Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
Extraño, cásate con mi mamá
No me dejes, mi pareja
El réquiem de un corazón roto
El dulce premio del caudillo
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Vivo en un lujoso apartamento que él compró exclusivamente para mí. Aunque tengo joyas, lujos, carros y una casa, como mujer de clase baja, me siento incómoda con todo lo que tengo a mi disposición.
Soy empleada en una destacada empresa de Londres, mi salario es bueno, pero no es suficiente para cubrir todos los gastos, especialmente cuando debo ayudar a mi abuela con medicamentos costosos. Mi vida dio un giro inesperado hace un mes cuando él entró en mi vida. ¿Cómo debería sentirme siendo "la otra"?
A pesar de sufrir, no es fácil para mí. Lo que me duele es tenerlo en mi cama y en mi corazón, mientras me pregunto si él me tiene en el suyo, aunque sea en una esquina fría y dura. No entiendo por qué prefiere estar conmigo en la cama si tiene a una mujer hermosa a su lado con la que planea casarse. ¿Qué soy exactamente para él? No puedo entenderlo, y su forma fría de tratarme me confunde. Parece utilizar mi cuerpo según su necesidad. Aunque lo amo, no puedo comprender sus pensamientos; su mirada es fría, su rostro inexpresivo. A pesar de todo, siempre lo he amado y, por amor, me veo atrapada en este papel, conformándome con tenerlo cerca, pero sabiendo que siempre seré la amante.
~Aquí empieza mi historia~
*Un mes antes*
Era un día común en la compañía cuando llegué, los pasillos resonaban con rumores sobre un cambio importante. Llevo dos años como secretaria del Sr. Bladimir Tyler, un jefe exigente que valora la puntualidad y la responsabilidad. Aunque ha sido un desafío, me considero afortunada.
Sin embargo, ese día trajo sorpresas: se hablaba de un nuevo dueño para la empresa Tyler, alguien con más poder. El Sr. Tyler, ya anciano, necesitaba un descanso, y su puesto estaba en juego. Nadie esperaba esta noticia, y personalmente, me tomó por sorpresa. Surgió el temor de perder mi trabajo ante posibles cambios de personal.
En ese momento, atravesaba una crisis personal: mi abuela acababa de ser hospitalizada por problemas de cáncer, y los costosos analgésicos añadían presión financiera. Cada día me esforzaba por ganar dinero, y perder mi empleo sería una gran decepción en medio de estas dificultades.
El anuncio oficializó el traspaso de la empresa a manos de Eduardo Walton Ferrero. Al pronunciar su nombre, mi corazón casi salió de mi pecho. ¿Era esto real? Era el señor Walton, uno de los empresarios más reconocidos en la ciudad. Que esa compañía pasara a ser suya era como quitarle un pelo a un gato; su familia era extremadamente adinerada, y eran tema frecuente en revistas y periódicos. Pero lo más significativo para mí era que él era mi amor platónico. Incluso recorté su fotografía de los periódicos. Verlo en persona era mi sueño, y de repente, se había vuelto realidad.
Todos hablaban de él, y mis compañeras también estaban emocionadas. Eduardo era deseado por muchas personas, tanto mujeres como hombres. Su atractivo y elegancia eran innegables, y nunca pensé que estaría a su altura. Soñaba con cosas con él, y me preguntaba qué tipo de mujer le atraería.
De repente, todo se sumió en silencio tras tanto murmullo. El señor Walton llegó para asumir su puesto como presidente, y todos hicieron una reverencia, excepto yo. Estaba en shock al verlo por primera vez en persona; mis piernas temblaban, mi corazón latía inquieto, y me sentía torpe frente a todos. Observaba cada detalle: su cuerpo, su rostro, un traje elegante, zapatos finos y un costoso reloj Rolex. Todo en él era perfecto.
En ese momento, una compañera me pellizcó el brazo, y fue entonces cuando reaccioné y realicé la reverencia. Me sentí realmente tonta.
Cuando empezó a hablar con su voz grave, me estremecí. Incluso su manera de expresarse era perfecta. Se presentó y se encaminó hacia la oficina presidencial, pero antes, me miró. En ese instante, no sabía qué hacer. Pensé que podía ser porque no hice la reverencia al principio, una falta de respeto hacia él. Tragué saliva y me quedé inmóvil. Su mirada era intensa y penetrante, su rostro frío e inexpresivo, lo cual me atemorizó un poco, no lo puedo negar.
—Tú, pasa a mi oficina—me dijo con evidente frialdad. Todos me miraron como si quisieran decir "te compadezco". La verdad es que ya todos podían percibir su aura helada, y también temían por sus empleos. Sería muy mala suerte quedar sin trabajo antes que todos.
Él me dio la espalda y entró a la oficina. Tragué saliva y lo seguí, rogando a Dios por conservar mi empleo. No me importaba si me llamaba la atención por lo anterior; lo que no quería era perder mi puesto.
Al entrar a la oficina, me quedé de pie frente a su escritorio. Él ya estaba en su puesto, acomodó unos papeles sobre la mesa y luego me miró, pero lo hizo de pies a cabeza. Me sentí nerviosa; no podía creer que estaba frente a él. De cerca, era mucho más guapo.
Todo quedó en silencio, sin saber si debía romperlo o quedarme ahí como una tonta. A pesar de la incertidumbre, no mostré nerviosismo; mantuve la compostura. Él me miraba directo a los ojos, y yo le devolvía la mirada, decidida a no dejarme intimidar. Aunque por dentro estaba emocionada, no permití que se notara; no sería correcto.
—Entonces, eras la secretaria del viejo Tyler, ¿verdad?—rompió el incómodo silencio. Fue un alivio que empezara a hablar; ya no podía soportar más la incomodidad.
—Sí, señor— respondí de inmediato, sin titubear.
—¿Cuál es tu nombre?—preguntó mientras hojeaba unos papeles.
—Me llamo Sandra Stanley, señor.
—¿Edad?.
—25—respondí rápidamente.
Fueron preguntas y respuestas directas; no creo que la edad fuera necesaria, aunque comencé a trabajar desde muy joven.