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Picantes fantasías

Picantes fantasías

Cadenas C

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5
Capítulo

Recopilacion de grandes historias que haran volar tu imaginacion, llevandote a un mundo donde todo es posible y en el que puedes escapar un rato del estres cotidiano de la vida diaria. Romances y amores pincantes, haran subir tu temperatura

Capítulo 1 Mi permisivo marido

En realidad el conjunto de confesiones que voy a realizar suponen vencer el peso de la sociedad conservadora en la que he vivido, y desde luego poner al descubierto las actividades sexuales tanto mías como las de mi marido, el cual me ha alentado desde luego a este atrevimiento pues como se darán cuenta, ha sido extremadamente permisivo con mi sexualidad.

Actualmente tengo 28 años, mi nombre es Daniela, aunque me esté mal el decirlo soy una hembra muy guapa, me casé a los 18 años y mi esposo es algo mayor que yo sin embargo, nuestro mundo sexual ha estado lleno siempre de sorpresas y satisfacciones que me han convertido paulatinamente en una hembra muy puta. Desde mi adolescencia fui extremadamente caliente y en mi época de secundaria tuve bastantes más novios que la mayoría de mis compañeras. Desde la adolescencia había chupado, saboreado y sobado algunas pollas, claro no era una experta en esta actividad, pero me encantaba hacerlo y eso que aún no me habían desflorado hasta un año después que perdí mi virginidad con un amigo de mis padres, iniciándome como mujer hecha y derecha a pesar de mi corta edad.

A los 18 años conocí a quien es mi esposo y un año después me fui a vivir con él a pesar de la oposición de mis padres. Tres años duró nuestra luna de miel, siempre cogiendo y disfrutando, tanto que, en parte él ha sido culpable de mis puterías pues, desde entonces me acostumbro a coger mucho provocando e involucrando una serie de fantasías que me han convertido en una mujer casada muy golfa. Con mi marido aprendí a putear con gran placer, fue el mismo quien me hacia fantasear que estaba con otros hombres mientras me gozaba, así con sus cogidas me hacia decirle otros nombres y pensar que yo era una puta que me entregaba a todo el que me gustaba, sin Sin embargo, para mi marido todo era fantasía y pagó muy caro estas enseñanzas a su mujercita.

A los cuatro años de casada, tras la primera pelea con mi marido por causa de sus continuas borracheras, me fui a la calle mientras él se quedó dormido. Como era una tarde calurosa solo me puse una tanga y sobre de mi cuerpo un vestidito muy corto, sin brasier; así mis senos dejaban traslucir mis pezones y el rítmico movimiento de mis duras nalgas se hacia mas excitante por las sandalias de tiras y de tacón alto que me hacían mover más de la cuenta, así sin más, salí a la calle y me di a caminar sin rumbo.

Solamente callejeando en el centro de la ciudad que recibe bastante turismo, en realidad no sé como pero ya oscureciendo me metí a un pequeño bar, de entrada los hombres que estaba allí me miraron con lujuria y eso me avergonzó un poco. Pedí un trago mientras sentía las miradas de esos hombres en mi anatomía, la mayoría solos o en grupos de tres o cuatro, iba en el segundo trago cuando el mesero me trajo una bebida diciéndome:

— Señorita, se la envían de aquella mesa… — señaló a donde estaban dos hombres jóvenes bien parecidos y bien vestidos. Mi razón me indicaba no aceptarla, pero mi instinto de hembra halagada me ganó y acepte la copa, al tiempo que mirando hacia los tipos les sonreí en muestra de agradecimiento; tal vez esa sonrisa provocó todo lo que siguió… Cuando salí hacia el baño uno de ellos fue tras de mí, esperó a que saliera y me abordó con cinismo causándome cierto nerviosismo.

— ¡Estas preciosa…! ¿Qué tal si nos acompañas a nuestra mesa y nos tomamos otros tragos juntos? — dudé un poco y sonriente rechacé su invitación de forma coqueta moviendo mi tremendo trasero (algo más de la cuenta) me fui hacia mi mesa, desde donde empecé a mirarlos de reojo sonriéndoles coquetamente.

Supongo que el licor hizo lo suyo, tenía que ir de nuevo al baño y al hacerlo los miré y sonreí con mas putería, como insinuándole que me siguiera de nuevo; claro que entendió el tipo la invitación, al salir del baño allí estaba y sonriéndole me aproximé a él, de hecho ya estaba yo algo mareada pues el ron me había puesto en esa situación. — ¿Aún me quieren invitar? — le pregunté con cierta insinuación.

— ¡Claro que si mamacita, por nosotros cuando quieras! —

— Esta bien, pero que les parece si mejor vamos a otro lugar, aquí puede venir alguien que me conoce, o conozca a mi marido. —le dije para ver su reacción al saber que yo estaba casada.

Creo que eso marcó todo. Salí con los dos del bar y nos fuimos a otro algo menos concurrido, nos presentamos, ellos se llamaban Luis y Juan Emilio, ambos jóvenes abogados, de 25 y 28 años respectivamente, atractivos, muy atrevidos. De entrada solo conversamos estupideces, hasta que Luis propuso ir a bailar, yo por mi parte acepté y así lo hicimos. Ya en el lugar seguimos bebiendo, bailé con uno y otro alternadamente, ambos intentaron besarme y no se los permití. Para mí era solo un juego, que se fue haciendo muy excitante.

Los dos se me insinuaban con sus pollas duras bajo el pantalón frotándose contra mi vientre, calentándome poco a poco. En la mesa, sus manos empezaron a tocarme las piernas, cada uno por su lado, se apoderó de uno de mis muslos tersos y calientes. Luis fue el más atrevido subiendo su mano por debajo de la mesa llego hasta mi cueva ya mojada por la excitación y sin pedir permiso me hizo a un lado la tanga y me clavó sus dedos entre mis encharcados labios vaginales, encontrando mi clítoris erecto y dedicándose a frotármelo con discreción; provocándome un estremecimiento al seguir dedeándome.

Esto desde luego no pasó desapercibido para Juan Emilio, fui yo misma quien le ofrecí mis labios y sentí su lengua rica invadiéndome la boca con gusto; y así, mientras me besaba con uno el otro me metía el dedo en mi concha ya empapada. Una vez más, fue Luis quien propuso irnos de allí, yo acepté nerviosa, caliente y excitada al imaginarme cogida por esos atractivos hombres. Me llevaron ya sin preguntarme nada a casa de Luis, al llegar me miraron con deseo, el anfitrión fue por una botella de vino mientras el otro me tomó por la cintura y me beso muy rico, al tiempo que sus manos se fueron hacia mis nalgas duras y temblorosas.

— ¡Qué culo más rico tienes mamacita, estas buenísima…! — yo excitada como estaba solo le dije: — ¿Te gustaría probarlo…? —

— ¡Claro que si mi reina, mira como traigo de parada la polla. —

— Déjame verla papacito. Quiero verla y sentirla. — le dije toda caliente. Sin más, le abrí la cremallera, se la saqué, era una polla prieta, gruesa, dura, grande como nunca había imaginado; su gorda cabeza estaba lisa y brillante de líquido. Se la tomé con mi suave mano y la empecé a frotar con gusto. — ¿Quieres que te la mamé? — le dije muy insinuante sin dejar de chaqueteársela. — ¡Claro que si puta! ¡Quiero que me la mames muy rrico — Acto seguido me agaché y metiéndome su polla empecé a mamársela succionándola con fuerza, él se perdió en mi boca.

De verdad que era enorme esa macana, con gran trabajo trataba de tragarla en toda su extensión sin lograrlo. Estaba extasiada chapándola, así no me di cuenta que Luis regresó a la sala y me encontró en esta posición. Sin decir nada se fue hacia mi trasero y me acarició las nalgas, diciéndole a su amigo: — ¡Mira canijo, esta pinche vieja esta buenísima! ¡Qué rico culote tiene y se ve que le encanta la polla! ¿Qué tal mama? —

— ¡Riquísimo!... Siento que me saca el alma y tiene la boca súper caliente. Pruébala. — Emilio me sacó su pija de la boca y me ordenó chapársela a Luis el cual se había acomodado en el sofá, sentado y ya con su garrote de fuera. Grata sorpresa tuve al ver esa nueva polla, igual de rica, sólo que con cierta cuerva hacia arriba, con una cabeza enrojecida y gorda; era una polla rica aunque no tan gruesa y grande como la de Juan Emilio, pero eso sí, ambas más ricas, más grandes y gordas que la de mi marido.

Sin pensarlo le brindé mis mejores lengüeteadas al palo de Luis, al tiempo que paré el culo para que Juan Emilio me lo tomara. Él se fue atrás de mí y quitándome la tanga abrió mis muslos y se puso a lamerme el bollo con tal maestría que gemí de gusto, provocando que mamara con más fuerza la verga que tenía en la boca. — Así mi vida cómeme toda, así papacito es tuyo. — le dije más caliente que una perra en brama. Mientras le chupaba su polla a Luis, Juan se detuvo, me abrió las nalgas y se dedicó a lamer mi culito estremecido. — ¡Qué ricas nalgotas tienes, cabrona! ¡Que rico fundillo te cargas perra! ¡Prepárate porque hoy tu culo prueba pija! —

— ¡No, eso no, soy virgen de allí — Al escuchar esto ambos se sorprendieron, entonces me pusieron de pie, entre los dos me acariciaron y besaron, uno por enfrente y otro por mis espaldas. De pronto Luis le dijo a su amigo.

— Ponla aquí me la quiero coger. — dijo señalando el sofá, en donde él se había sentado. Me tumbaron y me abrieron de piernas, mi vestido estaba enrollado en mi cintura, mis senos habían sido chupados, así que sin más me abrí en compás mostrando mi raja abierta y lista para ser penetrada. Luis se acomodó entre mis muslos, me la metió de un golpe; sentí delicioso cómo me penetró y sus movimientos de vaivén me extasiaron de inmediato. Me hizo alcanzar el orgasmo en poco tiempo y deliciosamente mi coño empezó a contraerse como siempre me ocurre cuando alcanzo el orgasmo, provocando apretones rítmicos en la pija de mi marido y ahora en la polla de este chico que me estaba haciendo disfrutar como una yegua. — ¡Oye, esta pinche puta tiene perrito! Siento que me chupa la pija con la panocha… ¡Qué rico coges cabrona, se ve que te encanta la pija, ¿verdad? —

— Si nene, me encanta… Pero no te detengas, sigue jodiéndome… ¡Dame más, métemela hasta el fondo, trabármela ttoda —

— ¡Oye güey, dame chance ya! Déjame cogérmela también. — dijo Juan Emilio. Luis me la sacó, yo protesté, pero luego me pusieron de rodillas ofreciendo mi redondo culo, desde el sofá hacia ellos. Emilio se acomodó detrás y guiando su enorme polla hacia mi raja me la empezó a meter… ¡Que rico sentí, al ser penetrada, me hizo gozar con su grandeza! Me estremecí y de un golpe la sentí hasta el fondo, era terrible, me hizo gozar y gemir como nunca; me jalaba de las caderas al tiempo que me embestía con todo. Me la sacaba una y otra vez, me penetraba hasta el fondo haciéndome gozar más y más. — ¡Qué rica estás, hija de la verga, que rico panochón tienes! ¡Estás apretadísima, se ve que tu pinche marido no te coge sabroso! — Me decía apretando mis nalgas.

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