difícil, como un tedioso problema. ¿Qué debía hacer? Su mala manera de respo
usto, he aprendido a leerlas sin que hablen. Pues, ella lo hizo incluso antes de acercarme. Solo Dios sabe que Carlos, yo, este carajo
istía nada igual, nunca en mis treinta y cinco años de edad podría igualar su olor
a parar de tocarla y al mismo tiempo, no quería que se sintiera averg
labios. ¡Aun no entiendo cómo no morí en el acto! Empezó a reírse bajito, con la vista entrece
e las mejores conversacione
IV
o? Sobre todo los fines de semana, cuando mayor es la población de locura bajo estas mesas. Existe tant
a Napolitana, uno de los lugares más reconocidos en la capital del gran estado Zulia, suele ser una diferencia notoria en los planes de una persona como yo. Entonces, ¿cómo no evitar que un desconocido me hiciera acabar en frente de un número penoso de mesoneros? Aquello era tan novedoso para mis días que no pude evitarlo y le eché la culpa al idiota de Alonso por haberme dejado varada una vez más. Carlos fue por mí en dos segundos y en tres más, ahogué la vergüenza en unas sonrisas compartidas. Si tenía sed, ace
un frío punzante en e
reguntas heladas, enmarcadas con el pasar de un pequeño cuadro de hielo po
yo siseando apenas-. Mira cómo se evapora el frío por tu pi
mis
el mundo se es
rsuadiré de irnos a la tuya. En cualquier momento la noche se acabará, nos saca
¿Le perdería la pista tan rápido? No sabía cómo había llegado a e
que juro haber sentido una especie de parálisis a un costado de mi cuerpo. ¿O se trataba de ot
ene que esconder sus lágrimas? Todavía me parec
quiere
jó sola aquí, te hizo llorar. ¿Qué fue lo que pasó esta vez
oriquear como una ne
seguiré respondien
rtura. Sus preguntas parecían más una confirmación a sus certezas, que
sobre las mujeres, y al parecer
fácil era adivinar lo que sea sobre mí; hasta mi pena ante los mesoneros q
Sí, me han dejado embarcada otra vez y me dejé llevar por ti. -Al decir esto, posicionó su mano en mi muslo, c
r y exhalar, como evitando profu
sar que me po
aba y qué hacía allí es noche? También pude notar que se arrepentía de su pregunta. Ahora que decido contar hoy la historia, recuerdo el momento y suelo reírme por su expresión tan congelada, mirándome, y del tiempo que duramos clavándonos en la memoria del otro. Al pasar los minutos, un mesonero se acercó para cobrarnos la cuenta, nos estaba echando. De inmediato Carlos pagó mi consumo sin dejarme refuta
r tocados por el fresco y el vapor de los carros encendidos, al mezclarnos de súbito con l