Aclaración: La abreviatura Dom, quiere decir dominante hombre. La abreviatura Domme, quiere decir dominante mujer.
****************************************************
Estoy atada y suspendida de un sistema de poleas en el techo. Una barra separadora me niega la capacidad de cerrar las piernas. Estoy abierta y expuesta para el placer de él, mi Señor.
Ha decidido vendarme los ojos esta noche, esto me hace feliz, porque aumenta mis otros sentidos y hace que la escena sea mucho más intensa y placentera. Me concentro en escuchar, él está recogiendo lo que necesitará para completar la escena.
Apenas veo el susurro de sus piernas vestidas de jean cuando se acerca.
Está cerca.
Puedo escuchar el ligero ascenso y descenso de su pecho mientras me hace esperar con anticipación.
Tengo tantas ganas de gemir mientras él lame el rastro caliente desde mi hombro hasta el lugar justo detrás de mi oreja. Sé que no debo hablar sin permiso, a menos que quiera ser castigada, lo que terminaría con más dolor que placer.
Puedo sentir su aliento abrasador en mi oído.
—Mírate... Te ves tan hermosa en tu presentación. ¿A mi puta le gusta que la tenga atada y completamente a mi merced? —pregunta retóricamente, sabiendo muy bien que no me ha dado permiso para hablar— ¿Quieres saber lo que he planeado para ti esta noche? ¿Quieres saber qué cosas traviesas planeo hacerte, antes de cogerte bien y duro? — El cálido aliento levanta la piel de gallina en mi carne altamente excitada.
Una vez más, se ha encontrado con mi silencio.
Tocando mi cuerpo como un hábil pianista que hace cosquillas en los marfiles, toma mi pezón izquierdo entre sus dientes, mientras simultáneamente acaricia mi clítoris.
Incluso sin el familiar tintineo de la cadena, sé que me está preparando para las pinzas. Tirando y mamando mi pezón izquierdo, pellizcando y tirando del derecho, cobran vida, alargando el toque hábil. Duros como una roca en anticipación de la mordedura de las abrazaderas.
Cuando está satisfecho de que están lo suficientemente trabajados, me sujeta el pecho y el clítoris. Me muerdo el labio inferior y ahogo un gemido mientras siento que las pinzas se clavan en la carne de mis áreas más sensibles. Trato desesperadamente de concentrarme en mi respiración mientras mi cuerpo se aclimata a la mordedura de las pinzas.
Por increíble que parezca, esto hace que una corriente de deseo fluya de mi intimidad adolorida.
Él arrastra un dedo a través de mi sexo extremadamente húmedo e hinchado, haciéndome estremecer involuntariamente.
Chasquea la lengua y luego habla—: Estás haciendo un desastre, tu vagina caliente está goteando por todas partes. Eso no es educado ahora, ¿verdad? Puedes responderme, hasta que decida lo contrario —instruye.
̈Lo siento, señor. Tu puta no tiene la intención de hacer un desastre. ̈Pido disculpas.
̈—Tus disculpas no limpiaran mis manos empapadas. Debes hacerlo tu —ordena.
Sabiendo lo que está por venir, obedientemente abro mi boca para lamer sus dedos y aunque no lo pueda ver, sé que me observa con deleite.
Él gime disfrutando del sabor almizclado y dulce y picante de mi excitación en sus dedos. Tengo cuidado de eliminarlo todo. No deseo hacerlo enojar.
—Veo que te gusta tu sabor en mi dedo. Eres tan sucia que me fascina —hundo su dedo en mi boca y lo escucho jadear. Él aprieta mis mejillas y tras obligarme a dejar abierta mi boca escupe. —Perra. ¿Qué haré contigo? —y suelta mi rostro.
Tirando de las cadenas de las abrazaderas, haciendo que las abrazaderas muerdan más profundamente en mi carne. Aspiro un suspiro sobresaltado mientras él hunde dos dedos en mi interior, sin escatimarme piedad.
La quemazón en mi bajo vientre no tarda en aparecer, pero sé que no me concederá la liberación tan temprano en la escena. Trato de pensar ocupar mi mente en otra cosa y vitar desarmarme sin su consentimiento, pero ninguna nota mental frustra mi inminente orgasmo.
Tan rápido como entraron sus dedos, me dejaron. Inmediatamente me quejo por la pérdida. ¡Él me tiene donde me quiere: desenfrenada, ardiente y frustrada porque necesito desesperadamente FRICCIÓN!
Me quejé en protesta, mientras el sonido de él lamiendo mis jugos de sus dedos resonaba en la sala de juegos. En mi estado de frustración sexual me retuerzo en mis ataduras, haciendo que las cuerdas se hundan un poco más en mi carne. Me concentro en la sensación de las cuerdas para centrarme una vez más.
—Mi pequeña puta es codiciosa esta noche. Creo que tal vez necesites recordar quién controla tus orgasmos. A quién pertenece todo tu placer, para el caso—, su voz de terciopelo es tan tranquila pero dominante, que tengo que luchar para no eyacular solo por sus meras palabras—. Creo que para darte una lección, te dejaré sin liberación esta noche —amenaza con bajar su mano rápidamente para abofetear mi glúteo derecho y luego el izquierda.
Lloro. El aguijón de su mano que entra en contacto con mi trasero desnudo solo sirve para intensificar el dolor palpitante de mi clítoris hinchado. ̈
—Por favor, señor... tu put no quiso molestarlo. Se lo ruego.
Le encanta cuando le ruego.
Él ama el tipo de control que solo él posee sobre mi cuerpo.
—¡Abre! —ordena colocar la cadena de las pinzas entre mis dientes, y cuando lo hago, advierte—: Recuerda las consecuencias si no lo haces.
«Recuerda, odia repetir las cosas. No querrás que te deje con las … », no concluí mis divagaciones internas, porque, de inmediato son interrumpidas por aquella sensación áspera y a la vez excitante de una profunda lamida en la parte interna de mi muslo. Sacudiéndose ante la sensación de sorpresa, la cadena tira de las pinzas causando un gemido desde lo profundo de mi garganta.
Esto se siente jodidamente tan bien.
No sé en qué concentrarme más. La mordida de las pinzas o lo juguetona de su lengua. Estoy fuera de control de este cóctel embriagador de dolor mezclado con un placer indescriptible.
Sus manos acarician el rastro de saliva en mi cuerpo, mientras me retuerzo de deseo.
Es demasiado, pero aún no es suficiente.
Él sabe dónde lo quiero, pero está pasando por alto la fuerte necesidad porque me haga suya.
Gruño en protesta y su respuesta es algo… ¿rara?
—Clara, ¿de qué color somos? ¿Somos verdes? —pregunta.
Sin pensarlo dos veces, muevo la cabeza en confirmación de que realmente somos verdes.
“Quiero más, maldita sea. A quién demonios le importa de qué color somos”
No es que sea idiota, pero ¿quién puede pensar con racionalidad si se está tan excitada? Toda lógica y el pensamiento razonable se me escapa.
Siento el calor de la fusta y antes de que pueda aducir algo, lo hace rozar con mi monte de venus. Muerdo mis labios para no romper con esa regla fundamental «No hablaras sin mi consentimiento», pero me muero por rogarle que me haga suya.
Sabiendo exactamente lo que está haciendo, lleva la fusta a mi vagina, al tiempo que se balancea en mi cabeza.
Me quejo.