ADVERTENCIA: +21
La siguiente Historia contiene lenguaje explícito, escenas de sexo y contenido que puede herir la sensibilidad de algunas personas, léela bajo tu responsabilidad.
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— Ciro Marshall, ¿acepta usted, a esta mujer Isabella Miller....
— Preguntó el sacerdote Mauricio, mientras me mantenía en el altar de aquella iglesia enfundado en mi fluyente esmoquin negro.
— ... Para ser tu verdadera y legítima esposa, para amarla, cuidarla y respetarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para mejor o peor, renunciando a otras mujeres y serle fiel hasta que la muerte los separe?.
— Parpadeé un par de veces al escuchar sus palabras.
¿Que fue lo que dijo? ¿Renunciar a otras mujeres?
Si todo fuera real, estoy seguro que decir "Si, acepto" sería mucho más fácil.
Las palabras saldrían de mi boca con más fluidez y menos toscas, después de todo, es la mujer que amo. La que elegí para compartir el resto de mi vida, pero resulta que la mujer que está a mi lado no debería estar ahí.
La novia era una sensual y encantadora desconocida a la cuál le iba a pagar varios miles de dólares para casarse conmigo y ayudarme a mantener mi fortuna.
Pero ¡por Dios! a simple vista se ve que no está a mi nivel, es todo lo contrario a lo que es Astrid.
Es una mujer inculta, sin clase y muy desordenada. Tampoco estoy seguro de que mi familia se trague el cuento de que un hombre cómo yo, pudo elegir a alguien cómo ella.
«Seré el hazme reír de todos»
— ¿Señor Marshall?
— La voz del padre, me trajo de regreso a la realidad dónde todos esperaban una respuesta.
— Eh.. Si, si cómo sea.
acepto.
— Dije finalmente después de mi breve pausa.
Ahora que las palabras estaban dichas no había vuelta atrás.
¡Demonios!
Miré a Isabella que se encontraba a mí lado. Su vestido de novia blanco de diseñador, junto a la tiara y guantes sin dedos hasta el codo, la hacían ver realmente guapa.
«Dios, no puedo creer que esté haciendo esto»
— Puede colocar el anillo en el dedo de su novia.
— Mi socio Alexandre y padrino de la boda, sacó los anillos dorados de su bolsillo y me los entregó, haciendo un gesto de picardía con su rostro.
— "Bastardo".
— Susurré con rabia entre dientes, pero sin dejar de sonreír.