La lluvia caía con violencia sobre el parabrisas, desdibujando las luces de la ciudad en una danza líquida de colores distorsionados. El sonido del limpiaparabrisas era casi hipnótico, rítmico, pero no lograba calmar la tensión que se acumulaba en los hombros de Marcos Del Valle, el hombre al volante. CEO de Del Valle Corp., uno de los conglomerados más poderosos del país, estaba acostumbrado a vivir bajo presión. Sin embargo, aquella noche algo pesaba más que los millones que gestionaba o las decisiones corporativas que tomaba con frialdad quirúrgica: la sensación de haber sido traicionado.
No había dado explicaciones al salir de la reunión. Su asistente había intentado detenerlo, hablarle, incluso seguirlo, pero él la ignoró. Necesitaba respirar. Pensar. Despejar la mente del caos que se había desatado tras descubrir que alguien dentro de su círculo íntimo estaba filtrando información confidencial. Tenía sospechas, pero no pruebas. Y eso lo enfurecía más que la traición misma.
Aceleró al cruzar la autopista, sin importarle que los faroles marcaban en rojo. El motor rugía como un animal furioso, como reflejo de su propio estado. El mundo exterior era un borrón entre la tormenta, y su mirada fija en el horizonte no lo salvó de lo inevitable.
Un camión, deslizándose sin control en el carril contrario, apareció de la nada. No hubo tiempo de frenar, ni siquiera de gritar. Solo un destello de luces, un golpe seco y brutal, y luego... oscuridad.
El mundo se detuvo.
Horas después, el sonido constante del monitor cardíaco era lo único que rompía el silencio de la habitación blanca. El aire olía a desinfectante y a tensión contenida. Un médico murmuraba algo al oído de una mujer que permanecía inmóvil junto a la cama.
Valeria Sánchez apretó los dedos contra su boca mientras escuchaba el diagnóstico. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos oscuros brillaban con una intensidad que no encajaba del todo con el papel que estaba a punto de interpretar.
-¿Amnesia? -preguntó en voz baja, fingiendo incredulidad.
-Sí -respondió el doctor, ajustando los lentes-. No recuerda nada de su vida. Ni su nombre, ni su cargo, ni a las personas que lo rodean. Podría ser temporal... o no. Es imposible saberlo en este momento.
Valeria asintió lentamente. Su interior era un torbellino. No de tristeza, no de miedo, sino de posibilidad. Lo que acababa de escuchar no era una tragedia. Era una oportunidad.
Miró al hombre inconsciente en la cama, su rostro parcialmente vendado, con una venda sobre la frente y varios tubos conectados a su cuerpo. Incluso en ese estado, conservaba esa presencia imponente que lo había hecho temido por empleados y competidores por igual.
Marcos Del Valle.
Su jefe.
El hombre que durante años la había tratado con indiferencia, como si fuera invisible. El mismo que había destruido su carrera antes de permitirle crecer. El mismo que, en más de una ocasión, la humilló delante de otros solo para reafirmar su autoridad.
Ella había soportado todo eso. Había sido paciente, había aguantado los desprecios, las largas jornadas, el silencio gélido de su oficina, las miradas arrogantes. Pero no había olvidado.
Y ahora, él no recordaba.
Una enfermera entró en la habitación y le dirigió una mirada amable.
-¿Usted es la esposa?
Valeria dudó apenas un segundo. Era un momento decisivo, una línea que, una vez cruzada, no podría desandar.
-Sí -respondió, con voz firme-. Soy su esposa.
La enfermera sonrió.
-Entonces puede quedarse. Seguramente despertará pronto. Y sería bueno que viera un rostro familiar.