—¿Estás seguro de que este es el lugar? — preguntó la señora Ryans, sorprendida por el lujoso casón frente a ellos.
—Sí, este es. Mira, ese es el auto que reparé esta mañana —aclara el señor Jean Ryans, padre de Iris antes de bajar del auto.
La invitación del teniente había sido para toda la familia, y allí estaban los Ryans, en sus mejores fachas, en uno de los mejores barrios de la ciudad, para asistir a una fiesta en la que no hay ningún conocido suyo.
El teniente Robert Warren, quien había quedado encantado con el trabajo que había realizado Jean, era aproximadamente de la edad del padre de Iris, quizás un poco más viejo, de cabello rubio, alto y fuerte, muy bien fornido, y con una mirada azul más cortante que el filo de una navaja. Su rictus y porte decían que tenían que lo mejor era quitarse de su camino.
Ese día en la mañana el teniente Warren los había invitado a esta fiesta al quedar encantado por sus servicios de mecánica. Era un hombre de alto rango que conocía a muchas personas. Le había dicho a Jean que estaba muy complacido con su trabajo y que le gustaría presentarle a algunos amigos que podrían convertirse en sus clientes.
Esa era la solución a sus problemas económicos, sobre todo con la terrible de la enfermedad de su madre que los tenía al borde de la crisis.
Iris hace esfuerzos indecibles para no quejarse, porque entiende que, si les beneficia a todos, es responsabilidad de todos. Su madre es la primera en bajar, vestida con un traje de pantalón y chaqueta gris de los más chic, combinada con una camisa blanca y zapatos de tacón rojos.
Está enferma, sin embargo, eso no le quita su estilo auténtico y moderno. Tiene cuarenta, pero su ánimo y aspecto son de treinta. Su cabello es rubio avellana y sus ojos color miel, es su mejor amiga en el mundo y la idea de no poder ayudarla con esta enfermedad le dan mucha impotencia.
Por su parte, su padre va con su acostumbrado traje negro que lo hacen ver muy guapo y ella ha optado por un vestido color amarillo que le queda como Dios manda. Quizás pueda encontrar partido en esta fiesta, aunque dudaba hubiera gente de su edad.
—¿Lista, señoras? —el galán de su padre les sonríe, llevándolas del brazo a ambas.
Se encaminaron a la puerta y el lujo era evidente, ya que hasta las baldosas son exquisitas. Un jardín bien cuidado, puerta de caoba con detalles de cristal. Todo apunta a que hay mucha plata, tan distinto a la destartalada casa de ellos.
Tras tocar el timbre, una señora vestida de uniforme los recibe con una sonrisa. En el interior se aprecia el sonido suave de jazz y tras darle su apellido, los invita a pasar.
El interior de la casa es tres veces más lujoso que el exterior: todo en caoba, pinturas exquisitas en el recibidor y pisos de mármol oscuro hacen que la casa parezca de revista. De pronto aparece el teniente.
—¡Señor Ryans! Bienvenidos. Qué bueno que han venido, por un momento pensé que no volvería a verlos.
—Gracias, teniente Warren, quisiera presentarle a mi esposa, Rachel. Ya a mi hija la conoció esta mañana.
El anfitrión saluda a su madre besando el dorso de su mano y lo mismo con Iris, pero, una vez más, se queda con su mano más tiempo del debido. Sus ojos vuelven a estudiarla por completo y se siente incómoda con ganas de irse a casa.
—Acompáñenme, por favor. La fiesta es en el salón. Les presentaré a unos amigos.
Todos le siguen, su padre de lo más entusiasmado, no se ha fijado en nada, pero a su madre, que no se le escapa nada, la mira con intriga, al ver la actitud del caballero. Antes de que cualquier pueda decir nada más, él toma la delantera y la mira a los ojos.
—Señorita Ryans, quisiera que me diera el placer de bailar con usted esta noche.
Iris abre la boca para buscar una excusa, pero su padre se apresura a responder.
—Estará encantada, teniente Warren.
Genial, piensa sorprendida, esta será una larga noche.
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—Debo decir que está usted preciosa esta noche
—Gracias —responde ante el halago, más cohibida que antes.
—Cuénteme algo de usted, señorita Ryans —le pide el teniente mientras bailan una balada en medio del salón.
Su enorme mano descansa en la base de su espalda y con la otra sostiene su mano izquierda, dirigiendo el baile. Su aroma es delicioso y hoy va vestido con un esmoquin negro. Para cualquier mujer, las atenciones de un hombre como este serían el cielo, pero no para Iris.
Había algo en él que no le daba buena espina. No le gustan sus atenciones y sabía que estaba interesado, pero ella no. Iris se pasa la gran parte de la noche en silencio, resultado de su incomodidad y deseo de irse.
—¿Qué le gustaría saber, teniente? —pregunta sin encontrar qué decir.
—Lo que usted me quiera contar —sonríe.
—Pues… Soy hija única y pienso estudiar derecho el mes próximo en la universidad estatal.
—¡Vaya! Eso es una excelente noticia. ¿Alguna rama en específica? —inquiere viéndole a los ojos.
Iris esquiva su mirada antes de responder.