Víspera de Acción de Gracias
París, Francia - 2003
Martha
Otra vez dejo Nueva York atrás. Otra vez cruzo un océano solo para intentar algo que ya parece imposible: convencer a Lance de volver a casa. Estoy harta de verlo perderse en esta vida que eligió, de observar cómo se hunde tras todo lo que sufrió. No puedo resignarme. No voy a resignarme. Es hora de que recupere el rumbo, aunque tenga que arrastrarlo conmigo.
El frío de París cala hasta los huesos mientras camino por las calles empedradas. Las luces de los cafés iluminan las aceras, y la Torre Eiffel brilla en la distancia. Es hermoso, pero no para mí. No cuando vengo a buscar a mi hijo perdido en esta ciudad que lo consume.
Llego al pequeño departamento donde se hospeda Lance y golpeo la puerta con firmeza. Me recibe con el rostro cansado y los nudillos marcados.
—Lance, no lo puedo creer. Me juraste que no volvería a pasar. ¡Mírate! ¡Otra vez te fuiste a las manos con tu jefe! —le suelto, sin contener mi frustración.
—Mamá, ese tipo es un imbécil sin escrúpulos. Cree que todo se compra con dinero —gruñe—. Y sabes perfectamente lo que pienso de esa gente.
Sus puños aún están tensos. Puedo ver la rabia ardiendo en sus ojos. Siempre ha sido así, incapaz de quedarse callado, incapaz de tolerar la injusticia.
—No pienso seguir moviendo mis influencias para conseguirte trabajo. ¡Ya basta, Lance! —exhalo con cansancio—. Lo mejor sería que regresaras conmigo a Estados Unidos. Podrías ayudarme en la empresa…
—Madre, nunca te pedí que hicieras eso por mí —me corta con frialdad—. Quiero hacer las cosas por mi cuenta. Y no me interesa la empresa. Además, dudo que a Cristina le haga gracia la idea.
—¿Qué dices? ¡Cristina estaría encantada! Eres su hermano, te extraña. Y, sobre todo, necesitas salir de este pozo en el que te has metido. ¡Esto no es vida, Lance! No puedes seguir de fiesta en fiesta, de cama en cama. ¡No te hace bien! —Mi voz se quiebra, pero me niego a llorar.
—Mamá, por favor, no insistas. Quiero hacerlo a mi manera.
—Hijo, te propongo un trato. ¡Seis meses! Solo seis meses en Nueva York. Si después quieres volver, no te detendré. Lance me observa con sus ojos azules entrecerrados. Estudia mis palabras. Sabe que estoy desesperada.
—Está bien, mamá. Solo seis meses. Pero empiezo después de las fiestas, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —susurro, sintiendo que al menos he ganado una pequeña batalla. Pero no puedo evitar sonreír—. Además…
—¿Además qué? —inquiere con suspicacia. —Tal vez encuentres a alguien y te enamores.
Lance suelta una carcajada seca.
—No lo creo, mamá. Eso no es lo mío.
—El amor siempre llega cuando menos lo buscas… —le digo con certeza y niega con la cabeza, aún le pesa el pasado, pero algo me dice que solo falta que encuentre a la mujer indicada para cambiar su vida.
Nueva York
Cristina
Las luces del rascacielos titilan sobre los ventanales de la oficina. Resoplo y dejo los papeles sobre el escritorio todavía pensando en mi hermano, como siempre, mamá dejó todo tirado para ir a buscar a Lance. Y ahora me toca decidirlo todo en la oficina. No puedo más, el malestar se filtra en cada palabra que escapa de mis labios.
—Según mi mamá, tratará de convencer a Lance de regresar a Nueva York. ¡La que nos espera con lo mujeriego e irresponsable que se ha vuelto! Roger, mi esposo, sonríe con paciencia.