– El aniversario que lo destruyó todo
Por Rebeca Miller
La casa estaba en silencio. Solo el tic-tac del reloj en la pared rompía la calma.
Caminaba de un lado a otro en nuestra habitación, deteniéndome cada tanto para acomodar el mantel blanco que había elegido con tanto cuidado. La mesa estaba perfecta: platos de porcelana, copas relucientes, pétalos de rosa rojos que caían sobre el cristal como si fueran caricias atrapadas en el tiempo. Las velas titilaban suavemente, proyectando sombras largas y cálidas. El aroma de su platillo favorito aún flotaba en el aire.
Me había puesto esa lencería roja. La más atrevida. La que pensé que encendería algo en él. El espejo me había devuelto una imagen que intentaba ser sexy, provocativa... pero debajo del encaje, yo solo era una mujer desesperada por salvar un matrimonio que nunca debía empezar.
Globos dorados. Cintas. Un pequeño cartel que decía: "Feliz primer aniversario" . Todo tan tierno, tan ingenuo. Como yo.
Los nueve.
Los diez.
Las una vez.
Nada.
Me senté frente a la mesa. Sirví dos copas de champaña. Solo una se vació. Luego, otra. Y otra más. Las velas empezaron a apagarse solas, derretidas por el tiempo... como yo.
A la medianoche, la comida que había cocinado con esperanza comenzó a enfriarse.
A la una, las lágrimas ya habían corrido todo el maquillaje.
A las tres de la madrugada, la puerta finalmente se abrió.
Él entró. Charles.
Alto. Elegante. Ni una pizca de culpa en su rostro. Ni una palabra.
Se quedó parado, observando. La mesa aún decorada. Las velas ya consumidas. Los globos medio desinflados. Y yo... con la lencería arrugada, los ojos hinchados de tanto llorar, el labial corrido, la piel helada.
- ¿Qué es todo este desastre? -Fue lo único que dijo, con la voz seca, sin emoción.
Me levanté como pude. Sentía el cuerpo pesado, el corazón más aún. Sostuve mi copa vacía y con voz apenas firme susurré:
-Hoy... era nuestro aniversario. El primero. ¿Ya lo olvidaste?
Charles se acercó. Sus ojos eran de mármol.
-No lo olvidé -respondió sin una pizca de emoción-. ¿Cómo olvidaría el día que me desgraciaste la vida con este absurdo matrimonio?
Saliva tragué. Sus palabras me golpearon más que cualquier puñetazo.
Di un paso atrás. Como si pudiera protegerme de él. De su odio.
-Te lo dije en el altar, y te lo repito ahora -continuó, acercándose más-: Puedo darte lujos, joyas, mi apellido... pero jamás tendrás mi corazón.
Algo dentro de mí se quebró. Algo profundo. Irreparable.
-¿Por qué, Charles? -susurré-. ¿Por qué te casaste conmigo si me desprecias tanto?