Han pasado un poco más de siete años desde que me fui de Milán. Aquel chico de 18 años que dejó su casa para irse a estudiar a una de las mejores universidades del mundo ha quedado atrás al igual que ahora lo están quedando mis años en Harvard. Alejarme de mi familia y amigos a tan corta edad no ha sido fácil, eche mucho de menos a mis padres, a mis hermanas, y sobre todo a ella.
Extrañe a horrores a mi mejor amiga, nuestras conversaciones al salir de la escuela, defenderla de los que la molestaban por cualquier cosa, y nuestras tardes encerrados en el taller de diseño de la empresa, donde ella soñaba con convertirse en una diseñadora de moda importante.
Me pregunto qué será de su vida, desde que le dije que me quedaría en Massachussets para hacer mi maestría en finanzas, perdí el contacto con ella. El día que no pude comunicarme más con Anahí, me desespere, comencé a preguntarle a mis padres si sabían algo de ella, o si podían darle el mensaje de que se comunicara conmigo, pero las respuestas que obtenía eran muy breves, “ella está bien”, “si hijo, no te preocupes, nosotros le daremos tu mensaje.” A pesar de esto, no puedo dejar de cuestionarme si realmente le han dado mis mensajes, o si ella verdaderamente estaba bien, pero, sobre todo, ¿Por qué no quiso hablar más conmigo?
“Vuelo número 1754 con destino a la ciudad de Milán, por favor abordar en la compuerta número 17” Escucho que llaman por el altavoz y este mismo mensaje es dicho en inglés e italiano.
—Baby, vamos, no quiero ser la última en abordar— me dice Antonella mientras que se abraza a mi brazo para hacer que me mueva.
—Vamos, igual no sé qué te preocupa, tenemos asientos en primera clase— respondo mirándola a esos ojos color mar que me sedujeron desde el primer día que nos vimos en aquella fiesta hace ya un año atrás.
—Sabes que no me gusta que me empujen ni que me lleven por delante con sus maletas— se defiende y sonrió.
—Está bien, vamos— accedo y de esta manera rápidamente vamos hacia la compuerta correspondiente y una vez que el personal de la aerolínea nos lo permite, abordamos el avión.
Mi novia toma asiento en el asiento que da a la ventanilla mientras que yo acomodo nuestro equipaje de mano en el portaequipaje superior y luego me siento a su lado —¿Cuándo le vamos a contar a tus padres? — me pregunta mientras extiende su mano para poder apreciar el anillo de diamantes que le di el día de la graduación de la maestría hace una semana atrás.
—Se darán cuenta cuando vean el anillo, no te preocupes— bromeo y ella sonríe.
—Me hubiera encantado conocerlos antes de ir a Milán— comenta un poco cabizbaja.
—Sabes que quisieron venir a la graduación, pero mi hermana pareció haberse puesto de acuerdo y dar a luz a mi sobrino un día antes— digo y con tan solo recordar la voz de mi padre al teléfono me rio solo.
—¿De qué te ríes baby? — inquiere y besa mi cuello.
—De mi padre gritando “¡viene el bebé!” —explico y ahora estamos riéndonos los dos.
—Pobre, es que también tu hermana…— comenta, pero al darse cuenta de la manera que la miro, ella guarda silencio. Si hay algo que no voy a aceptar nunca de alguien que este conmigo, es que juzguen a mi familia, mucho menos a mis hermanas.
—A cualquiera le puede suceder— declaro un poco más serio.
—Si, eso es verdad— Se limita a responderme mientras que de fondo comenzamos a escuchar las instrucciones de seguridad y nos sentamos correctamente para despegar.