Una esposa para mi hermano
Yo soy tuya y tú eres mío
El camino a reparar tu corázon
Vuelve conmigo, amor mío
El regreso de la heredera adorada
La segunda oportunidad en el amor
Tener hijo con mi mejor amigo
Enamorarme de ella después del divorcio
El amor predestinado del príncipe licántropo maldito
¿Quién se atreve a cortejar a mi reina encantadora?
En el gimnasio de una universidad, Trevor Sanderson, vistiendo un uniforme de baloncesto azul, caminaba por las puertas del recinto.
Tan pronto como entró al mismo, se dispuso a recoger las botellas de agua vacías y las latas de refrescos que habían dejado los espectadores del último partido.
"Ojalá la universidad organice un partido de baloncesto todos los días, así fácilmente podría ganar al menos cincuenta dólares juntando todas estas botellas y latas. Si ganara así todos los días, podría incluso comprarle a Sylvia un iPhone para su cumpleaños".
Trevor Sanderson levantó la mirada y miró con entusiasmo el gimnasio atestado de latas y botellas.
Mientras estaba ocupado en su recolección, un grupo de estudiantes varones altos salió de los vestidores, y en medio de dicho grupo, caminaba un chico de cabello rojo llamado Bernard, quien también llevaba un cigarrillo en la boca.
Casi de inmediato, tomó un calcetín y se lo arrojó a Trevor, y antes de que este último pudiera esquivarlo, el calcetín aterrizó directamente en su rostro, provocando que un mal olor golpeara sus fosas nasales.
"Les pedí a todos los del equipo que guardaran su ropa sucia durante una semana entera para que pudieras ganar más dinero, ¿qué te parece?".
Bernard Collins hizo un gesto con la mano, y enseguida sus compinches arrojaron toda la ropa sucia hacia el pobre chico.
"¡Hey, imbécil, es mejor que salgas de nuestra escuela antes de que sea demasiado tarde!".
"¡Ese tipo solo hace quedar mal a la escuela!".
"¡No está recogiendo basura, solo estropea nuestra diversión!".
"¡Debilucho!".
"Yo...".
Trevor se sacudió el calcetín sucio de la cara, sonrojándose de inmediato.
Él no se atrevía a ofender a Bernard, después de todo, no era más que un simple estudiante proveniente de una familia pobre.
Solo podía trabajar medio tiempo los fines de semana y ofrecer servicios de mandados y tareas a sus compañeros para ganar algo de dinero.
Era la única forma en que podía permitirse seguir en la universidad, y si fuera por él, no haría negocios con alguien tan detestable y engreído como Bernard.
Para su infortunio, se veía en la necesidad de ganar dinero para pagar sus estudios, así que no le quedaba otra que tragarse su orgullo y contener su ira, entonces respiró hondo, recogió el calcetín que le lanzó aquel bravucón pelirrojo y lo arrojó al cesto junto con la demás ropa.