El sonido de los tacones de Andrea resonaba con firmeza mientras caminaba hacia su oficina. Cada paso una decisión, un recordatorio de que su vida, que había construido con tanto esfuerzo, estaba a punto de dar un giro inesperado. Las paredes de cristal de su despacho ofrecían una vista panorámica de la ciudad, pero su mente estaba lejos de todo eso. En su cabeza solo había espacio para una cosa: Antonio.
-¿Cómo pudo hacerlo? -se preguntó, deteniéndose frente a la ventana. Los autos, los edificios, la ciudad misma parecían tan ajenos a su tormenta interna. Había algo irónico en la calma de todo eso, como si el mundo no se hubiera dado cuenta de la destrucción que acababa de desatarse en su vida.
El sonido del teléfono la sacó de su trance. Lo tomó con rapidez.
-Andrea, el director financiero está esperando en la sala de reuniones. -dijo su asistente con tono neutral.
-Dile que lo atenderé en diez minutos. -Andrea colgó y se quedó mirando su reflejo en el cristal. Sabía que en los próximos días tendría que tomar decisiones difíciles, pero no podía permitir que nada afectara su trabajo. La empresa tenía que seguir adelante, sin importar lo que hubiera ocurrido en su vida personal.
El eco de sus pasos la acompañó mientras abandonaba su oficina. Había construido un imperio, y no permitiría que un hombre, ni siquiera el que había sido su esposo, destruyera lo que había logrado. Pero mientras caminaba hacia la sala de reuniones, algo en su interior le decía que la venganza no solo era inevitable, sino también necesaria. Antonio tenía que pagar por lo que le había hecho. Y ella sabía exactamente cómo hacerlo.
Esa misma tarde, en un pequeño café en las afueras de la ciudad, Andrea se encontró con él: Damián.
-Gracias por venir. -dijo Andrea, sentándose frente a él. Su tono era firme, pero la mirada en sus ojos no podía ocultar la razón de su reunión.
-No me dijiste de qué se trataba. -Damián estaba vestido como siempre, con su chaqueta de mezclilla y una camiseta sencilla. Parecía fuera de lugar en ese café elegante, pero algo en su presencia captaba la atención de Andrea. No era el tipo de hombre que ella solía tratar, pero esa era precisamente la razón por la que lo había elegido.
-Necesito tu ayuda. -Andrea no perdió tiempo. Sabía que las palabras correctas tenían que salir con rapidez. -Quiero que te cases conmigo. -La propuesta fue tan directa que Damián, por un momento, no supo cómo reaccionar.
-¿Qué? -Damián frunció el ceño, claramente desconcertado. -No entiendo.
-Lo que quiero decir es que necesito que... -Andrea respiró hondo, buscando las palabras precisas. -Necesito que te conviertas en mi esposo, aunque solo sea de manera temporal. -Lo miró fijamente, sin apartar los ojos de los suyos. -Un matrimonio de conveniencia.
-¿Y por qué yo? -Damián preguntó, aún sin entender bien a qué se refería.
-Porque tú eres lo que necesito. -Andrea no se anduvo con rodeos. -Eres... un hombre común. No tienes poder, ni dinero, ni nada que me interese a nivel profesional. Eso es lo que lo hace perfecto. -Su voz sonó implacable, como si ya hubiera decidido todo. -Lo que quiero es que te cases conmigo para hacerle creer a alguien que ya no tengo nada. Que ya no soy la mujer exitosa que solía ser. Pero, en realidad, todo esto es parte de un plan.
-¿De un plan? -Damián se cruzó de brazos, observándola con una mezcla de curiosidad y desconfianza. -¿Y qué tipo de plan es ese?
Andrea le sonrió, un tanto enigmática.