New York, Estados Unidos.
Emma encendió la cafetera a la misma hora de siempre, quince minutos antes de las seis en lo que ella se daba una ducha y se arreglaba, tomaría la primera taza del día antes de marcharse a la empresa. Emma era un analista de riesgo en una importante empresa internacional que tenía la cede en Alemania, era la mejor en su trabajo, había sido la mejor empleada consecutiva durante más de un año. Era implacable, estricta, obsesiva con la limpieza, el orden, perfeccionista y…era una mujer excepcional. Todas las personas que la conocían, la admiraban, pero no todos.
— ¡¿Dónde está mi corbata?! —gritó Jamie, su prometido, este salió de la habitación en ropa interior y aporreó la puerta del baño. Emma debajo del agua estaba concentrada masajeando su cuero cabelludo durante el minuto que siempre usaba para hacerlo por las mañanas. — ¿Estás aun con lo de tu cabello? Voy a llegar tarde, mujer. —volvió aporrear la puerta irritado. Emma abrió los ojos y presionó su mandíbula con dureza, giró su mirada hacia la puerta que vio a través del cristal humedecido por el agua y el vapor. — ¿Emma? —volvió a gritar, ella una y otra vez se había preguntado por qué estaba comprometida con un hombre que era todo lo contrario a ella. Al comienzo había sido amable, la adoraba, le daba sus espacios, y respetaba todo lo que ella hacía, pero desde que se habían comprometido, había cambiado. Empezó a criticarla, a ser más impaciente y a romper las reglas que ella tenía en su propio y elegante departamento que estaban compartiendo con Jamie. — ¡Emma! —iba a golpear la puerta cuando ella la abrió, estaba totalmente desnuda y mojada, pero furiosa.
— ¿No puedes buscar tú mismo la corbata? —él intentó controlar su molestia.
—No encuentro, pensé qué la habías cambiado de lugar.
—No toco tus cosas como tú no tocas las mías, cariño. —eso había sido sarcasmo contenido de su parte. — ¿Recuerdas donde la pusiste la última vez? —él presionó sus labios formando una delgada línea.
—En el perchero detrás de la puerta del armario. —murmuró entre dientes.
— ¿Entonces? Ve a buscarla, si la dejaste ahí, ahí debe de estar. ¡Y déjame terminar de ducharme! —exclamó irritada y él asintió regresando a buscar la corbata, Emma regresó y a toda prisa recuperó lo que tenía que hacer para salir exactamente en el tiempo aproximado. Jamie entró al armario y revisó detrás de la puerta, e intentó no sonreír, ahí estaba colgada.
Seis con quince minutos, Emma ya estaba subiendo a su camioneta para marcharse a trabajar, Jamie subió en el asiento del copiloto y se puso el cinturón de seguridad.
—Mi madre quiere saber si puede invitar a diez personas más. —dijo Jamie tecleando en su celular, ella detuvo el auto cuando escuchó eso, él giró a mirarla sorprendido. — ¿Qué pasó? —las manos de Emma apretaron el volante de cuero.
— ¿Diez personas más? ¿Y las treinta que invitó hace cuatro días? Quedamos que la boda sería lo más sencilla y con la gente que era más cercanos a nosotros.
—Cariño, son amigos de la familia.
—Esta boda es para nosotros, no vamos a invitar a todo New York. Hay cierta cantidad de platos que se dará a los invitados, no puedo comprar más platos de comida, ya compré treinta hace cuatro días.
—Tienes dinero, ¿Qué es lo que te preocupa? —Escuchar eso, hizo a Emma no decir nada más, pero todo empezó a volverse rojo, — ¿Entonces? ¿Diez personas más? Le diré que sí. —regresó Jamie a su celular y tecleó mientras ella intentó controlar su molestia. Regresó la mirada a la calle y siguió manejando, cuando iba en el camino repasó todo lo de la boda: Ella había pagado TODO. Toda la recepción y…la luna de miel. Y el recordar que tenía el cordón umbilical con su madre aun conectado, le hacía dudar si quería hacerlo realmente. ¿Era esto lo que realmente quería para el resto de su vida?
****Habían llegado a la empresa donde ambos trabajaban, Jamie era el jefe de personal y ella una analista de riesgo financiero, la mejor de la empresa.
— ¿Comemos juntos como siempre a la misma hora? —preguntó antes de que cada quien subiera a su elevador que los llevaría a su piso. Por primera vez desde que estaban juntos, Emma negó.
—Tengo una reunión. Almuerza sin mí. —Él arqueó la ceja y ella no esperó más, entró al elevador e hizo ejercicios de respiración, —“¿Cómenos juntos como siempre a la misma hora?” —dijo en voz alta en un tono irónico. Al llegar a su área, hizo su rutina del día, guardar sus cosas personales, encender su computadora, tomar su segunda taza de café y ponerse a trabajar.
— ¿Emma? —la llamó su jefa directa, levantó la mirada de la pantalla para observarla.
— ¿Sí? —la señora Byrne la miró con una sonrisa.
— ¿Vienes conmigo un momento? Necesitamos hablar de los días que pediste para la boda y la luna de miel. —Emma asintió, se levantó de su silla y bloqueó su pantalla con clave, siguió a la señora Byrne y entró con ella a su oficina. Le ofreció la silla y Emma se sentó, esperando su jefa empezara a decir algo. —Bueno, Emma. Con la nueva fusión con la empresa de los Müller, tendremos más trabajo y…—hizo una pausa—Habrá bastante trabajo una vez que regreses de tu luna de miel.
—Lo sé, señora Byrne. —dijo Emma.
— ¿Crees que lleves el mismo ritmo de ahora una vez que te cases? —Emma asintió y por segunda ocasión dudó.
—Claro, de eso no tienes que preocuparte.
—Eso espero, eres la mejor analista de riesgos que tenemos, tus análisis y el cuantificar todos los riesgos que has hecho con bancos y otras entidades financieras, nos ha llevado a ser los mejores en el país.
—Gracias…—sonrió Emma.
—Por cierto, ¿Tienes todo listo para la boda? Ya es en dos días. —Emma asintió. — ¿Qué te parece si a partir de hoy tomas tus vacaciones? —ella alzó sus cejas con sorpresa.
— ¿Hoy? —preguntó Emma.