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Emely sonrió, mientras observaba atentamente la pantalla de su celular, mordió su labio inferior intentando controlar las emociones que le invadían, tenía la necesidad de poder controlar esas emociones que fluían cuando lo miraba o lo pensaba, si quiera.
Sus pasadas experiencias le traición recuerdos amargos, no era afortunada en el amor, y encontrar a alguien que realmente valorara sus emociones y sentimientos, era muy complicado, gracias a qué la habían lastimado mucho en un par de ocasiones, había jurado no enamorarse, no volver a entregar tan fácilmente el corazón, pero Mateo Larson, le hacía querer olvidarse de todas aquellas promesas, que creía que ya no podría sostener.
Giró su rostro hacia la mesa de noche junto a la cama de su habitación, el florero contenía una docena de rosas, seis blancas y seis rosadas, aquel había sido un gesto muy hermoso, y más porque ella nunca había recibido rosas, y las amaba, amaba el olor, la dulce fragancia que despedían, que Mateo fuese el primero en darle rosas era algo mágico.
Él era un hombre muy dulce, atento y detallista, solía siempre hacer o decir cosas que la hacían sentir cómoda, era bastante dulce con sus palabras, y muy delicado en su trato, era casi imposible no enamorarse de él. Volvió la vista a su celular que volvía a timbrar.
— Cariño, pon pausa a tus estudios y ven a la mesa — La dulce voz de su madre Elene, la sacó de su ensoñación.
— Ahora mismo voy, madre — arrojó el celular a la cama y giró hacia la computadora, dejándo escapar un largo suspiró. Guardó lo que había realizado, cerró el documento, y salió. Su madre la esperaba en la mesa, junto a sus dos hermanos menores, fue al baño para lavar sus manos, al volver a la mesa, les sonrió y se sentó, su madre agradeció y bendijo los alimentos antes de comenzar a comer tranquilamente.
La tarde pasó apresuradamente y cuando solo faltaban veinte minutos para las cinco de la tarde, ya ella estaba lista y nerviosa. Observó su imagen frente al espejo, y sonrió, su cabello oscuro como es azabache llegaba apenas a rozar sus hombros, sus ojos color café, eran hermosos y brillantes, su madre solía decir que brillaban con la inocencia innata de su alma, había salido con chicos antes, pero Mateo era diferente, lo supo desde el primer momento que lo conoció.
Cerró los ojos para recordar ese día. Increíblemente tenían un amigo en común, un amigo por el que Emely, sentía un profundo amor de hermanos, pero que lamentablemente en más de una ocasión había expresado sus fuertes sentimientos hacia ella, sentimientos amorosos que ella no podía corresponder, y estaba segura de que jamás podría hacerlo, para ella era un hermano que la vida le había regalado. Ser la hermana mayor siempre la había empujado a ser la hermana protectora, esa que lucha contra todos por sus hermanos, Elene, su madre, solía decir; "Em, puede perdonar casi todo, pero jamás te perdonará si lastimas a alguno de sus hermanos", y esa frase era muy cierta. Es por eso que Ethan, era ante sus ojos esa imagen de hermano mayor, dulce, bueno, pero sobretodo protector.
Ethan, la había protegido muchas veces, en una ocasión golpeó a un chico que intentaba besarla a la fuerza, su gran estatura de metro ochenta y nueve, solía ponerlo por encima de la mayoría de los chicos de su edad, y aún mayores. Con Ethan, salía a bailar y divertirse, al igual que con Lisbeth, para Emely, contar con ellos dos, era como tener otros dos hermanos mayores, a los que ella cuidaba, y a los que ellos protegían de manera incondicional.
Era una pena, Emely hubiese deseado poder corresponder a los sentimientos de Ethan, él era bueno y la quería realmente, así que lastimar sus sentimientos la hacía sentir muy mal, aunque él asegurase que todo estaba bien, y que el tiempo le ayudaría a superarlo.
Eso esperaba.
Siguió recordando aquel día. . .
Emely, llegó a la plaza a reunirse con su amigo Ethan y lo vio en compañía, solo que no le dio importancia, pero cuando vio a aquel chico, su corazón dio un pequeño salto, nunca antes le había sucedido algo como aquello, es como si por algún motivo quisiera salirse de su pecho. Luego comenzó a latir desbocado, sus manos temblaron y su cuerpo se estremeció cuando tus grandes ojos marrones se posaron en ella.
¡Oh, que ojos tan hermosos!
Son claros, bellos, limpios, sin maldad, sin egoísmo, son buenos, es así como ella pudo verlos. Unos enormes ojos marrones fijos en ella.
Sin pensarlo, se arrojó a los brazos de su amigo y dejó sobre su mejilla un cálido beso, él me estrechó con fuerza. No esperó ser presentada, era una persona sociable y muy amigable, aunque en aquel momento se sentía un poco cohibida, no reprimió sus instintos. Se inclinó y besó la mejilla masculina de su amigo y la de otro chico que los acompañaba.
— Mucho gusto, soy Emely— dijo dulcemente mientras sonreía. Aquellos hermosos ojos seguían clavados es ella. Inmediatamente lo supo, en ese momento intuyó que su vida cambiaría.
Emely, abrió los ojos volviendo a la realidad. Sonrió a su reflejo pensando en que había tenido razón, su vida comenzaba a cambiar. . . gracias a él.
Cuando llegó a la plaza, Mateo ya la esperaba, la tomó entre sus brazos, estrechándola de manera calurosa.
— Hola, estás muy linda.
— Gracias— le respondió sonrojada.
—Traje ésto para ti— ella se sintió feliz, los detalles de Mateo la hacían sentir muy especial, él le extendió un hermoso perro de peluche, con su gorrito rojo y enormes ojos café.
—Es hermoso, muchas gracias — responde tomándolo y depositando un beso en la mejilla de él — Es precioso, Mateo. Siempre quise uno como éste.
—Entonces me alegra ser yo quien te lo de.— le regaló una enorme sonrisa.
—Le llamaré, Theo— dijo sonriendo — en honor a ti, un diminutivo de tu nombre.
—Gracias, es como si de hoy en adelante yo te acompañará siempre.
— Lo cuidaré mucho, de nuevo gracias, sabes que no es necesario que me compres cosas, amo los pequeños detalles que puedas darme, y son precisamente detalles que no compras con dinero.