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Samantha Miller, con su vientre de ocho meses de embarazo, subía las escaleras con dificultad, apoyándose en la barandilla mientras intentaba llegar a su habitación para buscar los resultados de su último chequeo prenatal.
Al pasar por la habitación de su madre, escuchó voces que salían por la puerta entreabierta.
-Mamá, ¿Samantha salió? -preguntó una voz femenina.
-Sí, el tío Tom la llevó al hospital para un chequeo prenatal -respondió su madre, Sarah Rodríguez.
Eran las voces de su madre y su hermana, Suzy Miller.
Parecía que hablaban de algo serio.
Movida por la curiosidad, Samantha se acercó lentamente.
La voz de Sarah se escuchó con más claridad a través de la rendija de la puerta.
-¿Está todo listo?
-¿Mamá, dudas de mí? Ya soborné al médico y a la enfermera. Una vez que entre a la sala de partos, no saldrá de allí. Cuando muera, el niño que lleva en el vientre heredará sus acciones sin problema. Tendremos muchas oportunidades de tomar el control -respondió Suzy con tono confiado.
-Ja, ja... -se rió Sarah con malicia-. Samantha ni siquiera sospecha que fuiste tú quien la drogó aquella vez, mandándola a la cama de otro. Ella cree que solo estaba borracha. Es tan ingenua como su madre muerta.
Suzy soltó una carcajada sarcástica.
-Si ese viejo no la hubiera protegido, la habríamos eliminado hace tiempo. Todo es culpa de ese viejo imbécil...
-Si ese tonto no me hubiera rechazado y obligado a tu padre a casarse con Katia, tú no habrías sido una hija ilegítima. Al final, igual maté a Katia con mis propias manos...
¿Sarah era la asesina de su madre biológica?
La sangre de Samantha hervía. Se cubrió la boca con fuerza para no gritar, conteniendo el impulso de patear la puerta. Se apoyó en la pared, dándose media vuelta con el corazón acelerado.
Tenía que contárselo a su abuelo. Tenía que hacer que Sarah pagara por lo que había hecho.
Pero debido a su abultado vientre, se movía torpemente y, sin querer, chocó con un jarrón en el pasillo, provocando un leve ruido.
Sarah y Suzy se sobresaltaron al escucharlo. Abrieron la puerta rápidamente y vieron a Samantha, con su cuerpo visiblemente cansado por el embarazo, dirigiéndose con dificultad hacia las escaleras.
Madre e hija se miraron, y Sarah se apresuró a alcanzarla. Fingiendo preocupación, la sostuvo por el brazo y preguntó:
-Samantha, ¿por qué regresaste? ¿No estabas con el tío Tom para el chequeo?
Samantha, con repulsión, rechazó su contacto, alejándose con evidente tensión. Su cuerpo temblaba ligeramente, y sus ojos mostraban pánico y miedo.
Era como si estuviera frente a una asesina imperdonable.
Su reacción confirmó las sospechas de Sarah.
Al ver que Samantha ya sabía la verdad, Sarah dejó de fingir. Su expresión cambió y la miró con frialdad, dejando ver su verdadera cara.
-Samantha, estás embarazada, ¿verdad? No te alteres demasiado. Si algo le pasa al bebé, no será bueno para nadie.
En apariencia sonaban palabras de preocupación, pero el tono ocultaba una amenaza. Estaba utilizando al bebé como escudo para intimidarla.
Samantha lo entendió de inmediato. La rabia le subió al pecho como una ola ardiente. Le lanzó una mirada feroz a Sarah y se giró tambaleándose hacia la puerta.
Sarah estaba completamente desequilibrada. Tenía que contarle todo a su abuelo cuanto antes. Sarah tenía que pagar por la muerte de su madre.
Al ver a Samantha alejarse, Sarah lanzó una mirada siniestra a Suzy.
Suzy entendió la señal. La siguió discretamente, y justo cuando bajaban las escaleras, la empujó con fuerza.
-¡Ah...!
Samantha soltó un grito mientras su cuerpo perdía el equilibrio y rodaba escaleras abajo.
En el momento del impacto, su vientre golpeó el suelo, y un dolor desgarrador se extendió por todo su cuerpo. De inmediato, grandes manchas de sangre comenzaron a brotar entre sus piernas...
El aire se impregnó con el fuerte olor metálico de la sangre.
-Ugh...
Samantha gemía de dolor, empapada en sudor frío. Intentó levantarse, pero no tenía fuerzas. Luchó un par de veces, pero no pudo resistir la oscuridad que se apoderaba de ella, y terminó desmayándose en el suelo.
...
Sala de urgencias del hospital.
Samantha, cubierta de sangre, yacía sobre la mesa de operaciones. El dolor punzante en su abdomen bajo era como una licuadora destrozando su interior. Todo su cuerpo temblaba, y el sudor frío empapaba su piel.
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