Encontrar la luz
RA
o. "No te tengo miedo, maldito", me espeta con fiereza, el veneno de su desprecio salpicando mi rostro en un ges
on voz temblorosa, aunque el fuego qu
a es una rara, por eso nadie la quiere. Ni siquiera su madre muerta la quería– lanza su cruel
us palabras en su propia vileza. Alexander, ahora en el suelo, yace en un silencio impuesto por el impacto de
ía de su malicia. Mi corazón late con fuerza, mezclando la satisfacc
ón es palpable en el aire mientras mi voz se eleva con furia. –¿Alguien más tiene algo que decir?– lanzo mi de
ia. –Mi amenaza es clara y directa; cualquier insulto dirigido a Luz tendrá consecuenc
ador de fútbol y el individuo más popular de la universidad está defendiendo a la marginada. Mi actitud les desconcierta, y solo me sig
n, sino de empatía. Estoy dispuesto a ser el escudo que ella necesita, aunque para el resto del mundo esto parezca incongruente. Mi
oras d
de la institución, me apresuro, caminando rápidamente hacia el callejón al que ella se dirige antes que yo. Una ur
la se siente segura en su rutina, creyendo que nadie se interpondrá en su camino. Sin embargo, no tiene idea de lo
r sobre las decisiones que toma. Quiero ser el obstáculo en su camino hacia esas sustancias que dañan su cuerpo
nte en su rostro. Enfrento su mirada, determinado a hacerle entender que no está sola, que alguien se preocu
postura es firme, decidida a no ceder. No voy a permitir que continúe con actos de los que luego pueda a
exige, pero mi determinación no flaquea por un segundo. Me parte el alma escuchar sus palabras y anhelo abrazarla, compartir su do
idas. –Juro que te ayudaré a superar esto. Solo te pido que me permitas estar a tu lado y hacerlo
iones, un intento desesperado de salvarla de su propio tormento. Estoy dispuesto a luch
s me mira fijamente. –Por favor, entiende de una vez que lo único que deseo es morir.
sin dudarlo, tomo su brazo para detener su huida. –No, jamás dejaré de intentarlo. Si es necesario, llamaré a la policía para que dejes de consumir esta porquería. Incluso, si persistes, llamaré a tu padre– advierto, vi
iste no volverá, porque ya ha muerto, y pronto lo haré yo tambi
que mis palabras no llegan a su corazón. Ella sigue
tarla de la oscuridad que la envuelve. Mis palabras parecen inútiles frente a su decisión. En ese momento, me siento
or Omn
ente, alejándola de la realidad que la rodeaba mientras se dirigía a casa. Distraída, cruzó la calle sin mirar, y un auto se detuvo bru
o. Sin pronunciar palabra alguna, ella comenzó a correr hacia su destino, sin exp
apoderaron de ella, y en un intento desesperado por detener su sufrimiento, buscó aquella navaja que tantas veces había sido su sa
sus ojos comenzaron a pesar. Todo se desvaneció lentamente a su alrededor. Las lágrimas y la desesperació