La Traición de Mi Amor

La Traición de Mi Amor

Gavin

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Capítulo

El olor a desinfectante del hospital y el monótono pitido de las máquinas aún quemaban en mi memoria. La imagen de mi hijita Camila, pálida y con labios azules, luchando por respirar en mis brazos, era una pesadilla de la que no podía despertar. "¡Por favor, ayúdenla! ¡Mi hija no puede respirar!" Mis gritos desesperados se ahogaron en el caos de la carretera. Ricardo, mi esposo, el padre de Camila, me apartó brutalmente. "¡Quítate, Sofía! ¡Brenda y su hijo están más graves! ¡A ellos los atienden primero!" Los paramédicos dudaron, pero la insistencia de Ricardo los convenció. Vi cómo subían a su amante, Brenda, y a su hijo a la ambulancia, dejándome a la orilla de la carretera, con mi hija muriendo. Camila murió. Murió por falta de atención, por la negligencia de su propio padre. Desperté sobresaltada. El sol entraba por la ventana. Solo quedaba una hora. Una hora antes de que todo se repitiera. Un sudor frío recorrió mi espalda. No era un sueño. Había regresado. El universo, o alguna fuerza desconocida, me había dado una segunda oportunidad. Esta vez, no cometería el mismo error. Esta vez, Camila viviría.

Introducción

El olor a desinfectante del hospital y el monótono pitido de las máquinas aún quemaban en mi memoria.

La imagen de mi hijita Camila, pálida y con labios azules, luchando por respirar en mis brazos, era una pesadilla de la que no podía despertar.

"¡Por favor, ayúdenla! ¡Mi hija no puede respirar!"

Mis gritos desesperados se ahogaron en el caos de la carretera.

Ricardo, mi esposo, el padre de Camila, me apartó brutalmente.

"¡Quítate, Sofía! ¡Brenda y su hijo están más graves! ¡A ellos los atienden primero!"

Los paramédicos dudaron, pero la insistencia de Ricardo los convenció.

Vi cómo subían a su amante, Brenda, y a su hijo a la ambulancia, dejándome a la orilla de la carretera, con mi hija muriendo.

Camila murió. Murió por falta de atención, por la negligencia de su propio padre.

Desperté sobresaltada. El sol entraba por la ventana.

Solo quedaba una hora. Una hora antes de que todo se repitiera.

Un sudor frío recorrió mi espalda. No era un sueño. Había regresado.

El universo, o alguna fuerza desconocida, me había dado una segunda oportunidad.

Esta vez, no cometería el mismo error.

Esta vez, Camila viviría.

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Siempre creí que mi vida con Ricardo De la Vega era un idilio. Él, mi tutor tras la muerte de mis padres, era mi protector, mi confidente, mi primer y secreto amor. Yo, una muchacha ingenua, estaba ciega de agradecimiento y devoción hacia el hombre que me había acogido en su hacienda tequilera en Jalisco. Esa dulzura se convirtió en veneno el día que me pidió lo impensable: donar un riñón para Isabela Montenegro, el amor de su vida que reaparecía en nuestras vidas gravemente enferma. Mi negativa, impulsada por el miedo y la traición ante su frialdad hacia mí, desató mi propio infierno: él me culpó de la muerte de Isabela, filtró mis diarios y cartas íntimas a la prensa, convirtiéndome en el hazmerreír de la alta sociedad. Luego, me despojó de mi herencia, me acusó falsamente de robo. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños, cuando me drogó, permitió que unos matones me golpearan brutalmente y abusaran de mí ante sus propios ojos, antes de herirme gravemente con un machete. "Esto es por Isabela", susurró, mientras me dejaba morir. El dolor físico no era nada comparado con la humillación y el horror de su indiferencia. ¿Cómo pudo un hombre al que amé tanto, que juró cuidarme, convertirme en su monstruo particular, en la víctima de su más cruel venganza? La pregunta me quemaba el alma. Pero el destino me dio una segunda oportunidad. Desperté, confundida, de nuevo en el hospital. ¡Había regresado! Estaba en el día exacto en que Ricardo me suplicó el riñón. Ya no era la ingenua Sofía; el trauma vivido había forjado en mí una frialdad calculada. "Acepto", le dije, mi voz inquebrantable, mientras planeaba mi escape y mi nueva vida lejos de ese infierno.

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