La Prometida Olvidada: El Regreso

La Prometida Olvidada: El Regreso

Gavin

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Capítulo

Regresé a la Ciudad de México después de dos años, con el corazón lleno de la ilusión de casarme con Javier, mi prometido de toda la vida. Pero la portada de una revista de sociales me golpeó como un balde de agua fría: Javier, sonriendo, con el brazo alrededor de una desconocida vestida de novia. El pie de foto lo confirmaba: "La boda del año: Javier Solís y Sofía Romero unen sus vidas en una ceremonia de ensueño". La mujer no era yo. Era una impostora que me había robado mi nombre, mi futuro. Corrí a casa de los Solís, buscando una explicación, pero la madre de Javier me recibió con frialdad y me dijo que su nuera, la verdadera Sofía, estaba arriba. "Tú no eres Sofía," sentenció, y la seguridad me escoltó fuera de la mansión que debería haber sido mi hogar. La rabia me quemaba por dentro. ¿Cómo era posible? ¿Cómo pudieron borrarme así, como si nunca hubiera existido? ¿Cómo Javier, el hombre que amaba, me había traicionado de esta forma tan cruel? Este no era solo un corazón roto; era un asalto a mi identidad, a mi honor. Y no iba a permitirlo. "No voy a permitir que se salgan con la suya," le dije a mi prima Lupita, y marqué un número, no para llorar, sino para desatar el infierno. "Arturo, soy Sofía Romero," dije con voz firme. "Necesito que congeles inmediatamente la cuenta conjunta de la boda. Código de seguridad: 'Abuela Rosa'."

Introducción

Regresé a la Ciudad de México después de dos años, con el corazón lleno de la ilusión de casarme con Javier, mi prometido de toda la vida.

Pero la portada de una revista de sociales me golpeó como un balde de agua fría: Javier, sonriendo, con el brazo alrededor de una desconocida vestida de novia.

El pie de foto lo confirmaba: "La boda del año: Javier Solís y Sofía Romero unen sus vidas en una ceremonia de ensueño".

La mujer no era yo. Era una impostora que me había robado mi nombre, mi futuro.

Corrí a casa de los Solís, buscando una explicación, pero la madre de Javier me recibió con frialdad y me dijo que su nuera, la verdadera Sofía, estaba arriba.

"Tú no eres Sofía," sentenció, y la seguridad me escoltó fuera de la mansión que debería haber sido mi hogar.

La rabia me quemaba por dentro. ¿Cómo era posible? ¿Cómo pudieron borrarme así, como si nunca hubiera existido? ¿Cómo Javier, el hombre que amaba, me había traicionado de esta forma tan cruel?

Este no era solo un corazón roto; era un asalto a mi identidad, a mi honor. Y no iba a permitirlo.

"No voy a permitir que se salgan con la suya," le dije a mi prima Lupita, y marqué un número, no para llorar, sino para desatar el infierno.

"Arturo, soy Sofía Romero," dije con voz firme. "Necesito que congeles inmediatamente la cuenta conjunta de la boda. Código de seguridad: 'Abuela Rosa'."

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Mi marido, Javier, llegó a casa con una sonrisa extraña y la propuesta que, según él, cambiaría nuestras vidas para siempre: un puesto de alta dirección en Argentina. La única condición, explicó, era un "divorcio de conveniencia", solo en el papel, exigido por la empresa y todo "por nuestro futuro" y el de nuestra hija. Lo que él no sabía es que, noches antes, mis insomnios me habían llevado a un foro donde se detallaba "la estafa del divorcio por trabajo en el extranjero": un patrón idéntico para vaciar cuentas y huir con una amante. Su descaro se confirmó con un mensaje de "Valeria" en su teléfono: "¿Ya lo has conseguido, amor? ¡No puedo esperar a que estemos juntos en Mendoza!". Poco después, vació nuestra cuenta conjunta hasta el último céntimo, dejando a cero los ahorros de diez años de matrimonio. Mientras me besaba la frente y me llamaba "la mejor esposa del mundo", una pregunta resonaba en mi mente: ¿De verdad me creía tan estúpida? No sentí dolor, solo una fría y gélida anticipación de lo que estaba por venir. Firmé aquel divorcio con una sonrisa dócil, pero por dentro ardía la determinación. Él creía que me había despojado de todo, pero no sabía que mi "hobby" de diseñadora gráfica me había permitido acumular una fortuna de seis cifras en una cuenta secreta. Ahora, mientras él celebraba su traición, yo empezaba mi juego: me aseguraría de que se arrepintiera, de que perdiera mucho más de lo que jamás soñó robar.

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