Como si fuera un cuento de hadas, el viento jugueteaba con el cabello de Amelia, mientras que ella caminaba por los extensos senderos de su gran mansión, sin ni una sola preocupación, y hasta ese momento, ni un solo sufrimiento. La vida perfecta para cualquier mujer inocente que solamente creía en la pureza del amor.
Amelia, heredera de una de las mayores fortunas del país, es la protagonista de este relato encantado. Las revistas de sociedad elogiaban su gracia y elegancia, mientras su riqueza la convertía en el objeto de deseo de muchos.
No obstante, Amelia anhelaba más en la vida, buscaba el amor verdadero, una conexión que no estuviera marcada por la fortuna, sino por quien era realmente.
Y así llegó la noticia que alteraría su destino para siempre. Su progenitor, el influyente magnate industrial Ricardo Reynolds, había ideado un plan ambicioso para asegurar el futuro de la familia y su riqueza: un matrimonio concertado con uno de los solteros más destacados y enigmáticos del país.
Pero Amelia intuía que aquel pacto matrimonial era simplemente un acuerdo de negocios, lo cual la llenaba de frustración. Ni siquiera había tenido la oportunidad de conocer al hombre con el que se suponía que se casaría.
-Padre, no puedo hacerlo. ¿Quién en su sano juicio se compromete sin conocer a su prometido? -Amelia expresó su frustración mientras tomaba asiento, sumida en un mar de pensamientos.
-Tienes que hacerlo, Amelia. Este hombre goza de un prestigio inigualable. La fusión de nuestros apellidos fortalecerá nuestro imperio, serás la envidia de la ciudad. Además, obtendré el anhelado puesto en la alta cúpula gubernamental que tanto ambiciono; el abuelo de Maximiliano me lo garantizará tan pronto como se concrete el matrimonio.
Amelia lo miró con nostalgia y se levantó de su asiento.
-¿Y a cambio de qué, papá? Observa a tu alrededor, padre, aprecia todo lo que ya posees. ¿Realmente me estás cambiando por un cargo?
No se trata de un empleo corriente; pronto podría ascender a la presidencia. Además, rescataré su empresa con una pequeña inversión, la libraré de la quiebra, es un hecho. No puedes oponerte, mi querida Amelia; el contrato ya está firmado. Además, la unión de su apellido con el nuestro nos conferirá un poder sin igual.
Amelia observó a su padre con una mezcla de enojo y desconcierto. Siendo una mujer independiente y madura, con una sólida fe en el amor, el plan de su padre le parecía completamente fuera de lugar.
-¡No estoy de acuerdo, papá! Ni siquiera lo conozco. ¿Acaso ese hombre está de acuerdo en casarse conmigo? Ni siquiera lo he visto en persona. Es más, no tengo ni una sola foto de él. ¡Papá, por favor!
En ese momento, la madre de Amelia se asomó al jardín al escuchar los gritos de su hija.
-¿Qué está sucediendo aquí?
-Mamá, dile a papá que no quiero casarme por contrato, por favor -la madre de Amelia bajó la cabeza avergonzada y le respondió en un susurro-. Cariño, lo siento mucho. No puedo hacer nada. El contrato ya está firmado, el futuro de esta familia depende de esa boda. Lo siento mucho, hija.