Ceguera Parental: Mi Último Aliento

Ceguera Parental: Mi Último Aliento

Gavin

5.0
calificaciones
20
Vistas
11
Capítulo

Soy un fantasma, suspendido sobre mi propio cadáver. Mi padre, el mejor detective de la ciudad, y mi madre, la forense más respetada, no saben que este cuerpo desfigurado tendido en un callejón es Ricardo, su único hijo. El hombre que me asesinó se reía, su aliento apestaba a alcohol y a una venganza añeja, exigiendo un dolor inolvidable a mi padre. En ese instante de terror, cuando la sangre me ahogaba y mis ojos y lengua habían sido arrancados, mi celular sonó. Era mi padre, impaciente y molesto, "Ricardo, ¿dónde demonios estás? El partido de tenis de Miguel está por empezar." Solo pude emitir un gorgoteo ahogado, "¡Papá, ayú...!" , antes de que colgara, regañándome por ser egoísta y no pensar en Miguel, su hijo adoptivo perfecto. Mi asesino se rio con una carcajada infernal mientras la última gota de esperanza se me escapaba. Ahora, mis padres examinan mi cuerpo en la escena, dictando órdenes con distancia clínica, mi madre incluso toca el anillo que les di de aniversario, pero no me reconoce. Para ellos, soy un "John Doe" , un caso más, un "lío" , mientras colman de orgullo y amor a Miguel, felicitándolo por su campeonato. Escucho su hartazgo por mi "irresponsabilidad" y me pregunto si existí en sus corazones, o solo fui un recordatorio de un trauma que preferían olvidar. Mi propio padre maldijo mi existencia, deseando que me pasara algo, justo cuando yo moría. En la morgue, mi madre pasa junto a mi cuerpo casi con ternura, tocando mi cicatriz de la infancia, pero solo dictando: "Cicatriz antigua, probablemente de la infancia" . La esperanza se desvanece; soy una pista anónima. El papel que se encuentra en mi estómago, una lista de compras que hice para ellos, y el farmacéutico que me reconoció, revelan la verdad. Mis padres se paralizan; las palabras del forense resuenan: "La víctima es Ricardo." Mi padre suelta el auricular, su negación se desmorona; mi madre se aferra al anillo, el grabado de "Mamá y Papá" revela la devastadora verdad. En la morgue, sus lágrimas caen sobre mi cuerpo, sus súplicas de perdón llenan el vacío. Observo a Miguel, mi hermano adoptivo, actuando su dolor, mientras mis padres defienden su "perfección". Pero mi tía Elena ve la verdad, y mi padre descubre mi diario, las pistas de Miguel. Finalmente, en la premiación de Miguel, la verdad explota. Mi padre lo detiene, el criminal confiesa la traición de Miguel, revelando su odio y celos. Miguel, con su máscara caída, grita su confesión, destruyendo a mis padres. Mi padre renuncia, mi madre se quiebra, susurrando mi nombre en el hospital. Mi rabia se disipa; solo queda tristeza. El eco de mis palabras vacías resuena: "Si tan solo me hubieran visto antes."

Introducción

Soy un fantasma, suspendido sobre mi propio cadáver.

Mi padre, el mejor detective de la ciudad, y mi madre, la forense más respetada, no saben que este cuerpo desfigurado tendido en un callejón es Ricardo, su único hijo.

El hombre que me asesinó se reía, su aliento apestaba a alcohol y a una venganza añeja, exigiendo un dolor inolvidable a mi padre.

En ese instante de terror, cuando la sangre me ahogaba y mis ojos y lengua habían sido arrancados, mi celular sonó.

Era mi padre, impaciente y molesto, "Ricardo, ¿dónde demonios estás? El partido de tenis de Miguel está por empezar."

Solo pude emitir un gorgoteo ahogado, "¡Papá, ayú...!" , antes de que colgara, regañándome por ser egoísta y no pensar en Miguel, su hijo adoptivo perfecto.

Mi asesino se rio con una carcajada infernal mientras la última gota de esperanza se me escapaba.

Ahora, mis padres examinan mi cuerpo en la escena, dictando órdenes con distancia clínica, mi madre incluso toca el anillo que les di de aniversario, pero no me reconoce.

Para ellos, soy un "John Doe" , un caso más, un "lío" , mientras colman de orgullo y amor a Miguel, felicitándolo por su campeonato.

Escucho su hartazgo por mi "irresponsabilidad" y me pregunto si existí en sus corazones, o solo fui un recordatorio de un trauma que preferían olvidar.

Mi propio padre maldijo mi existencia, deseando que me pasara algo, justo cuando yo moría.

En la morgue, mi madre pasa junto a mi cuerpo casi con ternura, tocando mi cicatriz de la infancia, pero solo dictando: "Cicatriz antigua, probablemente de la infancia" .

La esperanza se desvanece; soy una pista anónima.

El papel que se encuentra en mi estómago, una lista de compras que hice para ellos, y el farmacéutico que me reconoció, revelan la verdad.

Mis padres se paralizan; las palabras del forense resuenan: "La víctima es Ricardo."

Mi padre suelta el auricular, su negación se desmorona; mi madre se aferra al anillo, el grabado de "Mamá y Papá" revela la devastadora verdad.

En la morgue, sus lágrimas caen sobre mi cuerpo, sus súplicas de perdón llenan el vacío.

Observo a Miguel, mi hermano adoptivo, actuando su dolor, mientras mis padres defienden su "perfección".

Pero mi tía Elena ve la verdad, y mi padre descubre mi diario, las pistas de Miguel.

Finalmente, en la premiación de Miguel, la verdad explota.

Mi padre lo detiene, el criminal confiesa la traición de Miguel, revelando su odio y celos.

Miguel, con su máscara caída, grita su confesión, destruyendo a mis padres.

Mi padre renuncia, mi madre se quiebra, susurrando mi nombre en el hospital.

Mi rabia se disipa; solo queda tristeza.

El eco de mis palabras vacías resuena: "Si tan solo me hubieran visto antes."

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
La Heredera Que No Pudieron Enterrar

La Heredera Que No Pudieron Enterrar

Cuentos

5.0

Introducción Me desperté en mi propia cama, el sol de La Rioja se filtraba suavemente por las persianas de mi habitación. Por un momento, el familiar aroma a madera vieja de la bodega llenó el aire, y todo pareció extrañamente normal. Pero entonces, un escalofrío glaciar me recorrió, no del frío, sino de un recuerdo que me heló hasta el alma. Era la vívida pesadilla de estar atrapada en un cuerpo diminuto y peludo, ladrando desesperadamente sin que nadie entendiera mis gritos. El recuerdo pavoroso de ver mi propio rostro, o el cuerpo que una vez fue mío, sonriendo mientras el veterinario inyectaba la letal dosis en una fría y maloliente perrera. Vi a Carmen, la esposa de mi hermanastro, habitar mi cuerpo, celebrando mi muerte con una copa de nuestro mejor reserva. A su lado, mis cómplices: mi prometido, Javier, y mi hermanastro Mateo. Habían intercambiado nuestras almas, todo por la herencia y la bodega familiar que mi padre me había destinado. Fui traicionada por los que más amaba, robada de mi vida y condenada a la agonía de un animal doméstico. La injusticia me quemaba, la crueldad de su plan era simplemente inconcebible. Miré mis manos, eran mis propias manos, no las patas de un cachorro. Toqué mi piel, era la mía, no el pelaje blanco y rizado de un Bichón Frisé. Había renacido. Estaba de vuelta. En el día de mi compromiso, el día exacto en que todo había comenzado. Esta vez, armada con la desgarradora memoria de mi muerte y una sed insaciable de justicia, ellos no tendrían escapatoria.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro