Y ahí estaba yo, en la dichosa cafetería La Onza de Oro, sentada en una mesa con acceso a la ventana con vista hacia la calle en donde los carros pasaban y las personas caminaban por la acera, de un lado a otro, dentro de sus propios mundos, cada uno con problemas que desconocía y no me importaban.
El local solo llevaba unos pocos días de haber abierto sus puertas, como quedaba cerca de mi casa decidí pasarme ese día con la intención de encontrar algo que me inspire a dibujar, había entrado en un bloqueo desde hace semanas, quería salir de él ya que mi economía dependía del arte.
Un embriagante olor a café despertaba mis sentidos, estaba esperando que algún trabajador me atendiera, todo estaba lleno así que tenía que esperar mi turno. Me percaté que habían tres, dos chicas y un chico que llamó mi atención.
Lo detallé con precaución, no quería que se diera cuenta que lo estaba mirando mientras atendía a los clientes y preparaba café en el mostrador. Un hombre alto, de cabello castaño que se notaba sedoso a simple vista, a parte que el uniforme que llevaba puesto era tan apegado a su cuerpo que le hacía resaltar su figura tonificada... ¿En qué estaba pensando? ¿En cómo se vería desnudo?
Basta, Camila, respira.
Golpeé mis mejillas para volver a la realidad, no debía pensar ese tipo de cosas vulgares. Noté que aquel chico al que estaba analizando se acercaba a mi lugar, con una sonrisa.
—Bienvenida a La Onza de Oro. ¿Qué desea ordenar? —preguntó, con amabilidad en su hablar y sus ojos notoriamente azules entre cerrados.
—Eh... ¿Me recomiendas el mejor café? Y una rebanada de pastel achocolatado por favor —respondí, intentando no mantener tanto contacto visual, me ponía nerviosa lo guapo que era.
—Pastel de chocolate —corrigió, escribiendo en un bloc de notas pequeño—. Y sería el capuchino. Ya se lo preparo.
Era lo mismo.
Se dio media vuelta y caminó hasta el mostrador en donde tenían las maquinas para hacer café.
Mientras esperaba decidí sacar mi cuaderno de dibujos y el lápiz que siempre llevaba conmigo a todos lados. Ese chico no salía de mi mente, quería dibujarlo, pero de una manera un tanto; diferente.
Me dejé llevar por las fantasías que lograba ver en mi cabeza, tenía tiempo sin que se me ocurriera algo para plasmar en papel. Una corta historia se creó en mi mente, en donde el chico apuesto del café me prestaba atención y teníamos una noche llena de pasión.
Los trazos eran finos, cada detalle y cada sombra hacían que el dibujo me transmitiera calentura, lo hice realista, dibujé al chico del café desnudo, imaginando cómo podría ser su miembro. ¿Grande, pequeño, delgado, grueso? No tenía idea, de lo que si estaba segura es que debía ser rosadito, es decir; su piel era tan pálida como un papel y sus labios tan coloridos y carnosos como si usara pintura rosa, decidí hacer su parte íntima de un tamaño promedio, detallé bien su abdomen como si fuera lo más perfecto en él.
Al tenerlo dibujado acostado en una cama, desnudo y con el pene erecto, proseguí haciéndome a mí, a un lado de él, quería que eso fuera una especie de cómic, hoy sería un dibujo, mañana otro y así, todo siguiendo una misma línea de tiempo, es resumen; primero planeaba dibujarnos desnudos, para tener una idea de nuestros cuerpos y luego unirlos en los próximos dibujos, porque no solo quería hacer uno, tenía tantas ganas de hacer muchos, con todas mis fantasías sexuales, con la ayuda de ese chico.
Me había despertado una chispa dentro.
No era la primera vez que hacía algo así. Había tenido otros crushs platónicos anteriormente.
Como ya conocía mi cuerpo, no me fue difícil plasmarlo en el papel, figura esbelta, parte íntima con un corte de vello a mi manera y pechos medianos. Nunca me gustó depilarme completamente ahí abajo, prefería hacerle cortes random, o dejar un poco de vello, me resultaba cómodo.
—¿Te gusta dibujar?
Mi corazón se fue directo a mi garganta y los pelos de la piel se me erizaron por completo, cerré a la velocidad de la luz el cuaderno al haber escuchado la voz del chico que me atendió a mi lado, mis mejillas estaban calientes y los pensamientos eróticos que estaba teniendo sobre él me hicieron sentir mal al ver que me sonreía con inocencia.
—¿Estás bien? Aquí está tu pedido —agregó, colocó el café y el plato con el pastel en mi mesa.
—¡G...Gracias! Eh, era solo un garabato mientras esperaba —Me trabé en varias palabras, pero a él no pareció importarle.
Que estúpida.
Veintiún años tienes Camila, y todavía te da vergüenza cualquier cosa, sobre todo si involucra un chico.
—Vale, que lo disfrutes —Hizo una reverencia y se marchó.
Dios, menos mal que no se acercó lo suficiente para darse cuenta que lo había dibujado desnudo junto a mí. ¿En qué cabeza alguien haría semejante cosa? Pensaría que soy una loca pervertida.
Tomé la taza de café y probé un poco, estaba delicioso, mejor que el que hacía mi mamá cuando vivía con ella. Hace dos años que decidí independizarme en cuando me fue bien con mi arte.
Vivía en una casa pequeña y acogedora, excelente lugar para una sola persona. En mis veintiún vueltas al sol, solo había tenido dos novios con los cuales no llegué a perder, ejem... Ya saben, la cosa esa que todos llaman "virginidad".
No le veo el sentido, simplemente decir nunca he tenido relaciones sexuales y ya, para qué ponerle un nombre a eso.
Aunque, he de admitir que mi mente siempre fue muy cochina, en plan; me encantaba imaginar muchas cosas, sobre todo si involucraban a un chico y a mí puestos en escena, supongo que eso me sucedía por no haber experimentado "esas cosas".
Al terminar de comer, guardé mis materiales en la mochila y me dispuse a levantarme del lugar, había una enorme cola afuera, era mejor irme si ya había terminado y cederle el puesto a otra persona. Me dirigí al mostrador para pagar lo que consumí. Y ahí estaba él, preparando café, me quedé hipnotizada unos segundos hasta que una voz femenina me devolvió a la realidad.
—¿Efectivo o tarjeta? —Era la cajera, me estaba mirando.
—Efectivo —respondí, sacando el dinero y entregándoselo.
—Espero que haya disfrutado y vuelva pronto —comentó, solo me limité a sonreír y me fui del lugar.
Lástima que no logré conseguir el nombre del chico del café. Ya sería al día siguiente, porque obvio quería seguir yendo a La Onza de Oro por él.
(...)
Llegué a mi casa, encendí las luces y lo primero que vi fue a mi mascota, Zeus, moviendo su peluda cola. Era un gatito color negro con patitas blancas, como si tuviera puesto unos zapatos, y de grandes ojos verdes que me miraban con cara de "karen, dame comida".
Dejé caer la mochila y tomé a mi gato entre mis brazos, tan tierno que se veía el minino.
—Ay, pequeño Zeus, te extrañé tanto.
Él solo me maullaba, lo dejé a un lado para servirle croquetas, lo tenía gordo, bien alimentado y parecía un peluche.
Lindo.