Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Novia del Señor Millonario
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Una esposa para mi hermano
No me dejes, mi pareja
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Emma
La llegada del heredero de los Duques de Grafton era motivo de celebración para la familia.
Caitlyn y Armond eran los mejores señores que una sirvienta podía tener. O en mi caso...una doncella. Y aquel día mientras preparaba el té de la señora justo dos o tres horas antes del evento, miraba por la ventana de la cocina cómo el jardín de la nueva mansión de campo se llenaba de elegantes arreglos de flores junto a los candelabros forjados en oro que alumbrarían la entrada a la enorme fiesta que se celebraría.
—¡¿Emma?! —mi señora me llamó y alcé la oreja hacia la escalera.
—En camino, Milady —grité saliendo con la bandeja.
Había muchísimo revuelo en la casa, y tuve que luchar para no tropezar con los sirvientes que preparaban los pequeños tentempiés junto a las copas de bebidas burbujeantes. Era un evento esperado y hasta los der servicio estábamos ansiosos y eso que lo veríamos todo desde la distancia.
—¡Aquí está el té, Milady! —anuncié mi entrada.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que me llames Lady Caitlyn? —la encontré sentada en su sofá viendo los jardines de su propiedad. Tan hermosos como ella misma.
—No me acostumbro, Milady, lo siento.
Puse la bandeja en la mesa al lado de un sillón y eché un vistazo a la cama cubierta de vestidos imposibles de elegir. Bellísimos todos. Tener la adecuada selección era casi sacrilegio con el resto.
—Pues hazlo hoy —ordenó con una sonrisa, y de pronto se alzó para venir hasta mí, tomar su tasa por el camino entre los finos dedos y proseguir—. Elige un vestido, por favor.
La tarea se me hacía difícil porque todos eran perfectos y hermosos. No podía decidirme, pero si fuera ella, si tuviera la oportunidad de lucirme en un evento así, desde luego el rojo vino que había debajo de dos o tres más sería el elegido. Lo toqué con cuidado, primero el escote preciso entre tul del mismo color del vestido de seda perfecta y luego seguí cada contorno de tela que se adivinaba que caería en cascada por el cuerpo menudo de mi señora. Parecía una obra de arte con motivos dorados.
—Este sin duda sería ideal —señalé lo que tocaba.
—Perfecto —ella aplaudió y yo di un respingo—, ese será. Lo usarás esta noche.
Me quedé confundida e inamovible. No podía desparramar su te pero estuve cerca de hacerlo.
—¿Disculpe, Lady Caitlyn...?
Usé su nombre como tanto me pedía para tener enseguida una respuesta a su desatino.
—Eres la nana de mi hijo y necesito que lo cuides mientras yo me ocupo de los invitados y algún que otro baile con mi marido —decretó en su explicación—. ES una fiesta de máscaras, así que junto con el vetsido viene un antifaz.
—Como usted diga, Mi..Lady Caitlyn.
Encogí los hombros. Seguía sin apetecerme pero descubrir que aquel vestido perfecto sería para mí esa noche, me hizo sentir mariposas en el estómago. Había pasado mucho tiempo desde que había podido usar una pieza así de fina.
En la tarde, me encontré preparando mi propia figura para la noche y las chicas de la cocina fueron las principales ejecutoras de toda mi apariencia.
Al final del trabajo, me veía bellísima con mi vestido suelto hasta encallar en mi cintura y romper en olas de seda hasta el suelo. Mi pelo rubio lo escondieron dentro de un perfecto tocado dorado que combinado con mis ojos grises y la máscara del mismo matiz, me hacía sentir bonita otra vez.
Me mantuve al lado del bebé las primeras horas de la fiesta, hasta que el niño empezó a llorar pidiendo su cena.
—Puedes retirarte, Emma —dispuso la condesa—. Después de alimentarse seguramente se quedará dormido —se acercó a mí mientras nos retirábamos del gran salón—. Puedes dejarlo con mi doncella y tú puedes regresar a la fiesta a disfrutar de ella.
—¿Yo, Milady?
—Sí, te lo has ganado —ella me guiñó un ojo con una sonrisa y le dio un beso en la frente a su hijo antes de regresar por donde había venido.
Así lo hice y cuando regresé al salón, aproveché para beberme una copa de aquellas preparadas con burbujas que revoloteaban dentro de mi y achispaban mi espíritu.
Mi memoria evocó momentos que no quería revivir, pero me hicieron ir por un túnel oscuro del que había salido hacía mucho y mientras aquello sucedía, en mi interior se produjeron unas ganas enormes de bailar un vals que no podía, porque no llevaba una tarjeta de baile. No estaba en mi temporada ni mucho menos.
Entonces miré hasta la puerta y le vi. Un invitado al parecer había llegado tarde y se había convertido en el centro de atención.