Novia del Señor Millonario
Los Mellizos del CEO
Yo soy tuya y tú eres mío
Extraño, cásate con mi mamá
El dulce premio del caudillo
El regreso de la esposa no deseada
Ya no te amo, Sr. Exesposo
Mi encuentro con un misterioso magnate
El gran regreso de la heredera despechada
El arrepentimiento de mi exesposo
—¿Qué estás haciendo ahí?
La repentina presencia y pregunta de la niña hacia el infante frente a ella fueron tan sorprendentes como sus profundos ojos verdes.
—¿No vas a responderme o debo llamar a mis padres? —amenazó cuando él no respondió. Ambos se miraron; ella con interrogantes y él, asustado, finalmente encontró su voz.
—¡No, por favor! —gritó en un murmullo ahogado.
—Entonces, tendrás que decirme cómo llegaste aquí —inquirió la niña, cruzando sus brazos de forma acusatoria.
—Te lo diré, lo prometo, pero por favor, ayúdame a salir primero.
Guardó silencio, comunicando su curiosidad con la mirada, mientras observaba detenidamente al niño atrapado entre los arbustos del patio.
Estaba debatiendo si ayudarlo a liberarse sería lo más inteligente.
—Necesito salir —balbuceó el niño con desespero, rompiendo el silencio opresivo que los envolvía.
—Quiero saber por qué estás aquí y cómo terminaste así —dictaminó la niña, frunciendo el ceño ante la falta de respuesta—. Si no vas a responderme, lo haremos de otra manera: te soltaré con la condición de que me des algo a cambio.
—…Algo a cambio.
—Sí.
—¿Qué quieres?
—Lo que tengas para ofrecer. Tomaré lo que quieras darme, sin preguntas.
Una ráfaga de viento hizo que la niña cerrara los ojos brevemente mientras sus cabellos ondeaban hacia adelante. Una vez que la brisa cesó, se colocó varios mechones detrás de la oreja y observó seriamente al niño.
—Entiendo —susurró el niño, inquieto, buscando algo para ofrecerle a la niña—, tengo... un secreto.
Una débil sonrisa apareció en el rostro de la niña.
—¿Lo bastante bueno para que amerite tu libertad?
—Puede que sí, pero debes prometerme que no le dirás a nadie.
—Yo soy muy buena guardando secretos —dijo la niña con una sonrisa.
—No lo creo... —replicó el niño con una mueca.
Los dos se quedaron mirándose en silencio hasta que la niña se encogió de hombros y habló.
—Bueno, no digas que no intenté ayudarte. Tendrás que pasar la noche aquí, o quizás tengas suerte y alguno de mis padres te encuentre —dijo, fingiendo pesar—. Aunque lo dudo, no suelen venir por aquí. Me iré ahora, no volveré hasta dentro de una semana. Fue un gusto conocerte. Buenas noches.
Dándole la espalda, la niña comenzó a caminar hacia la puerta que llevaba a la cocina.
—¡No, espera! —gritó el niño, deteniendo sus pasos.
—Te lo diré —la niña lo miró por encima del hombro—. Es en serio, lo haré. Lo prometo.