Pese a lo que la mayoría de la gente cree, cuando le cuento que vengo de uno de los barrios más bajos de Italia, los recuerdos de mi niñez eran sumamente felices, tuve una infancia maravillosa, incluso cuando mi hermana y yo no teníamos padre biológico, no lo necesitábamos, siempre tuvimos a Santiago, el amigo de mamá, siempre atento, siempre fuerte, nuestro "Pappa", así lo llamábamos en secreto con mi hermana o cuando estábamos solo los cuatro, mamá decía que no podíamos llamarlo así en público, porque en realidad, no era nuestro padre biológico, ni perteneciamos a la familia.
Aquello fue algo que nos costó creer y cuando ella lo dijo, pese a mi mente infantil, estaba segura de que había visto el descontento en los ojos de Pappa ante las palabras de mi madre.
Nunca los habíamos visto besarse, o tomarse de la mano, pero nosotras teníamos absolutamente claro cuanto Pappa adoraba a mamá. Por eso, cuando espiamos aquella noche, desde los primeros escalones de la escalera junto a Anna, entendí que aquel, fue el día en que mi niñez perfecta, llegaba a su fin.
Mamá y Pappa estaban en la sala, todas las luces estaban apagadas, solo quedaba encendida una suave lámpara de luz baja, en la sala, nosotras estábamos en silencio, escondidas en la oscuridad de la escalera, justo afuera por la sala, escuchando. Ellos nunca discutían, no así, habían tenido alguno que otro enojo, pero todo se arreglaba de forma automática cuando Pappa llegaba con un libro y un ramo de flores para mamá. Así de sencillo. Ahora, sabía que ni siquiera todas las flores del enorme jardín de Pappa podría arreglar la situación, reconocía ese tono en mamá, era aquel que usaba con nosotras cuando anunciaba que no habría televisión, o que no podría salir en los próximos días a jugar con Dante. Ambas sabíamos, a ciencia cierta, que una vez que ella lo empleaba, no había vuelta atrás.
Y era mi culpa. Todo era mi culpa.
—¡No puedes simplemente llevarte a las bambinas! — exigió pappa, su tono era tajante, absoluto, nunca le había escuchado hablar así, se detuvo un momento y creímos que podría haberse acercado a mamá — No volverá a pasar, te lo juro, Cuore mío… No puedes …. No lo hagas…
—Santiago…— La voz de mamá sonaba extraña, como si le doliera la panza. — Gracias al cielo, esta vez no pasó absolutamente nada, pero ambos sabemos que fue solo suerte, esta es la vida aquí, yo lo sé.
—No puedo simplemente marcharme…— Dijo él con el mismo tono, ambos debían de haber comido algo en mal estado. —Este es mi mundo también, Cuore …
Ella suspiró
— pero no el de ellas, merecen algo mejor.—continuo— No puedo ir a trabajar tranquila porque estoy todo el maldito día pensando en si ellas estarán a salvo…
—Nada las volverá a tocar, ellas son mías también … — Pidió él, — Te prometo…
—No lo hagas.— le interrumpió él — No me prometas aquello que no puedes cumplir, Santiago, has sido muchas cosas para mí, cada una más importante que la anterior, pero no me engañes, te lo suplico.
Se hizo un silencio por varios minutos, nos preguntamos si estarían dándose consuelo, o si estarían discutiendo más bajo, tal vez nos habían descubierto.
—¿Cuándo?…—Preguntó finalmente él.
—Mañana.— Dijo ella y al escuchar los pasos por el pasillo, nos tomamos de la mano y corrimos escaleras arriba. De vuelta a nuestro cuarto.
Dos días antes.
Todo el jardín estaba en completo silencio, miré a través del pequeño espacio que me permitían las ramas y hojas del arbusto, él no se veía por ningún lado, tampoco lo escuchaba, llevaba escondida varios minutos, o al menos así se sentía, ¡no podía dejar que siguiera ganándome!. Cuando jugaba con Anna siempre ganaba, tal vez se debía a que ella solía desconcentrarse con cualquier cosa y encontrarla era bastante sencillo.
Salí con cuidado del follaje, tenía que encontrarlo, Dante era bueno, muy, pero muy bueno, jugando al escondite. Seguramente era gracias a los duros entrenamientos que le daba su padre, él siempre decía que estaba bien, que algún día protegería a Pappa, no estaba segura de porque Pappa necesitaría protección, a mi parecer era lo suficiente grande y fuerte, ¡nos podía tomar a mi hermana y a mí, en sus enormes hombros! ¡Al mismo tiempo!
Pero había varias cosas que Dante no me decía, que nadie me decía en general. Mamá decía que lo sabríamos cuando tuviéramos edad suficiente. Dante era solo tres años mayor y parecía saber todo lo que a nosotras nos escondían.
No creía que estuviera escondido entre los arbustos, tal vez debería ir a buscarlo en…
—¡Ahhh!— Caímos al suelo, rodando por el césped de la pequeña colina dónde solíamos jugar, rodamos algunos segundos más hasta que finalmente nos detuvimos, abrí los ojos y empujé el abdomen de Dante que estaba arriba mio debido a que me había abrazado mientras caíamos. Él, entre risas, se alejó y puso ambas manos a los lados de mi cabeza.