Hoy reaccioné mal y, sin pensar, le pedí el divorcio. Sí, en la relación he sido la más débil, mi prioridad ha sido salvar el matrimonio, pero me cansé de esperar a que cambie y me corresponda.
Mi intención no fue causar otra pelea, apenas le pregunté dónde estaba porque no había podido dormir esperándolo. Y me gritó con todas sus fuerzas, perdí la cuenta de las veces que me gritó... de ese modo, como si yo no valiera nada y le desagradara demasiado verme. Me gritó a la cara que lo dejara, que me divorciara. Y lo peor es que no le he dado motivos, soy tan cuidadosa con el tono de voz que uso y nunca he tenido un reproche ni un mal gesto hacia él.
Sé que no quería casarse conmigo sino con ella y, a pesar de ello, he aguantado mi desgracia con la certeza en mi corazón de que iba a dejarla.
Cuando llegué al hospital esta mañana la vi bajarse del auto de Sebastián y despedirse con un beso: la sonrisa en su rostro era de satisfacción. Sé que mi esposo la mantiene ilusionada y que le dice palabras bonitas para mantenerla dispuesta a esperar. A esperar que se deshaga del compromiso que tiene conmigo. Sé que a ella le propuso matrimonio por amor y su madre lo obligó a romper para casarse conmigo. Quizás por eso me odia, me desprecia, porque soy la razón de su infelicidad.
La amante de mi esposo, Camila, ese es su nombre, es médico residente en el Hospital Rivas, donde también trabajamos mi esposo y yo. En el que me desempeño como Directora General, una posición que me amarra, que me mantiene en control de mis actos. Sufro callada, los veo y me limito de hacer cualquier comentario; finjo normalidad cuando por dentro me muero de celos e impotencia.
Me quedé un rato más en el estacionamiento antes de ingresar al área techada, donde están ubicados los puestos asignados a los directivos: el mío, era el más cercano al ascensor, rotulado en amarillo, Director General. Un puesto que, en el pasado, siempre había sido ocupado por hombres. La junta directiva no me designó por mi trayectoria, aunque es obvio que soy una excelente profesional, pero apenas tengo treinta años de edad. Lo motivó el hecho de ser nieta del médico fundador de la institución: un hombre que, al igual que mis padres, tuvo un desempeño importante mientras estuvo activo.
Caminé en dirección a mi oficina, a paso rápido, para no tropezarme con ellos. Descuelgo la bata del perchero y me la pongo: ajusto el cuello y mi cabellera mientras se enciende la computadora. Me quedo mirando la pantalla y respiro profundo, descansando la espalda.
-Buenos días, Valentina, ¿estás nerviosa? -la sonrisa espontánea de mi mejor amiga, María Fernanda, era lo que necesitaba para volver a pisar tierra. Me hizo reír cuando curiosa se quedó observando mis zapatos de tacón jugando con la base de la silla giratoria.
-Feliz día, cariño. Estoy aquí tragando grueso, me los acabo de encontrar: ¡tanto que le he dicho que guarde las apariencias en público y no me hace caso! En fin, disculpa, por venirte con esta descarga, pero no tengo con quien desahogarme, estoy estresada. -Después que solté todo ese veneno me dio vergüenza.
María Fernanda me miró con compasión y me abrazó. -Tienes que aguantar, ¿qué más te queda?, esa zorra se tiene que cansar y dejarlo. No te creas que es tan fácil ser la otra, debe llorar tanto como tú o más -acariciaba mi cabello-. Él tiene que estar haciendo un trabajo diario, levantándole el ánimo: prometiendo que te dejará, para que ella aguante y lo espere.
-¿Quién sabe qué le dirá? Todo esto es culpa de mi cuñada, Lucía, no ha debido presentarlos. Ella sabía de sobra que hace años nuestras familias hablan del compromiso. Esa muchacha irresponsable y fiestera: ¡claro!, ellas son amigas, por allí viene la cosa.
-No me habías contado ese detalle. ¿Así que no se conocieron aquí en el hospital?
-No, él mismo me lo dijo en una discusión que se salió de control. Él fue a una fiesta a acompañar a Lucía y conoció a Camila. Ellas son amigas.
-Entonces, ¿ya estaban saliendo cuando ella empezó como residente aquí?
-Parece que se gustaron y no pasó de allí, luego se reencontraron en el trabajo y fue donde se enamoraron, Pero, yo no creo que él la ame como dice. Lo que pasa es que ella es lo opuesto a mí: relajada, sexy, ese tipo de mujer siempre llama la atención de los hombres.
-¿Qué le dirá?, ¿te lo has preguntado?, porque ella lo conoció soltero, era una situación muy distinta. Ahora es un hombre casado.