Alessia
Los nervios pueden conmigo, mis manos se vuelven temblorosas mientras saco de la caja la prueba de embarazo. Mi pecho se comprime, amenazándome con dejarme sin aire. Trato de calmarme, porque esto no me ayudará si mis sospechas son ciertas.
Me veo en el espejo de cuerpo completo de mi baño, estoy ojerosa, pálida y con los ojos inundados en lágrimas, ¿Quién no lo estaría en mi situación? Mis labios forman un puchero mientras trató de infundirme valor.
—Vamos, Alessia. Tú puedes —mi voz sale débil. Carraspeo—. Solo es un susto, no tienes por qué temer.
Me siento en el retrete con la prueba entre mis piernas, orino y espero los minutos que se requieren para que arroje el resultado que cambiará mi vida. Tocan la puerta de mi habitación de baño y pego un brinco asustada.
—Cariño, ¿Estás allí? —pregunta mamá al otro lado de la puerta.
—Eh… Eh sí, mamá. ¿Puedes darme un momento? —tartamudeo.
—¿Estás bien corazón? ¿Pasa algo? —cuestiona con voz preocupada. Las lágrimas quieren desbordarse de mis ojos, pero no lo permito.
—Sí, mamá. Dame unos minutos y bajo.
—Tu padre y yo, queremos hablar seriamente contigo jovencita.
¡Santa mierda!
¿Se habrán enterado? ¿Pero cómo?
Fuimos cuidadosos en nuestros encuentros
«Ni tanto». Me recuerda mi subconsciente.
No la escucho al otro lado de la puerta, sé que si no bajo, vendrá a buscarme nuevamente. Escondo la prueba y la caja entre mis productos de aseo personal, verifico que no se vea. Me doy una mirada al espejo y sin duda mis ojos azules lucen apagados, sin vida.
Me echo agua en el rostro, me pellizco las mejillas para darle un poco de color y bajo. En la sala de estar están sentados mis padres, Fabrizio Vitale y Bianca Vitale. Los miro y tomo aire, sus posturas me dan a entender que no me gustará lo que tienen para decirme.
—Padre, madre —los llamo para atraer su atención.
Ambos voltean al mismo tiempo y me dan una mirada, que no sé cómo descifrar. Mamá es la primera en colocarse de pie y acercarse.
—¿Segura que estás bien cariño? —sus ojos no dejan de escanearme—. Te noto pálida.
—Principessa —papá se levanta del sofá y viene hacia a mí, toma mi rostro entre sus fuertes manos mientras sus ojos azules no dejan los mismos.
Sí, físicamente me parezco a mi padre. Rubia, ojos azules, nariz respingona, pómulos pronunciados y labios regorditos. De madre, solo saqué la altura y el gusto por lo peligroso.
—Papi, mami, solo es un malestar de estómago —susurro bajito sin fuerzas para mentirles—. Algo debió caerme mal en la cena.
Sigue mirándome, eso me asusta, pero finjo que nada me pasa. Ambos me guían hasta el sofá.
—Cariño… —solo con ese tono, sé que van a decirme algo que no me va gustar, mamá no es de andarse por las ramas—, estás por cumplir los dieciocho años y ya han comenzado los tradicionales con las habladurías de, ¿cuándo te vamos a comprometer? Si ya estás en edad de casarte.
Si mi cara antes estaba sin color, ahora completamente lo está. No quiero casarme con nadie por tradición, no quiero un matrimonio arreglado para fortalecer la Cosa Nostra. Quiero un matrimonio como el de mis padres, por amor, porque mamá no pertenece al mundo de la mafia italiana y aun así papá la eligió y se casaron cuando yo venía en camino.
—Tu tío y yo, le romperemos la cara a quien se atreva a dudar de tu virtud —gruñe papá. Su mano fuerte vuelve a tomar mi rostro—. Eres la hija de un ejecutor y debes ser tratada de manera honorable, no cualquiera puede tener las pelotas de pedirnos tu mano, y solo te casaras cuando aparezca el hombre digno de ti, mi principessa.
Se me forma un nudo en la garganta e inevitablemente las lágrimas abandonan mis ojos. Trato de pararlas, pero no puedo. ¿Cómo voy a casarme? ¿Cómo voy a explicarle a mis padres y a mi marido que no soy honorable? ¿Cómo voy a decirle que perdí la virtud con la persona más peligrosa que conozco?
Y esa persona no es ni mis padres, ni mis tíos. Desde pequeña supe que me enamoraría de un hombre malo, porque fui criada por hombres crueles, pero jamás imaginé que lo haría del más malo de todos y ahora estoy aquí, a nada de pagar las consecuencias de mis actos.
—Pa-papá —tartamudeo—, n-no quiero casarme.
Maldigo mil veces mi debilidad con él, ¿Por qué cuando estamos con la persona que amamos perdemos el control de nosotros mismos? ¿Por qué hacemos cosas que están prohibidas en nuestro mundo?