Una esposa para mi hermano
Yo soy tuya y tú eres mío
El camino a reparar tu corázon
Vuelve conmigo, amor mío
El regreso de la heredera adorada
La segunda oportunidad en el amor
Tener hijo con mi mejor amigo
Enamorarme de ella después del divorcio
El amor predestinado del príncipe licántropo maldito
¿Quién se atreve a cortejar a mi reina encantadora?
"¿Eres siquiera mayor de edad?".
Bajo la influencia de la droga, Madeline Powell respondió con el último atisbo de razón que le quedaba: "¡Por supuesto! ¡Acabo de cumplir dieciocho hoy!".
"Y decidiste prostituirte nada más cumplir la mayoría de edad, ¿eh? ¿En serio estás tan mal de dinero? ¿O simplemente te mueres de ganas por acostarte ya con hombres?".
El hombre que hablaba le sostuvo la barbilla y se la levantó como si inspeccionara una posesión recién adquirida.
Sus ásperos dedos le acariciaron suavemente la cara a la joven hasta que, de repente el tipo se la pellizcó con fuerza y la obligó a mirarlo a los ojos. La chica desprendía una suave fragancia y sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas debido a los estupefacientes ingeridos, una seducción silenciosa para el hombre, cuyo miembro se estaba endureciendo entre sus piernas por momentos.
Sin embargo, era bien sabido que los depredadores de alto nivel eran pacientes en lugar de apresurar las cosas, y por lo tanto, el hombre se dispuso a llevar los dedos por dentro del camisón de ella, encontrándose con sus partes femeninas ya húmedas. Madeline gritó ante su repentina intrusión, pero antes de que pudiera retirarse, sus labios descendieron sobre los de ella, la cual inconscientemente rodeó el cuerpo de su acompañante con sus muslos.
"Relájate. No seas impaciente", dijo él, que aflojó un poco su agarre.
"Date prisa...", lo instó ella, aturdida.
Entonces el hombre, con ojos ávidos, pero con paciencia, se inclinó sobre ella de nuevo y sonrió.
"Eres solo una jovencita...", dijo, haciendo una pausa y mirándola unos segundos. A continuación, se apartó y dio un paso atrás con frialdad, tomando una decisión firme al decir:
"No tienes lo que quiero en una mujer, de manera que vete". Esas palabras hicieron que el hombre pareciera mezquino y distante, y efectivamente, a Madeline le provocaron un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Sin embargo, ella había venido a este lugar dispuesta a arriesgarlo todo, por lo que no quiso tomar un no por respuesta, sino que, al contrario, se echó hacia delante para tratar de coquetear con él de nuevo.
"¿Cómo lo sabes si ni siquiera me has dado una oportunidad?", comentó, procediendo después a quitarse la camisa blanca y luego el sostén de encaje, para dejar al descubierto su hermoso torso bajo la tenue luz. Agarrando la copa de vino tinto a su lado, se echó el líquido sobre el cuerpo y el frío la hizo temblar, aunque eso no la detuvo cuando argumentó:
"Uy, me he puesto perdida. Como comprenderás, no puedo salir así". El vino le bajaba desde el cuello, por las clavículas y hasta las puntas de los senos, haciendo que su cuerpo joven y atractivo se luciera al máximo, y en consecuencia, volviendo loco al hombre.
"Mmm, sí que hace frío aquí...". La mujer se aferró a él con total sumisión, arqueando ligeramente la cintura.
"Tú lo has querido".
El hombre se quedó atónito durante unos segundos, si bien se le abalanzó sobre ella en cuanto logró volver en sí.
Le agarró el vestido rojo por la parte que aún le cubría los muslos y tiró hasta que la fina tela tapó el rostro de Madeline.
Desde un principio, no había podido ver claramente las facciones del hombre porque la lámpara con luz tenue era lo único que iluminaba la habitación, y ahora, en esta nueva posición, lo único que podía vislumbrar era el contorno de su cuerpo encima del de ella.
Por el contrario, la desnudez de la joven quedó completamente expuesta a los ojos del más experimentado, y en ese instante, la tensión que notó por dentro no ocultó lo nerviosa que estaba, sobre todo cuando las grandes manos del hombre se deslizaron lentamente por su cuello y torso, deteniéndose en sus rosados pezones.
La droga estaba acabando con todas las inhibiciones de la chica, ya que su cuerpo no pudo evitar responder a las caricias del hombre, y temblando de deseo, se sorprendió al sentir la urgencia de querer ser penetrada de inmediato.
Cuando él vio su desesperada reacción, la mirada se le endureció, puesto que toda la ternura del momento anterior se había esfumado. ¿Cómo iba a apiadarse de ella si se estaba comportando de tal manera?
De esta forma, le abrió descaradamente las piernas de par en par sin dudarlo y se hundió en lo más profundo de su ser.
"¡Ay, cuidado! ¡Duele!".
La delicada mano de Madeline presionó el pecho del hombre en un intento de apartarlo, si bien no tenía fuerza suficiente para obligarlo a moverse, por lo que resultó en vano.