Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Extraño, cásate con mi mamá
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
El réquiem de un corazón roto
Destinada a mi gran cuñado
No sé exactamente cómo llegué allí. Mis ojos tardaron un momento en acostumbrarse a la oscuridad del lugar. Cuando comencé a reconocer algunos elementos, me di cuenta de que estaba a la intemperie. La luna llena brillaba sobre mí y el cielo estaba cubierto de estrellas. Oí el murmullo de una discusión acalorada y comencé a acercarme para ver de qué se trataba. Los seres alados estaban en un claro de ese hermoso bosque, y hablaban de algo que yo no llegaba a comprender. Eran unos jóvenes demasiado bellos, y sus alas, completamente negras, eran imponentes e inmensas.
Tres de ellos eran varones, y las otras tres mujeres. Tenían rasgos similares, por lo que asumí que estaban emparentados.
La discusión se volvió aún más acalorada y algunos de ellos comenzaron a desenfundar las espadas de sus cinturones y se desató la lucha. Me escondí detrás de un árbol, para no ser vista, pero fue en vano. La lucha me encontró, pues ellos se movían hacia mí.
Corrí por el bosque, intentando huir, pero mis piernas se sentían demasiado pesadas. Me dije a mí misma que no debía detenerme, que debía seguir intentando escapar de aquella pelea. Aquellos seres alados parecían realmente enfadados y letales. Corrí y corrí, pero los sentía pisándome los talones. De pronto, sentí a uno de ellos muy cerca, y su tacto en mi hombro me dejó estupefacta. El escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Desperté entre jadeos para darme cuenta de que estaba cubierta de sudor. La alarma del despertador todavía no había sonado, así que me levanté y la desactivé. Me di una ducha y pronto olvidé lo que había soñado.
Bebí un café fuerte mientras miraba las noticias en mi móvil y luego tomé mis cosas para salir a trabajar. Como todos los días, tomé el metro y caminé algunas calles para llegar a mi trabajo.
Saludé con la mano a Eva y Amelia y me encerré en mi oficina a crear contenido para el periódico, antes de que alguna de las dos pudiera decir palabra. Hacía tiempo que venían con el mismo discurso: “¿Cuándo vamos a salir todas juntas como antes? Necesitas más tiempo fuera de este lugar”.
Lo cierto es que “este lugar” es mi zona de confort. Es mi hábitat natural. Es donde mejor me encuentro. Déjenme frente a mi ordenador todo el día o toda la noche, allí estaré bien. No necesito salir, no necesito música fuerte, no necesito conocer muchachos pedantes o con poca materia gris.
En mi monólogo interno, no me había dado cuenta de que Eva se acercaba a mi oficina con dos tazas de café.
—¡Buen día, hermosa! ¿Cómo te encuentras hoy? —me dijo, mientras entraba—. Tienes ojeras —observó—. ¿Has dormido algo, o te has quedado trabajando hasta tarde?
—Ajá…
—Te traje café. Aquí tienes —dijo, posando la taza frente a mí, y sentándose en la silla vacía.
—Gracias.
—Estamos organizando para este viernes, ¿sabes? —comenzó—. Deberías venir esta vez, será divertido. Vendrá Olivia.
Olivia había sido compañera nuestra en el periódico. Se había enamorado, había formado una hermosa familia, y finalmente, había renunciado a su trabajo para dedicarse a la maternidad. No era lo que yo pretendía hacer con mi profesión. Me había roto el alma para llegar a donde estaba.
—Lo pensaré, Eva.
—¿Si? —dijo, y bebió un sorbo de su café—. Sé que quieres ser siempre perfecta, pero ya lo eres Abi, salirte un poco de tu papel no te hará mal. Relájate, por un día al menos. Será bueno pasar un momento con tus amigas y distenderte, salir de la rutina.
Miré a Eva y suspiré. Sabía presionarme y si no le decía que sí iba a continuar con eso toda la mañana, y yo de verdad quería trabajar.
—Bien, Eva. Iré. Pero, ¿puedes dejar de molestarme ahora? ¿Por favor?
—¡Claro! Si prometes ir, ¡por supuesto! —dijo con una sonrisa que dejaba ver todos sus dientes.
—Y que no sea una cita a ciegas.
—Sólo nosotras, lo prometo.
Era súper alegre y sonriente todo el tiempo. Puse mis ojos en blanco y asentí. Eva bebió un poco más de su café, se levantó de su silla de un saltito y se encaminó a la puerta de mi oficina. Me miró, todavía sonriente.
—Es una cita, amiga. Agéndalo.
Se fue a trabajar y me dejó con mi trabajo. Una mañana de arduo trabajo. Al menos no tenía que levantarme de mi silla para prepararme café.
A media mañana volteé y mi mirada se encontró con la de Eva. Sonrió y me guiñó un ojo. Ese intento de emparejarme con alguien ya llevaba un tiempo. Yo no me preocupaba tanto por esas cosas. Ya llegaría mi momento de conocer a alguien, pero ahora era el momento de darle importancia a mi carrera profesional.
Pedí que me trajeran el almuerzo a las oficinas del periódico desde el restaurante que había abajo y almorcé frente a mi ordenador, como hacía casi todos los días. Bueno, esta vez dos intrusos invadieron mi oficina.
Eva y Amelia abrieron la puerta, acercaron las sillas, y se sentaron frente a mí.
—Pensamos que necesitabas compañía —dijo Eva.
—Hace tiempo que no vienes a la cocina a comer con nosotras —agregó Amelia.
—Es cierto —dije, llevándome un bocado de mi almuerzo a la boca.
—Deberías parar un poco —dijo seriamente Amelia—. Trabajas demasiado, amiga.
—Ya me lo ha dicho Eva, pero gracias por pensar en mí. Si no trabajo ahora, entonces ¿cuándo lo haré?
—Si no disfrutas de tu vida ahora, entonces ¿cuándo lo harás? —se burló Amelia.
Resoplé y miré mi comida. Jugué un poco con ella y luego volví a comer.
—No te preocupes, Amelia —intervino Eva—. Abigail vendrá con nosotras este viernes y le encontrará el sentido a la vida. Quién sabe, quizá hasta conozca algún chico guapo.
—Ya hablamos de ese tema, Eva. Nada de chicos. Si voy, es para estar con ustedes.
—“Si voy”, dice. Irás. Ya lo prometiste —dijo Eva.
—De acuerdo. Este viernes, cuando nos encontremos, es sólo para pasar tiempo con ustedes, mis amigas. No voy a conocer chicos.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo Amelia.
—Dime.
—¿Por qué te rehúsas tanto a estar con alguien?
—No tengo tiempo.
—Claro que tienes tiempo. Siempre puedes encontrar tiempo.