Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
Extraño, cásate con mi mamá
No me dejes, mi pareja
El réquiem de un corazón roto
El dulce premio del caudillo
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Capítulo 1.
-Dime que no es real, Eduardo... -fue lo único que logré susurrar. Justo frente a mí estaba el hombre al que amaba, al que le entregué diez años de mi vida, sosteniendo las manos de otra mujer. Ella, con una vida creciendo en su vientre, se veía triunfante.
-Es real -respondió Eduardo con frialdad-Esta mujer que ves aquí sí pudo darme un hijo, el cual nacerá el próximo mes. Ella hizo lo que tú no pudiste en diez años.
Con el corazón hecho pedazos y la voz temblorosa, intenté levantarme de la cama. Pero mi pierna falló. Me he sentido débil todos estos días, aparté los médicos me dijeron que nunca podría quedar embarazada. Desde entonces, mi autoestima se desplomó. Dejé de arreglarme y, poco a poco, subí más peso del que solía tener.
-Amor, dile a esta patética mujer que se largue de nuestra casa -dijo ella, con una mirada fría que me perforó el alma.
Eduardo, sin dudarlo, se apresuró a complacerla. Fue directo al clóset y comenzó a empacar mi ropa.
-¿Acaso me he perdido de algo? ¿Cómo que "nuestra casa", Eduardo? Esta casa la construimos juntos. No puedes simplemente echarme-dije.
-Amanda, ya basta con tus berrinches infantiles. ¿Acaso no conoces el desprecio? -replicó Eduardo con una sonrisa sarcástica, mientras cubría su boca para disimular la risa. Luego continuó, ahora más cruel-Esta casa me la dejó mi padre. Que tú le hayas hecho unos arreglos no significa que te pertenezca. Además, no hay ningún papel donde figure tu nombre.
-Mujer. ¡Por favor, quiérete un poco más y lárgate! Eduardo ya no es tuyo. Ahora él y yo formaremos una verdadera familia-dijo la mujer mientras lo abrazaba, llevando sus manos al vientre y acariciándolo con evidente satisfacción.
-¡Eduardo ¿No te das cuenta que me estás matando?-dije con las lágrimas afuera. No podía seguir mirando este panorama.
Intenté mantenerme en pie, pero mis piernas temblaban, y la rabia se mezclaba con la impotencia. Fue entonces cuando ella, con una sonrisa cruel, se acercó a mí.
-Ya deja de fingir, ni siquiera puedes mantenerte de pie-espetó con sus labios rojos, mientras con un veloz movimiento me tumba al suelo. Sentí el impacto en cada hueso de mi cuerpo, pero el dolor físico no se comparaba con la humillación que me quemaba por dentro. Me quedé ahí, mirando hacia arriba, a Eduardo y a la mujer que ahora ocupaba mi lugar. Él no se movió para ayudarme. Fui una tonta al pensar que lo haría.
-Levántate, Amanda. No hagas un espectáculo-dijo Eduardo, sin una pizca de compasión en la voz.
Traté de incorporarme por mí misma, pero cuando levanté nuevamente la mirada, él ya estaba a mi lado, no para ofrecerme ayuda. Si no, para tomar mi brazo con brusquedad y arrastrarme hacia la puerta.
-¡Eduardo, suéltame! ¡No puedes hacerme esto!-grité, luchando por librarme, pero su fuerza superó la mía.
-Claro que puedo, Amanda. Ya no tienes nada que hacer aquí. Tú y yo terminamos.
-¡No después de todo lo que di por ti! -exclamé con desesperación.
-¡Cristal, trae los papeles del divorcio! -ordenó Eduardo, refiriéndose a la mujer embarazada.
Me sentí como si me hubieran golpeado en el estómago-¿Papeles de divorcio?-me pregunté a mí misma, intentando procesar la realidad de la situación.
La mujer, Cristal, trajo los papeles y los colocó sobre la mesa con una sonrisa triunfante en su rostro. Eduardo me extendió los papeles, arrojandolos en mi cara con desprecio, y luego me tiró el bolígrafo para que yo firmara.
-Te daré diez segundos para que firmes los papeles -su mirada era inhumana.
-Eduardo, no puedo firmar esto-le supliqué, intentando razonar con él-Tú y yo estamos casados, y me prometiste que seríamos felices. ¿Dónde quedó esa promesa?-Llevé mis manos hacia mi pecho, no podía siquiera respirar.
La mujer me miró con odio y desdén, y cerró sus ojos como si estuviera cansada de verme.
-Eduardo, si esta estúpida mujer no firma estos papeles, te juro que me iré de tu vida y no verás al bebé cuando nazca-amenazo la mujer.
Eduardo al escuchar ese comentario, me tomó la mano y me colocó el bolígrafo. Luego, me puso ambas manos y empezó a obligarme a escribir.
-Te dije que firmaras los papeles a las buenas-me dijo Eduardo, su voz llena de ira y desprecio-Si no quieres, lo harás a las malas.