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Egoísmo y Cobardía

Egoísmo y Cobardía

yers123rodri

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Capítulo

Charlotte camina por las ruidosas calles de Bogotá, rumbo a su última oportunidad de conseguir un trabajo. Increíblemente, tan sólo unos minutos después de llegar, obtuvo el puesto sin siquiera mover un dedo. Pero aunque ella no lo sabía en ese momento, esa suerte pronto se convertiría en una verdadera pesadilla al verse atrapada entre dos acuerdos totalmente opuestos pero muy oportunos, desencadenando una espiral de secretos y mentiras que marcarán su vida para siempre. ¿El egoísmo lleva en si la cobardía? OBRA REGISTRADA EN SAFE CREATIVE. Por favor NO intentes copiarla, porque puedo tomar acciones legales.

Capítulo 1 Entrevista

“De la cobardía y el egoísmo, solo subsiste una tristeza que el recuerdo no logra salvar”

CHARLOTTE

El aroma a contaminación que provocaba los carros, la desesperación de los peatones por tomar el bus que te acerque a tu empleo. La indiferencia de las personas cegadas por todos los pensamientos que ocupan sus mentes. Yo, en particular, soy una de esos peatones. Las frías calles de Bogotá poseían un aroma en particular, y ese era el de la desesperación.

La capital del país, el lugar en el que podrías encontrar más posibilidades de salir adelante, era el mismo lugar que te las cierra todas.

Pero vamos, así es el resto del mundo. Llorar no iba a alimentar así que lo único que podía hacer era quejarme y trabajar constantemente para que las cosas cambiaran.

Aquel día era mi última entrevista de trabajo, el último lugar del mes, y posiblemente del año que ofreciera vacantes. Y como era de esperarse, yo, una publicista recién graduada no podía encontrar empleo en su rama. En cambio, en esos momentos estaba aspirando al puesto de secretaria de un publicista.

—¿Le gustaría un café?, Maldito riquillo con el puesto asegurado desde que nace...

—Claro que si empleada tercermundista. Con azúcar.

Este es el tipo de conversación que me imaginaba teniendo, evidentemente jamás las llevé a cabo.

Pude decir las palabras, Eso no me aterraba, pero la respuesta hubiera sido un poco diferente.

—¿Le gustaría un café?, Maldito riquillo con el puesto asegurado desde que nace...

—¿Quién le permitió hablar?

Por la plata baila el perro, y bien que lo hace.

Me presenté en la recepción y subí al ascensor. A mi costado se presentó una joven mostrando sus dos melones en el pecho y con una falda tan corta que dejaba a la vista sus esplendidas piernas largas.

También dejaba poco a la imaginación, en realidad.

—¿También vienes a la entrevista? —Indagó ella con confianza.

La miré y la detallé un poco más.

Si el maquillaje fuera un delito, ella tendría un cultivo de cocaína en su rostro.

¡Por Dios!, en realidad no puedo entender el afán en maquillarse tanto.

Tal vez yo no sea muy ''femenina'', pero al menos seguía pareciendo un ser humano.

Además, el maquillaje va deteriorando tu piel poco a poco. No me gustaría llegar a los cuarenta y ser la versión más reciente de Lord Voldemort.

Aunque, en realidad tal vez ya me iba sintiendo vieja…

—Si. Espero conseguir el empleo. —Sonreí, en cambio ella me vio por encima del hombro.

¡pequeña escoba con patas!, se cree muy segura con la cirugía que lleva en ese pecho de Paloma.

Aunque, pensándolo bien, ella tenía la ventaja, porque, vamos. Nos iba a entrevistar un hombre.

Primero miran que tan locos los puede volver tu trasero, después notan si tienes un gran potencial en ese pecho, si tu cara es de modelo, y, por último, ven que tan capaz eres.

Hombres, malditos animales sin pensamiento racional.

Al salir del ascensor, nos topamos con una sala de espera algo grande, al fondo se visualizaba un pasillo extenso que imaginé daba a la oficina del riquillo.

Salí del ascensor mientras mis hombros chocaban con los de la del cultivo ilegal.

La miré y le devolví su gesto.

Esta acción me recordó a un capítulo de Animal Planet.

''En esta escena podemos ver cómo una lombriz pelea por un pequeño nido de tierra''

Genial.

En la sala de espera había más muchachas, aproximadamente de 19 años de edad cada una. Y en vez de asistir a una entrevista de trabajo, parecía una competencia para ver a quién le llegaba la falda hasta la cintura primero.

Hormonas...

Atravesé la sala y tomé asiento al lado de una peli rubia.

Esperaba que el riquillo prefiriera a las pelis rojas, de piel blanca y tatuajes en las piernas.

Uuuuh, ¿Hubiera sido capaz de vestir una falda tan corta?

Un estruendo un poco fuerte se escuchó, la mayoría de personas en la sala giraron hacía dónde provenía el sonido. El ascensor.

Antes de que las puertas se pudiesen abrir, unas palabras casi angelicales salieron al oído de todas.

—¡Necesitas una secretaria, no una fufa! —Oh gloriosas palabras. Si me contratan prometo ir a misa este domingo.

Aunque nunca fui, en realidad.

Del ascensor salió una mujer vestida con un chaleco que demostraba que tan costoso era, un pantalón ancho azul celeste y unos zapatos altos. De cabello negro hasta los hombros y una mirada intimidante, casi asesina.

Reparó a todas las que se encontraban en la sala, incluida yo.

—Señoritas, ¿La tela se les quedó en el camino? —Preguntó.

Sentí cierta alegría, y pude saborear la gloria, ya que yo era la única que había venido en Jean.

¡En sus caras, generación de piercings y Tik Tok!

—¿Podrías dejar el espectáculo? —Una voz de tono bajo habló. Supuse que era la de un hombre. —. Raquel, tienes todo el potencial para ser el primer humano que se convierta en megáfono —Del ascensor salió un hombre, alto y delgado, de cabello negro y piel trigueña, ojos pequeños y alargados, labios gruesos y mandíbula definida. Vistiendo un traje de paño negro y con sus manos guardadas en sus bolsillos. —. Estoy seguro que me volveré homosexual por tanta cantaleta tuya.

Varios suspiros salidos de las minifaldas alcanzaron la atmósfera.

Adolecentes con ganas de pecar, ¡Oh Dios mío!, cada día hay menos monjas...

Le enviaré una carta al Gobierno.

—¡No empecés! —Ella giró con furia hacía el hombre. —¡No dejaré que metás a cualquier vagabunda a tu oficina!

¡Así se habla compatriota!, manda a estas chiquillas a vestir muñecas.

El hombre demostró su enojo con indiferencia, ignoró las palabras de la mujer y dirigió su vista hacía el sofá.

—Perdonen mi vocabulario, pero quisiera ser directo. ¿Quién de ustedes es lesbiana?

Unas pequeñas risitas aparecieron para deambular por la sala.

Vamos, esto pintaba mal. Parecía el comienzo de una telenovela turca.

—¿Querés hacerte el gracioso? —Se ofendió la mujer. —. Cerrá la boca e ite de aquí —dirigió su mirada hacia el sofá. El hombre jadeó. —. Vamos a evitarnos un dolor de cabeza. ¿Quién de ustedes tené experiencia como secretaria?

Todas levantaron la mano, excepto yo claramente.

Sinceridad ante todo, así es señores.

Podía estar desempleada, pero tengo morales que me impidieron mentir para conseguir un puesto.

La vista de la mujer se centró en mí.

—¿Vos quien sos?, ¿No tenés experiencia?

Me levanté del sofá y junté mis manos para formar un puño.

—No, no señora. Pero soy recién graduada. Soy publicista.

Ella me observó con más detenimiento. Posiblemente notaba mi vestimenta.

—Mira ve. Publicista, es lo que necesitás vos —Dirigió su mirada hacia el hombre. —. Vamos a entrevistarla a ella.

—Te estás entrometiendo en mi trabajo, Raquel.

—Vos queres entrometer a alguien en nuestra relación —Debatió. Se dio la vuelta y caminó hacia el pasillo. —. Seguime, vamos a hacerte unas preguntas. —Se dirigió a mí.

Miré al hombre y éste me observó con celo.

—¿A dónde vas? —Me preguntó él.

—¡Cerrá la boca! —Exclamó la mujer. —. Veni, no me hagas volver.

Yo desvíe mi mirada y caminé por el pasillo tras la mujer de carácter fuerte.

Está bien, lo estará. Sé que estos son problemas colaterales, me repetí varias veces.

Al ingresar a la oficina, la mujer me pidió que me sentara en la silla en frente del escritorio. Ella se sentó del otro lado y después de que el hombre ingresara, ella abrió su boca y emitió un par de palabras.

—¿Vos sos casada? —su mirada era intuitiva, como si supiese cuando una persona miente.

—Dios me libre... —Involuntariamente mi cerebro expresó lo que mi corazón sentía.

—Raquel, deja el espectáculo. —Habló el hombre. Escuché unos pasos deambulando en la oficina, y en un par de segundos, se situó en frente de mi tras su… ¿Prometida?

—Cállate... —Demandó la mujer. —. Vos sos un perro faldero. Le agradezco al cielo no tener una hermana.

Me sentí incomoda, pues me sentía en un consultorio, en el cual yo era la psicóloga y ellos la pareja destruida.

Pero vamos. Cuando el amor es fuerte, la infidelidad es mental. ¡Superen sus problemas y contrátenme!

—¿Cuantos años tenés? —inquirió la mujer.

—23 años. —indiqué.

23 años llenos de decepciones en todos los aspectos.

—Me comentas que sos publicista. ¿Trajiste tus documentos?

—Si señora. Permítame.

Abrí mi bolso y saqué una carpeta, de la cual saqué mi hoja de vida. Estiré mi mano y se la otorgué.

Una hoja de vida intachable, llena de verdades y logros no muy significativos, pero que eran logros bien ganados.

Las preguntas continuaron apareciendo. El rostro del hombre me decía que no me quería en este lugar, y el de la mujer era dudoso. Imagino que, si ella pudiese ser su secretaria, lo sería.

Ay, el amor. Cuando se acaban los sentimientos salen a relucir los defectos que siempre estuvieron.

—Entonces me decís que no sos casada. —Volvió a mencionar.

—No, no señora. No he encontrado la persona correcta. —Mentí. La verdad era que, no he encontrado a alguien desde hace mucho tiempo.

El recordar me deja una reflexión. ¡Por favor no crean que su primer amor es el amor de sus vidas!

—Te seré franca, —Enunció la mujer. —entre todas las candidatas, vos me parecés la mejor...

—Ni siquiera hemos entrevistado a las demás. —interrumpió el hombre.

—Cállate la boca. —Se ofendió la mujer.

¿En verdad estaban comprometidos?, es una pregunta que me hice por mucho tiempo.

—Me pareces muy preparada. Solo te falta experiencia. Creo que empezar de secretaria te haría bien.

No me quedaba de otra, mi estimada mujer...

—Vení conmigo. —La mujer se situó de pie. Al apartar su silla, golpeó al hombre en el estómago con el espaldar de la silla.

—Bruja loca... —Se quejó el hombre.

—Acompáñamé, vamos a hablar con el encargado del personal.

¡Gracias Dios!, Llevaré unas flores este domingo, me dije. Cosa que no hice.

—Yo no he dicho que la contrataré. —Discutió el hombre.

La mujer ignoró sus palabras y abrió la puerta.

—Vení. —Me habló. Me sitúe de pie con timidez y caminé hacia la puerta.

Al abandonar la oficina. Sentí un aura pesada en mi espalda, cómo si aquel hombre estuviera deseando con todas sus fuerzas que me muriera o que me ganara la lotería para no tener que trabajar para él.

Pero vamos, no era tan incómoda de mirar. De hecho, me consideró una mujer hermosa hasta el día de hoy, no fui reina por falta de oportunidades.

Solo por eso…

—Mosquito muerto... —Masculló la mujer. Era evidente que le hablaba a su yo interior.

Antes de poder ingresar al ascensor, la mujer se detuvo.

—Señoritas, podén irse a su casa —La puerta del ascensor se abrió. —. Gracias por haber venido.

Ingresé al ascensor entre todas las miradas.

Creo que fue la primera vez que un Jean le ganó a una falda.

¡Brindo por ustedes, todas las que han sido engañadas por mujeres de vestimenta corta!

—¿Vos sos de Bogotá? —Averiguó la mujer.

—Si señora.

—No me digás señora. Me hacés sentir vieja, solo soy 4 años mayor que vos. —Sonrió.

Así que las brujas también sonreían.

—Te seré franca. Cualquier mujer que esté cerca de mi prometido es una amenaza —Giró su rostro hacia mí y me observó de pies a cabeza. —. Vos no sos fea, por consecuente eres una mayor amenaza. Así que me gustaría proponerte algo.

Aquí vamos. ¿Sólo querías mis riñones o también el hígado?

—Si te ayudo a conseguir el empleo, quiero que me mantengás informada de cualquier andanza rara de mi prometido.

El empleo lo necesitaba. Y sería un favor entre mujeres, porque, vamos. ¿A quién le gusta ser engañada?

—Meteré mi mano para que te paguen más de lo acordado.

—¿Cuando empezamos? —Sonreí.

Un dinero extra no me caería mal. Además, si podía ayudar a apaciguar a un perro infiel, ¿Que mejor beneficio que ese?

Realmente lo hago por el dinero...

—Me caíste bien. Espero que no te metás con mi prometido.

—Tengo novio —Informé. —. Eso no pasará.

—Sé que sos sincera. No mentiste diciendo que eras secretaria, eso me calma. —La mujer me dejó ver una sonrisa sincera.

Junté mis manos y decidí sonreír antes de que las puertas del ascensor se abrieran.

De un escalón a la vez, esperaba lograr llegar a la cima.

Al salir del ascensor nos dirigimos a la oficina de recursos humanos. Hicieron falta unas palabras de la mujer para que el encargado del personal sacará un contrato de empleo. Llené los requerimientos necesarios y entregué mis papeles.

Solo hacía falta la firma del jefe.

—Mirá, iré a mi oficina por unos documentos. Llevá el contrato a la oficina de mi prometido que cuando yo llegue le haré firmar. —Indicó.

—Si señora. —Acepté.

Me dirigí al ascensor y presioné el botón del piso 20. En mis manos llevaba el contrato con el 50% más del sueldo regular.

Iba a ser una espía, le iba a jugar mal a mi jefe, pero en cambio, tendría muchos beneficios. Eso no sería una mentira, así que estaría bien, porque, Vamos. Él no estaba enterado de nada.

Creo que eso si lo hizo una mentira…

Al llegar al piso 20, salí del ascensor y observé la sala de espera despejada. Respiré aliviada, pues el puesto se hallaba más cerca de ser alcanzado.

Caminé lentamente hacia la oficina, pretendía quemar tiempo, sin embargo, el pasillo no era lo suficientemente eterno. Mientras más me acercaba, más deseaba esperar a la mujer en la puerta, Pero al notar que la puerta se hallaba entreabierta, mi curiosidad me impulsó a seguir caminando.

Llegué a la puerta y la toqué antes de entrar.

—Disculpe... —Abrí la puerta y me encontré con una imagen un poco provocativa.

Provocaba la cancelación de una boda.

El hombre se hallaba besando a la chica de piernas largas, la misma persona con la que compartí ascensor. La muchacha estaba sentada encima del escritorio mostrando sus piernas, y el gran semental —nótese el sarcasmo —estaba con una de sus manos metidas por donde no estaba permitido.

—Ra-Raquel —tartamudeó, empujó a la muchacha casi logrando que ella cayera. Se dio la vuelta y me observó. Su expresión se relajó por un par de segundos al notar de quien se trataba. —¡¿Quién carajos le permitió ingresar?!

Vaya, vaya. Así que había una voz varonil tras ese tono calmado.

—La puerta estaba abierta, disculpe… —Pretendí verme lo más inocente posible. —. Me iré a...

—No, no, no, no. —Caminó hacía mi mientras me permitía ver las manchas de labial en su rostro. —. Si le dices algo a Raquel no vas a...

El sonido de la puerta del ascensor llamó su atención. Me miró sobresaltado y corrió hacia su escritorio.

—Escóndete acá abajo. —Tomó de la mano a la muchacha y en un acto poco elegante, la arrastró bajo su escritorio. La obligó a agacharse, y cuando pretendió meter su cabeza debajo de la mesa, esta se golpeó.

—¡Auch!

—Cállate. —Demandó el hombre. Se sentó sobre la silla y limpió el labial con la parte de adentro de su camisa.

Al parecer tenía experiencia. No era tan atontado.

El sonido de unos tacones llegó a mis oídos.

—No le digas nada a Raquel, por favor —Rogó en voz baja. —. Te contrataré y te pagaré de más por tu silencio, pero cierra la boca...

Esto era mejor de lo que esperaba. ¿Cuándo se presentará una oportunidad así de nuevo?

A ver, piensa con calma, me dije.

El hombre continuaba limpiando el labial desesperadamente. Lo que más me asombró fue que, no tenía un espejo, pero sabía justo donde se hallaba la mancha.

—¡Mirá! — La voz de la mujer fue alta. Me aparté de la puerta y le permití el ingreso a la oficina. —. Si no firmás el contrato, no habrá....

—Lo firmaré —Interrumpió el hombre. —. Sin duda alguna lo haré...

La mancha de labial había desaparecido, y en el rostro de la mujer, se ostentó una expresión de confusión.

—Acércate, firmaré el contrato. —Me habló mientras me hacía un gesto con su mano derecha. Caminé hacía él y le entregué el contrato.

—¿A que debemos el cambio repentino? —Inquirió la mujer.

Pensaba en que, tal vez me hallaba incumpliendo mi palabra. Pero al pensar que aún no estaba contratada, todas esas penas se iban.

Raquel, esto sucedió antes de que fuese una empleada de la empresa, por lo tanto, nuestro acuerdo no había empezado.

—Pienso que una mano no me caerá mal —Indicó el hombre firmando el contrato. Después de firmar, me observó con preocupación. Yo dirigí mi mirada hacía el escritorio esperando que entendiese mi mensaje. —. Y quiero aumentarle el sueldo —Agregó.

Si entendías, animal.

—Esto está raro... —Dudó la mujer, me giré y la observé.

—También es publicista. Pienso trabajar con ella cómo compañeros, las labores de secretaria serían un segundo plano —La voz del hombre fue muy creíble. —. Sería injusto no pagarle lo debido.

Yo me limité a guardar silencio.

—Entonces... no es más —Sonrió la mujer. —. Bienvenida a la empresa. Esperamos trabajar contigo. —Sabía que sus palabras poseían otro significado.

—Eres bien recibida… —Habló el hombre, me di la vuelta y lo observé. —. Estás contratada. Empezamos mañana. —Su mirada aún poseía temor.

Aunque no lo supe en ese entonces, porque estaba perdida en mi mente mientras me recriminaba lo que estaba sucediendo. Aquel pequeño acuerdo, aquel pequeño trato, estaba colmado de cobardía y egoísmo, sentimientos que, también habrían de relucir en mi.

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