El vagabundo.
— ¡Qué diablos está pasando aquí? — gritó Esther cuando abrió la puerta de la oficina de su prometido y lo encontró con su hermanastra Leidy, ambos semidesnudos sobre su escritorio.
El hombre abrió los ojos asustado y se apartó de la mujer que cayó de espadas por detrás del escritorio.
Esther no conocía a su prometido, su padre lo había escogido para concretar un negocio y se suponía que se conocerían esa tarde en una cena, pero Esther quería verlo antes, hablar con él y aclarar las cosas, nunca se imaginó lo que encontró.
— ¿Esther? Espera, no es lo que parece — Esther dio un paso atrás, quería salir corriendo del lugar, pero sintió tanta rabia con su hermanastra que quiso golpearla. Ambas se odiaban, de seguro se había metido con su prometido a propósito y que era su jefe, así que se volvió hacia ella y la miró, la muchacha tenía el cabello oscuro muy revuelto y lloraba, pero Esther notó algo raro, ya estaba llorando antes de que abriera la puerta.
— ¿Leidy? — le preguntó Esther y la muchacha se puso de pie, corrió hacia ella y la abrazó mientras lloraba, así que Esther lo entendió — ¿La estabas obligando? — le preguntó a su prometido mientras él se estaba vistiendo.
— No, claro que no.
— Sí me estaba obligando — murmuró su hermanastra. Esther y ella nunca habían tenido una buena relación el terror que tenía en la mirada hasta la asustó a ella.
— ¡Me das asco! — Le gritó a su prometido — ¡Nunca me casaré contigo! — él se rio.
— Yo no estaba haciendo nada. Sí te casarás conmigo, mi papá lo ordenó y el tuyo tambien, así que no hay marcha atrás — Esther sintió ganas de vomitar.
— Primero me muero a pisar el altar con un monstruo como tú — tomó a su hermanastra y la sacó de su oficina.
— Nos vemos esta noche en nuestra cena de compromiso — le dijo el hombre con burla cuando se alejaron.
Esther bajó del lujoso auto, los tacones resonaron cuando los apoyó en el pavimento. La nieve comenzaba a caer a raudales y la calle se llenaba de una fina capa blanca.
Caminó seguida de los guardaespaldas por entre los hombre y mujeres que se arremolinaban entre barriles con fuego para conservar el calor.
Sacó de la billetera un fajo de billetes y lo levantó en el aire. Todos los presentes la miraron y ella aguantó la respiración, desde ahí lograba sentir el hedor de las personas de la calle que la vieron con curiosidad.
— Tengo mil dólares para el hombre que quiera hacerme un favor — nadie contestó, de seguro todos pensaron que era una broma — solo tendrá que ir conmigo un rato y se quedará con esto — los cuatro o cinco hombres que había ahí caminaron hacia ella como atraídos por el olor del dinero y los guardaespaldas hicieron ademán de interponerse, pero ella los apartó.
Los hombres la llenaron de preguntas y ella los miró, eran demasiado viejos y feos. Levantó la cabeza y vio a uno, tenía la ropa sucia y rota, la barba le llegaba a la mitad del pecho y el cabello enmarañado hasta la mitad de la espalda, era muy alto y se veía relativamente joven. Ese le servía.
Esther dejó a los demás tras ella y caminó hacia el hombre que no la miró, estaba concentrada en la puerta de un edificio.
— ¿Te quieres ganar mil dólares por un par de horas? — le preguntó y el hombre le dio un repaso de los pies a la cabeza.
— Largate, barbie — le dijo, tenía una voz clara y profunda.
— Dos mil — le dijo Esther y sacó los billetes de la billetera y se los mostró, como un hueso a un perro.
— No me importa — pero Esther no estaba acostumbrada a que le dijeran que no.
— Dos mil quinientos, comida gratis y varias risas.
— Largate — bufó él y Esther avanzó. En efecto era un hombre alto, con unos ojos azules como el océano y el cabello castaño.
— ¿Te vas a perder esta oportuni…?
— Si — Esther apretó los billetes en su mano con tanta fuerza que los arrugó.
— Tres mil — el hombre volvió a mirarla, su expresión pasó del fastidio a curiosidad.
— ¿Y qué tengo que hacer señora millonaria? — preguntó, aunque no parecía realmente interesado.
— Tiene que fingir ser mi novio — el hombre soltó una carcajada grande que hizo que todos los que pasaban por la calle se los quedaran mirando.
— ¿Enserio? — Esther asintió muy convencida.
— No creo que sea difícil, solo tiene que comportarse como lo que es.
— ¿Y cómo soy?
— Un vagabundo, sin modales, tosco e ignorante. Eso es lo que necesito — el hombre alejó las manos del barril y sonrió de lado, tenía la cara sucia y las cejas despeinadas.
— ¿Y qué gano aparte del dinero? — Esther le pareció muy arrogante, ¿Quién se ganaba más de dos mil dólares por un par de horas?
— Joderle la vida a un millonario — el hombre le dio una mirada a la entrada del edificio, como si dejara atrás algo importante.
— Podría ser divertido — murmuró para sí mismo — ¿Qué podría pasar?
Cuando Esther subió a la camioneta tuvo que aguantar la respiración, el hombre olía a sudor fuerte y comida de calle y ella abrió el vidrio para que entrara el aire frío.
— Le pagaré cuando el trato esté terminado — pero el hombre negó.
— La mitad ya.
— No, le pagaré todo cuando termine.
— Detengan el auto, me bajo ya — Esther le indicó con una mirada a su hombre que no se detuviera.
— El treinta por ciento.