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Una cura para mis delirios

Una cura para mis delirios

NatsZero

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Capítulo

Por culpa de su adicción incontrolable, los problemas de Alessa no han hecho más que empezar. Ha perdido su trabajo, a su novio, a su familia, sus amigos y todo porque no puede evitar que el sexo sea el centro de su vida. Ahora, involucrada con su jefe, tendrá que luchar para controlar esos deseos infernales que la poseen y no perderlo todo una vez más. Él está dispuesto a ayudarla, él quiere que la ninfómana sea sólo para él. ¿Podrá conseguirlo? ¿Podrá el amor brotar en un terreno tan herido?

Capítulo 1 Zero

La boda era el evento más importante en la vida de muchas mujeres y ella no era la excepción.

Vestida de radiante blanco en su traje de ensueño, hecho centímetro a centímetro para su deleite, avanzó por el pasillo sembrado de flores hacia donde su enamorado la esperaba con ojos soñadores, para amarla hasta que la muerte los separara.

Estaba él vestido impecablemente, como un príncipe. Habían conseguido incluso un caballo blanco, que pastaba a la sombra, más allá de donde estaban los invitados. Sobre él se irían al terminar la ceremonia para comenzar su nueva vida.

Todo era perfecto, ella se había esmerado en cada detalle, hasta las flores que pisaba combinaban en sus tonos con el ramo que cargaba y el vestido de su dama, que no era otra que su hermana menor, combinaba con el pañuelo de seda que llevaba en la solapa el padrino del novio.

En el altar, su hermana no estaba junto al padrino. Y el padrino tampoco estaba.

Con disimulo miró alrededor, ni rastros de la condenada. Ya se las pagaría más tarde. El enojo no malograría las festividades.

Llegó por fin junto al novio, que le sonrió con el corazón hinchado de amor.

—Te ves hermosa —le dijo antes de besarle la mano.

—Por favor, dime que tienes los anillos —masculló ella entre dientes.

Era una súplica desesperada para que la ausencia del padrino, que era en sí pequeña, no desencadenara una calamidad mayor.

—¿Qué? —preguntó el novio.

—¡Los anillos!

Él se palpó el bolsillo, el padrino se los había dado antes de desaparecer. La novia sonrió, aliviada y comenzó a hablar el sacerdote.

Leyeron sus votos donde se juraban amor eterno. Y vino la pregunta más importante a la que hasta ahora ella se había enfrentado.

—Florencia Montoya, ¿aceptas por esposo a Martín Escobedo, para amarlo y respetarlo, en la salud y la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza y serle fiel hasta que la muerte los separe?

—AAAAAHHHHH... SÍIIII...

El gemido no provino de la novia, no señor. Todavía era muy temprano para eso. Vino de los parlantes, unas moles ubicadas a ambos lados del altar y de las que debía oírse su playlist de música celestial y no indecencias.

—¡OH, DIOS SÍ...! —volvió a gemir la voz.

El sacerdote, hombre casto y puro, se sonrojó, el novio sonrió, la novia se aferró el pecho, impactada, su madre se aferró la cabeza, otros se aferraron otras cosas, la abuela del novio se desmayó. Todo fue un caos.

—¡AAAAHHH... NO PARES... NO PARES! —se oyó una vez más.

—¡Esto no puede estar pasando! ¡Me voy a morir de la vergüenza! —decía la novia, cuyas lágrimas surcaban su rostro enrojecido.

¡¿Quién?! ¡¿Quién se atrevía a llenar de ignominia el día más importante de su vida?! ¡¿Quién, por Dios, quién?!

—¡OH... ALESSA... ME CORRO!...

—¡Mi hermana! —gritó la novia.

—¡Mi padrino! —reconoció el novio.

—¡Alessa, te voy a matar! —Aferrando el faldón de su vestido corrió en búsqueda de la villana que deshonraba su boda y a su familia.

La encontró revolcándose con el padrino detrás de la orquesta, junto al micrófono que estaba encendido.

Ninguna súplica aplacó su ira.

—¡Vete de aquí, no quiero verte! ¡Lo arruinaste todo, como siempre! "Invítala", dijo mamá. "Es tu hermanita", dijo el abuelo. "Mantendrá las bragas en su lugar por una maldita vez en su vida", me dije yo, pero me equivoqué. Todos nos equivocamos contigo.

—¡Florencia, perdóname!... No pude evitarlo. Iré a terapia, te lo juro...

—¡Vete! —volvió a decir la novia que, recuperando su dignidad, regresó al altar.

Alessa buscó su bolso y se lo colgó al hombro. Se sacudió el vestido.

—Tranquila, cariño —le dijo el padrino.

Ella lo apartó de un manotazo.

—Piérdete. Ni siquiera sé cómo te llamas... ¿Por qué me pasan estas cosas a mí? ¿Por qué Dios me ha abandonado? —se preguntaba mientras dejaba atrás el lugar de la boda.

—¡Por puta! —le gritó el padrino.

Ella no sabía la respuesta, pero de algo estaba segura. Había tocado fondo y necesitaba ayuda urgente.

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