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Culpable, su majestad

Culpable, su majestad

laprincesamasloca

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Capítulo

Todo comenzó con la traición a la realeza. Una princesa que aclamaba piedad y un príncipe ciego por las mentiras. A Freya la obligaron a nacer en un ambiente precario sin un techo donde vivir, caminaba por las calles robando algo para comer, dormía bajo los bancos del pueblo ... pero aquel día que pensaba iba ser el último fue cuando entendió su propósito. Destruir a la realeza. Pues su destino había cambiado de un día a otro, una mañana tortuosa que terminaba por decidir el camino de su vida con tan solo una palabra: Culpable.

Capítulo 1 0

— ¡Piedad, por favor!

¡Mujerzuela! ¡Adúltera! ¡Destierro! ¡Destierro! Muerte a la princesa.

En el reino de Garicia, el rey estaba a gusto sentado en su trono; desde allí veía a su legado, sus esfuerzos y su fuerza al construir ese maravilloso reino. Estaba contento. Su hijo le daría un heredero, el heredero al trono de Garicia.

— ¿Qué crees que esté pasando allí afuera, esposa mía?

— No puedo asegurar nada, rey mío, pero creo saber la razón de aquel escándalo.

Desde la sala real se escuchaban barullos y gritos, como nunca antes había sucedido desde su ascenso a rey.

— ¡Livene! — exclamó el rey.

— Su majestad — de inmediato, se acercó a la pareja de reyes la mano derecha del rey de Garicia.

— ¿Qué es ese escándalo?

Livene se puso nervioso — Verá, mi rey. Su hijo ...

El estado de alerta invadió al rey Gusteau. — Mi hijo qué Livene.

— No sabría cómo explicárselo, su majestad, su hijo ...

— ¡Padre!

Las puertas grandes de la sala principal del castillo se abrieron dejando ver al príncipe Herald Hyde entrar muy apresurado y agitado. El príncipe estaba muy furioso y dolido, no pensaba sus acciones con claridad, no sentía su corazón latir como antes.

— ¡Hijo! — exclamó la reina al ver a su hijo alborotado.

— Padre, necesito que mire esto.

— ¿Esa es la forma de entrar a la sala real? — regañó el rey.

— Padre, por favor, tiene que ver lo que yace dentro de ese sobre.

— Joven príncipe, será mejor que- — comenzó Livene al ver el rostro preocupado de su señor.

— Trae hacia mí ese sobre, Livene.

— Su majestad ... — Livene sabía todo, y presentía muy bien lo ocurriría luego de ver ese sobre.

— ¡Es una orden!

— Sí, su majestad.

Livene se acercó al príncipe con cautela, por desgracia debía obedecer las órdenes del rey. Al acercarse, notó que el príncipe poseía unas discretas heridas sobre sus nudillos. Era evidente que había desatado su furia con su propia fuerza, con sus propias manos.

— Mi príncipe, llamaré inmediatamente a las enfermeras, sus heridas se ven...

— Solo estrégale el maldito sobre Livene.

La mano derecha del rey intentó ganar un poco de tiempo para evitar el inevitable destino de la princesa de Garicia.

— Aquí tiene mi rey.

Gusteau Hyde tomó el sobre entre sus manos, tenía pocas expectativas por el contenido, no pensaba que fuese un asunto se importancia hasta que vio las diferentes fotos de la princesa.

Nadie podía creer tal barbarie. Su estado de salud no era la mejor del momento, su presión subía y bajaba cada vez que se alteraba. El rey se negaba a creer la veracidad de aquellas pruebas, se repetía una y otra vez que era mentira, que aquella mujercita tan refinada y educada se hubiera envuelto en el pecado.

— Es ... ¿es esto cierto?

— Eso parece padre — añadió con furia — Deme su aprobación, mandaré a matar a ese mal nacido.

— No puede ser verdad — susurró la reina — No esa niña — sollozó.

— Es otra maldita embustera y adúltera, madre. Tiene mucha suerte de no estar en el reino en estos momentos — soltó el príncipe con ferocidad, conteniéndose las verdaderas palabras que querían salir de su boca.

Livene observaba con cuidado los movimientos de la familia real, temía por la vida de la princesa. De verdad lo hacía.

— Su majestad, no será mejor que comprobemos estas fotos, si usted lo permite, yo mismo puedo verificar la autenticidad que las mismas.

Todos esperaban la orden del rey. Herald deseaba vengarse del hombre, poseía unas ganas de derramar su sangre por todo el reino de Garicia. Añoraba tener la sangre caliente entre sus manos, sentir que su honor era vengado y renacido.

El pueblo se enteraría de esa traición, lo haría sin lugar a dudas, no permitiría que su honor se vea empapado y destruido por esa mujerzuela.

— Nadie dirá una sola palabra. ¿Me escucharon? Nadie hará ningún solo movimiento sin mi autorización — observó a su hijo — Mandaremos a revisar estas fotos y luego serán llevadas a juicio como manda la ley.

Ya era tarde.

Mientras tanto, dentro del palacio era todo un caos. Servidumbre corriendo de un lado a otro, guardias buscando posibles testigos, el príncipe asqueado y furioso desquitándose con todo lo que pasara frente a él, y por supuesto, el llanto de los padres de la princesa implicada.

Para la desgracia de la princesa, se habían esparcido rumores por todo el pueblo de Garicia, se sabía de la traición a la corona y una posible sentencia. El pueblo estaba sorprendido y asqueado, las fotos de la princesa no se hicieron esperar al ser impresas en cada diario, en cada café del lugar, en cada esquina del reino había una foto de la princesa cometiendo pecado. Por el noticiero, no se compadecían de la muchacha, ninguno hacía defensa por la mujer.

"Princesa Eva Hyde, futura reina de Garicia, se le encontró cometiendo adulterio con el primo del príncipe Herald, Jone Pride. Se afirma que la princesa tendrá que ser condenada como manda la ley real. De no ser así, ¿el pueblo aceptará a una adúltera como reina?"

Los cuchicheos entre las damas del pueblo no se hicieron esperar. Todos tenían una opinión de la princesa adúltera, unos no creían, otros aborrecían y los demás ... no les importaba. Los primeros, al igual que el rey, se negaban a aceptar tales especulaciones, tenían una impresión perfecta de la princesa: una mujer muy educada y bondadosa, irradiaba luz a cada lugar que visitaba, la veían con un buen porte y elegancia, la princesa Eva parecía una muequita de porcelana. Ella era la imagen perfecta a seguir de las niñas y adolescentes del pueblo, la mayoría la admiraba y adoraba hasta ese día.

— ¿Son reales?

— Lamentablemente sí, su majestad, la imagen a simple vista no parece ser modificada en algún aspecto. Sin embargo, al aumentar los niveles de contraste y hacer algunos artificios, se puede colegir que ...

— ¡Habla ya! — exige el príncipe al lado de su padre.

— Es auténtica, mi príncipe, no hay duda en ello.

En la sala principal del palacio, el corazón del rey se oscureció. Del rey desaparecieron todos esos buenos sentimientos hacia la princesa, en su lugar, el odio y la vergüenza se aferraron a él como lacras. Ya no sentía ni la más mínima compasión hacia la adúltera.

Por otro lado, el príncipe, al igual que su padre, guardó rencor y odio a la mujer. ¡Lo había engañado con su primo! En su propia recámara, en su propia cama. La odiaba, odiaba amarla con locura, odiaba haber confiado el ella, odiaba haber puesto su corazón en manos que la mujerzuela ... La odiaba tanto que ya no le importaba lo que sucediera con ella y el engendro que ella esperaba, estaba seguro que ese bastardo no era suyo, lo estaba al cien por ciento. Le bastaba con saber la fecha de la foto para comprobarlo.

Esa mujer pensaba engañarlo y amarrarlo a ella con un hijo que no era de su sangre, hijo que en definitiva no vería la luz el mundo.

Los padres y hermana de la princesa sollozaban al lado de la familia real. Los padres de Eva la habían criado con valores y principios, no habían engendrado a una pecadora, no a una mujerzuela.

— ¡Traigan a esa mujer, ahora! — ordenó el príncipe con odio.

— Mi príncipe — interino Livene.

— ¡El futuro rey ha dado una orden! ¡Traigan a la adúltera en este preciso instante!

Los guardias reales fueron en busca de la princesa, con arma en mano, como si buscasen con desesperación a una criminal.

El palacio y las noticias eran un desastre, alguien dentro del palacio había acabado con la reputación de la princesa compartiendo los nuevos percances de aquella incertidumbre. En menos de media hora, en cada rincón del pueblo de Garicia se habían confirmado los rumores; fuera del palacio se armaron grupos en contra de la princesa, algunos pedían destitución, otros el destierro y los más radicales aclamaban por muerte.

Muerte.

La princesa Eva no se encontraba en el reino, había ido por unos vestidos maternales a un pueblito cercano al reino de Garicia. Se encontraba fuera que aquel armamento en su contra. Visitaba a cada modista, una por una en busca de un vestuario adecuado para la noche. Ella y el príncipe tendrían un viaje en celebración de su embarazo.

La princesa Eva estaba más que contenta con su vida, tenía unos padres que adoraba, una hermana berrinchuda que idolatraba y una pareja perfecta que amaba. Nada podría salir mal, iba a casarse para convertirse en la esposa del futuro rey Herald uniendo ambos reinos. Iba a ser una alianza inigualable frente a sus enemigos, con los dos reinos unidos serían los más fuertes del continente, para eso fue educada y lo aceptaba con orgullo.

— «Uy» Tranquilo bebé, muy pronto volveremos con papá. — susurró a su abultada panza.

— Mi señora, ¿decidió cuál vestido llevará? — intervino una de sus damas en la conversación madre e hijo.

— Aún no Regina. ¿Podría ser este? Estoy casi segura que será de agrado para Herald. — habló sosteniendo con tranquilidad un bonito vestido floreado.

— Lo que usted desee, princesa.

— Quisiera probar este atuendo en mí, si no es mucha molestia — se dirigió a la modista.

Aquella anciana tenía el honor de vestir a la princesa, la mujer haría todo lo que la futura reina le pidiese, sin ninguna duda. — Por supuesto, su alteza. Pase usted por aquí.

Eva entró por el gran salón de vestuario, los espejos en aquel lugar eran enormes y bellos, los delicados y finos detalles de las paredes la hacían sentir como si estuviera en el palacio, rodeada de lujos a los cuales estaba acostumbrada.

— Gracias — le sonrió para luego ver cómo la modista la dejaba sola para que pudiese cambiarse. — Cariño, sí que estás un poco inquieto, mi amor.

El bebé se movía muy fuerte dentro de ella. Le dolía de vez en cuando, pero el dolor no era tan fuerte como para evitar que el hermoso vestido floreado luciera en ella.

— Mi señora — entró Regina nerviosa.

— ¿Qué sucede Regina?

— Mi señora ... vienen a ... usted.

— Respira — le dijo — ¿Por qué estás

La princesa si vio asustada por la inesperada llegada de los oficiales reales. Estaba confundida, se habían adentrado en el vestidor sin importar su intimidad. ¡Era una princesa, le debían respeto!

Eva no podía pensar con claridad, todo había pasado muy rápido. Su bebé se movía inquieto dentro de ella y los guardias la jalaban de un lado a otro con dureza, no tenían compasión por una mujer en su estado. ¿Qué estaba sucediendo? Se preguntaba. Los oficiales llegaron y se la llevaron a rastras al palacio bajo la atenta mirada de los pobladores, quieres la miraban con repulsión. Moría de miedo, creía en la posibilidad de una guerra en Garicia, pero a medida que iban llegando al reino sus preguntas eran más.

— ¿Qué está pasando? Hablen ya, se lo ordeno — replicó en el auto con los guardias.

— Tenemos ordenes de llevarte ante el rey — explicó uno de ellos.

— Estás hablando con la futura reina de Garicia, ¿qué falta de respeto es tu manera de dirigirte a tu princesa? — La defendió Regina.

— Ya no lo será más ... Adúltera — susurró y los demás guardias rieron.

— ¿Qué?

Eva estaba atónita. ¿Adúltera? ¿De dónde habían sacado esa atrocidad? La princesa le juraba amor y fidelidad eterna a su futuro esposo. ¿Ella? No podía estar más confundida. Se crio bajo valores dignos de la realeza, la habían educado para ser una gran reina a su mayoría de edad. Jamás tendría el pensamiento de cometer aquel pecado, nunca pasó por su cabeza siquiera una imagen con otro hombre, entonces, ¿cómo habría sido capaz de traicionar a su príncipe ... a su reino?

Regina, la dama de la princesa, también se sorprendió ante aquel comentario. Estaba segura que su señora era incapaz de fornicar con otro hombre.

Llegaron a la puerta principal del palacio. Miles de personas aventaban frutas y verduras contra el auto donde iba la fornicadora. Muchos le gritaban palabras no dignas de una señorita de su edad, Eva solo leía los carteles que alcanzaba a ver, le comenzó a doler el corazón.

"No queremos a una adultera como reina"

"DESTIERRO"

"Muerte a la princesa Eva"

¿Muerte? Se preguntó. ¿Por qué pedirían su muerte sabiendo el siglo en el que estaban? Las penas de muerte ya no estaban permitidas, al menos para el pueblo. Y eso le asustó. ¿Qué sería de su hijo? ¿Qué sería de su vida?

— Con cuidado — susurró con dolor al sentir un golpe en su abultado vientre.

— ¡Abran paso!

— ¡Adúltera!

— ¡Mal nacida!

— ¡Lárgate del reino!

Aún dentro del palacio se escuchaba todo el barullo de la gente aclamando por su cabeza. Eva ya no podía hacer más que sollozar del miedo.

Caminaron empujándola por los pasillos del castillo, algunos trabajadores la miraban con compasión y lástima, mientras otros allegados al príncipe la tildaban de adúltera cuando ella lo único que había hecho fue ir por un bonito vestido.

— ¡Abran las puertas! —ordenó el jefe de la guardia real.

— Por favor, me lastiman.

Nadie la escuchaba, solo Regina iba corriendo tras ellos proclamando piedad a su señora, jurando su inocencia.

— Es inocente, dios mío. Mi señora es inocente — sollozó siendo detenida por los guardias — ¡Está embaraza! Piedad, por el bebé.

Ninguno de sus pedidos fue cumplido, ningún aliento apoyando a la princesa era bien recibido por el rey y su hijo. Ambos frente a la joven quien era lanzada al piso como un trapo pese a su avanzado embarazo.

Eva cubrió su panza ganándose la mirada con odio de Herald, quien le debía protección.

— Aquí está la acusada mi rey.

— ¡Cierren las puertas! — ordenó.

— Mi rey, le imploro me escu-

— ¡Cállate! — gritó — Tu adulterio ha sido confirmado, no hay nada más que decir.

— Todo es mentira, yo jamás ...

— Hemos visto evidencia contundente para condenarte — habló su madre.

Su propia madre estaba confabulando en contra de ella.

Eva miró a sus padres pidiendo ayuda, con la esperanza de que al menos su padre comprendiera aquella mentira en su contra. Ellos estaban devastados y avergonzados con el rey, su hija los había decepcionado a más no poder.

— Padre, madre ... — ellos voltearon el rostro, evitándola — Herald — susurró con lágrimas en el rostro.

El hombre que juró amarla el día que le pidió que fuese su esposa la miró sin sentimiento, parecía odiarla por algo que no había ocurrido. El hombre que amaba la estaba destruyendo con su indiferencia, a ella y al bebé.

— Llévensela al calabozo — ordenó el rey.

— Mi rey — intentó interrumpir la reina.

— ¡He dicho al calabozo, ahora!

— ¿Qué? No, por favor, todo es una mentira, no he hech-

Sus palabras quedaron en el aire cuando sintió un ardor en su mejilla izquierda.

Observó a la mujer frente a ella sorprendida.

Su madre, su madre le había propiciado un sonoro golpe con la palma de la mano en su mejilla. Le dolía, pero más le dolía la desconfianza de sus padres. Eva era su hija, quisieran o no, ella llevaba sangre de la realeza.

— Madre...

— A partir de ahora yo no soy tu madre, ya no somos tu familia — le dijo escupiendo las palabras con fuego — Para nosotros estás muerta.

— N-o — susurró llorando ahogando las palabras.

Su familia no.

— Llévensela.

Los guardias tomaron a la princesa fuertemente del brazo. Eva estaba exhausta por los jalones que recibía, ¿por qué ella? ¿quién la quería fuera de la realeza?

La verdad era que ya poco le importaba lo que le ocurriese, solo pensaba en su bebe y en los golpes que había recibido. Sollozaba por su amor, derraba lágrimas en silencio esperando el bienestar de la vida dentro de su cuerpo. Rogaba y roba a Dios para que todo fuese un mal entendido y que ella y su bebé pudiesen estar bien.

La llevaron al calabozo junto a otras personas, criminales, delincuentes. Por suerte la tenían alejada de los demás, en una propia celda.

— Mires a quién tenemos aquí, muchachos.

— La princesita juguetona, ¿no es así?

— Por favor, basta — pidió ella tapándose los oídos para no escuchar más aquellas maldades que le soltaban.

No dejaba de llorar, temía por la vida de su bebé.

Ayúdenme, por favor. Suplicó a sus ancestros. Nada de esto es verdad, piedad.

— Voy a matar a ese hijo de puta. Lo voy a hacer.

— Cálmese príncipe.

— ¿Cómo quieres que me calme? «Eh» ¡Cómo!

— Todo se resolverá, ya verá. Tal vez es una equivocación y ...

— ¿De qué carajo lado estás? Tu hermana me traicionó, jugó con mi honor y lo arrastró en su camino.

— Por supuesto que estoy de su lado, mi príncipe, sin embargo, ella está embarazada y no veo oportuno que ...

— No es mío, no me importa. No me importa si mueren, no me importa nada, solo quiero que se largue de estas tierras de inmediato.

El príncipe Herald tomó la iniciativa de ir hacia los calabozos, iba a ver a se mujerzuela que amó con locura, aquella que lo engañó y traicionó de manera imperdonable. Aquella mujer que llevaba en su vientre un bastardo de otro hombre, la deshonra de la realeza.

Mientras bajaba por las escaleras empinadas del calabozo, logró divisar a la joven dormida en el suelo. Llevaba una mano sosteniendo con fuerza el gran bulto de su vientre, una punzada le entró al pecho, verla allí, tan descuidada y vulnerable lo movió, quería tomarla en sus brazos y olvidar todo; sin embargo, no podía dejar de recordar las fotos que había visto, las imágenes pasaban una y otra vez por su cabeza como una película siendo su verdugo.

— ¡Levántate! — gritó asustándola.

— Herald — se apresuró en levantarse como podía — Herald, amor mío

— No me llames así. Ya no eres más mi prometida, no soy nada tuyo, tú ya no eres nada para mí. — arremetió confrontándola.

— Herald, nada es verdad, créeme por favor.

— Tus mentiras no me interesan. Me das asco.

— Créeme — se apegó a las rejas que los separaban — Por nuestro hijo, por favor — Eva logró tomar una de las manos del príncipe para llevarla a su vientre, tenía la esperanza que recapacitara por el bebé.

— ¡Suéltame! — la empujó haciendo que la princesa cayese al suelo rasposo del calabozo — Ese niño no es mío, es una deshonra para la realeza. Y tú eres el maldito pecado andante, mujerzuela.

— ¡Herald! Nada es cierto. Soy inocente — sollozaba.

— ¡Está embarazada, piedad! — reclamó un joven de dieciséis años viendo a la princesa con preocupación.

El príncipe dio caso omiso a la interrupción. Su atención estaba puesta en la mujer que juró amar y ahora odiaba.

Eva quería desvanecer y desaparecer en ese momento, el bebé comenzó a moverse inquieto haciéndole doler. Se quejaba y quejaba sin obtener respuesta del hombre que solo la observaba como si fuera un animal en circo. Le dolía su mirar, le dolía el rechazo de su familia, del hombre quien decía amarla, le dolía el alma.

— Tengo hambre, tráiganme algo de comer por favor, por mi hijo. — suplicó.

— Ruega, ruega para que te perdone.

— Tengo hambre.

— Ruégale a tu príncipe — espetó con egoísmo.

— Tengo sed, por favor — pidió entre sollozos.

Herald la dejó allí, desconsolada, con hambre y sed dentro del frío calabozo. Se dirigió con seguridad al guardia, estaba muy decidido, esa mujer no sería nadie en su vida ni en la realeza. Se aseguraría de hacerla la vida imposible y miserable.

— No le des comida ni agua hasta mañana antes del juicio — ordenó el príncipe — al chico de al lado tampoco, ¿entendiste?

— Sí su majestad.

— ¡Herald! Herald, por favor.

Rogaba la princesa sin cansancio.

El príncipe la escuchaba mientras se retiraba del calabozo, su voz se iba apagando en cada centímetro que avanzaba. Su corazón le ardía como el infierno, no podía más. Estaba destruido.

Ella lo había destruido.

Pero

Él había matado el alma de la princesa Eva y con ella ... al bebé que venía en camino.

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