Capítulo 01
Verano…
Solía ser nuestra estación favorita, porque las hojas de los árboles caían; disfrutábamos verlas alzarse en vuelo o sentirlas crujir bajo nuestros pies descalzos.
Reíamos, vivíamos al máximo cada día, como si fuera el último. Quizás nos confundimos en el decurso que a veces pareció detenerse en esos momentos en los que tus ojos se fijaron en mis labios, yo sonreía nerviosa intentando descifrar tus intenciones; pero sólo llegaba tu dulce caricia a mi mejilla, tu voz que hacía de lo demás superfluo.
El tiempo se convirtió en monotonía, lento y veloz con tu ausencia. Aún lloraba por las noches, durante el día; el transcurso era demasiado difícil sin ti. Pensé tirar la toalla, pero… ¿Cómo hacerlo, si después de todo tenía motivos para seguir?
Era difícil verlo y escucharlo decir mamá, llamar papá a quien realmente era su abuelo, doloroso tenerlo cerca y no poder expresarle lo mucho que lo amo. Siempre que tenía la oportunidad lo traía a éste lugar, y sentados en el columpio lanzábamos rocas al lago.
Adoraba ver esa complicidad entre los dos, comprender lo que otros no.
***
Desperté sudorosa, la tenue luz de la luna se colaba por la ventana entreabierta al descuido. Estaba tan cansada que debí olvidarlo anoche. Me quedé unos segundos observando el cielo de la madrugada apenas esclareciendo, el viento ligeramente frío acarició mi rostro, haciéndome temblar en mi lugar.
¿Por qué no estás aquí? ¿Por qué tuviste que irte y dejarme con éste enorme vacío?
No me percaté de que varias lágrimas descendían con travesura, mojando su camisa, una de las pocas cosas que tenía de él. Su aroma se había ido hace mucho de esa prenda de vestir pero lo que significaba para mí, seguía ahí, manteniendo vivo los recuerdos, su esencia conmigo.
Aun cuando las promesas se rompieron, la burbuja en la que vivíamos ese tarde explotó y la felicidad se desvaneció, había mucho de lo que fuimos alguna vez, en el presente.
Sé que en el suyo también.
"Eres mi ángel", leí el grabado en el brazalete que me regaló cuando era una pequeña, jamás me lo había quitado. Sentía que mientras más conservaba conmigo esos detalles que nos forjaron, él estaría cerca.
Siempre…
Observé con nostalgia la fotografía sobre la mesita de noche. Hacía varios años atrás que fue tomada, estábamos en la playa abrazados y con una enorme sonrisa en nuestros rostros. En ese momento solo tenía ocho y él trece.
Jamás lo olvidaría.
Odiaba que se acabase todo, nada debió terminar de esa manera; cometimos errores, pero el precio fue demasiado alto.
Aún seguía mirando sus ojos azules, esa sonrisa roba suspiros, sus labios. Podía sentir su tacto en mi piel, la manía que tenía de tomar un mechón de mi cabello y aspirar el aroma a flores que emanaba.
—*J’adore la douceur de tes cheveux, mon ange —me había dicho cuantiosas veces en el perfecto francés que sonaba tan etéreo de sí.