Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
Me llamo Débora, tengo 34 años y jamás me casé... no por dudar del amor o ser una persona que valora su soledad como muchos otros del mundo, sino por qué, de hecho, no he encontrado ese tal cierto de las películas y novelas cliché.
Me gusta mucho el sexo y el hecho de estar soltera no me impide disfrutar de un buen compañero de cama cada vez que quiero y modestia aparte, no me faltan buenas opciones. Me llaman libertina, descarada y hasta peor... la verdad no me ofende y debemos saber usarla a nuestro favor.
Tengo un hijo de 16 años llamado Lucas que vive actualmente con su padre, nuestra relación estaba estremecida. Tal vez él ha proyectado en mí una especie de culpa por no tener una familia completa, los niños de hoy en día están acostumbrados a tratar con familias en sus más diferentes formatos, pero para mi desgracia Lucas no es parte de esa parcela.
Cuido de mi cuerpo y de la mente, soy secretaria desde hace unos 6 años de la empresa Lujuria lencería... mi jefa es una mujer madura e inteligente llamada Sandra.
Ella tiene más de 60 años, su experiencia y seguridad es modelo inspirador para cualquiera, a pesar de tener tantos por debajo de ella, sabe ser elegante y articulada en todo lo que hace. Estaba en mi oficina, poniendo algunos archivos en orden, cuando la vi llegar.
– Débora, llévale estos papeles al doctor André, por favor.
Cuando vi de qué se trataba, yo temblé y ella percibió mi sorpresa por mi mirada asustada.
– Sí, hija, es hora de retirarme de la compañía y pasar unas buenas vacaciones fuera del país. Mi hijo vendrá del extranjero y tomará mi lugar en la presidencia, pero no quiero que comente con los otros funcionarios todavía. ¡Yo misma avisaré en reunión el próximo miércoles!
– Es una pena perder un jefe como usted, siempre tan amable.
De hecho, lo que temía era ser comandada por un hombre, antes de llegar al verdadero paraíso que era aquella empresa yo tuve que sufrir mucho a manos de jefes acosadores, tal vez eso haya dejado una parte de toda la revuelta que me causa el sexo opuesto.
– Benicio es un buen chico.
No puedo negar que tenía curiosidad por conocer a su hijo, siempre hablaba tan bien de ellos. Eran dos, Philip, de 26 años, y el primogénito Benicio de 37 años. Lo que siempre la molestaba era que ninguno de los dos quería casarse. Ambos tienen hijos, pero nunca quisieron formar una familia y era innegable que teníamos eso en común.
Terminé lo que todavía tenía pendiente de hacer en mi oficina y tomé un taxi en la puerta de la empresa, percibí las miradas de algunos imbéciles que esperaban en la parada de autobús y arreglé mi falda secretaria. Luego conseguí un taxi y entré, pedí que me llevara al centro y llegué a la oficina, llevé los papeles para el abogado y comenzaron a realizar los trámites para que Benicio pueda asumir todo el control de la empresa.
– Hola, vine a entregar unos documentos y hablar con John.
– Está ocupado, siéntate y espera. - Esa mujer siempre fue descortés conmigo, ella sabe bien lo que su jefe y yo hemos compartido dentro de su oficina.
Me incliné sobre su escritorio.
– No te hagas la tonta, sabes que aquí tengo pase libre.
La dejé hablando sola y como ya sabía el camino, fui a su oficina. Abrí la puerta y luego la mirada de él dio aquella bajada descarada y subió mapeando todo mi cuerpo.
– Aquí están los documentos que doña Sandra pidió que le entregara.
John cogió los papeles con mi mano y nos miramos a los ojos.
– ¿Y eso es todo lo que viniste a darme?
– Sí, prepare la documentación y mañana pida a la secretaria que llame a la empresa y le diré al moto boy que venga a buscarla. ¡Eso es urgente!
– No me refiero a eso, Débora y tú lo sabes muy bien.
Dio la vuelta a la mesa, me agarró y nos besamos, John sabía bien cómo volverme loca... Había aprendido bien dónde me gusta que me toquen las pocas veces que le he dado ese privilegio. En segundos abrió mi blusa engullendo mis pechos, levantándome por la cintura.
Sus dos manos recorrieron mis muslos, subiendo mi falda negra, colocando mi pieza íntima a un lado.